Son y están

«Aposté tanto por seguir dedicándome a la ciencia desde Sevilla que retorné sin tener un contrato»

Rocío López Igual. Investigadora del Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, y Medalla de Sevilla. Tras el impacto internacional que alcanzó su trabajo en París desde el Instituto Pasteur para aportar una nueva vía que mejore el actual modelo de antibióticos para las enfermedades infecciosas, se ha atrevido a retornar y afrontar la precariedad laboral del sistema científico español, y desde Cartuja está investigando en cianobacterias para aprovecharlas en el desarrollo de herramientas biotecnológicas.

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
19 dic 2021 / 09:44 h - Actualizado: 19 dic 2021 / 09:47 h.
"Son y están"
  • Rocío López Igual, en el Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, dentro del Cic Cartuja, donde realiza sus investigaciones sobre cianobacterias. / EL CORREO
    Rocío López Igual, en el Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, dentro del Cic Cartuja, donde realiza sus investigaciones sobre cianobacterias. / EL CORREO

“Si no fuese por mi madre y mi padre no estaría donde estoy ahora. Ellos me han guiado y apoyado en las decisiones importantes que he tomado en mi vida, y gracias a la educación que me han dado, soy quien soy y estoy donde estoy”. Es la convicción de Rocío López Igual, sevillana, de 40 años de edad, bióloga, investigadora científica, galardonada en 2020 con la Medalla de la Ciudad, sobre todo por la repercusión que tuvo a nivel mundial, con la publicación en 'Nature Biotechnology' en 2019, el resultado de su proyecto sobre biología sintética para aportar una vía de solución al grave problema de la creciente resistencia bacteriana a los antibióticos, lo que reduce la eficacia de éstos. Actualmente está desarrollando otra línea de investigación, vinculada a la sostenibilidad medioambiental, desde el Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, que forma parte del Centro de Investigaciones Científicas Isla de la Cartuja (Cic Cartuja).

¿Cuáles son sus orígenes y su raigambre familiar?

Mi padre, ya fallecido, era guardia civil, nació en Salteras. Mi madre vive, es de Mosqueruela, pueblo muy pequeño de Teruel. Se dedicó a criarnos a los tres hijos, un varón y dos hembras, yo soy la más pequeña de los tres. Estoy casada con Joaquín Bernal, que también es investigador, nos conocimos en nuestra etapa universitaria. No tenemos hijos, residimos en Triana. A lo largo de mi vida he residido en muchos lugares. Cuando yo nací, mis padres vivían en Cazalla de la Sierra. Después, cuando yo tenía cinco años de edad, nos mudamos a Aliada, pueblo de Teruel, y allí estuve hasta que cumplí los nueve años. Regresamos a Sevilla y nos afincamos en Pilas, en ese pueblo estudié en el Instituto de Educación Secundaria Torre del Rey. Cuando empecé la carrera de Biología me trasladé a Sevilla para vivir con mi hermana en un piso alquilado en Triana.

¿Por qué le atrajo la Biología?

Mi profesora de Biología en el IES Torre del Rey me dijo que se me daban muy bien la Química y la Biología, y que no dejara pasar la oportunidad de dedicarme a la ciencia. También me encantaba la Literatura, hubo un momento en el que dudé si dedicarme al campo de la Lengua y la Literatura.

¿Alguna experiencia que le reconfirmara haber acertado en la elección?

En la carrera de Biología, muchos profesores son también investigadores. Y cuentan sus experiencias, y proponen trabajos. Estuve de alumna interna en el departamento de Botánica y Ecología Vegetal, ayudando a estudiantes que estaban haciendo sus tesis. De vez en cuando, me iba con esos estudiantes al campo, conocía sus proyectos de tesis. Y vi claro que debía invertir mi tiempo y esfuerzo en conseguir una beca y hacer la tesis doctoral. Logré una beca de formación al personal investigador y realicé mi tesis en Cartuja, en el Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, mis directoras fueron Antonia Herrero y Alicia Muro Pastor.

¿A qué tema se dedicó?

A las cianobacterias. La mayor parte de las asignaturas de mi carrera estaban orientadas al mundo vegetal, porque me gustaban mucho las plantas, la fotosíntesis, el campo, el medioambiente... Pero descubrí, en la entrevista de la tesis, que había bacterias que realizaban este mismo proceso fotosintético. Y me encantó la idea de trabajar en el laboratorio. Y en ello sigo. Por mi formación era más de botas pero he terminado siendo de bata.

¿Cómo logró integrarse en el Instituto Pasteur en París?

Después de la tesis doctoral, hice dos estancias posdoctorales consecutivas en París. La primera fue en el Comisariado de la Energía Atómica. La segunda, en el Instituto Pasteur. Sumando las dos, estuve casi siete años, de 2012 a 2019. En la primera estuve investigando sobre bacterias fotosintéticas. En el Instituto Pasteur, cambié de tema y de microorganismos. Me dediqué a la bacteria 'vibrio cholerae', la que causa la enfermedad del cólera, y ahí empecé un proyecto nuevo, tanto para mí como para el laboratorio donde estuve trabajando a las órdenes de Didier Mazel, buscando una nueva manera de matar a las bacterias que son dañinas, como por ejemplo, la del cólera. Utilizando herramientas moleculares de biología sintética, para explorar un camino distinto al de los actuales antibióticos.

¿Qué se logró determinar en esa investigación?

Logramos construir mediante sistemas toxinas-antitoxinas lo que hemos llamado una 'bomba genética' porque está basada en secuencia de ADN. Y porque funciona como algo que está programado para que estalle o para que mate solo en las condiciones adecuadas. En este caso, es una molécula de ADN, que en nuestro argot se llama el plásmido. Y lo que hace esta molécula de ADN es ir de la bacteria que nosotros hemos fabricado para que la transfiera a las demás bacterias. Se transfiere a cualquier bacteria que encuentre, pero solo se activa para matar o para destruir a la bacteria del cólera. Lo hicimos y funcionaba, era capaz de transferirse a varias bacterias y solo matar a la patógena.

¿Cuál es su principal utilidad?

El uso de antibióticos destruye todo tipo de bacterias. Ahora que se conoce mucho más sobre el microbioma humano y las bacterias que habitan con nosotros dentro de nuestro cuerpo, se sabe que hay muchísimas más bacterias beneficiosas que dañinas dentro de nosotros. Solo un 1% de las especies bacterianas son patógenas. De hecho, son claves en órganos principales, porque nuestro intestino sin las bacterias no serviría para nada. Necesitamos crear tratamientos con antibióticos que sepan discriminar. Nosotros hemos aportado la prueba inicial de concepto. Lo ideal es que se pueda aplicar en el futuro y matar solo a las bacterias que quieras destruir y no a las beneficiosas.

¿Tan preocupante es el riesgo de que los antibióticos sean menos efectivos?

Cada vez es más importante en el mundo la mortalidad por infecciones de bacterias resistentes a antibióticos. Se estima que, si no lo remediamos, en el año 2050 sería la primera causa de mortalidad. Eso acredita la importancia de invertir en este tipo de investigaciones. Porque cualquiera de nosotros a lo largo de nuestra vida hemos tomado tratamientos antibióticos, y cabe la posibilidad de que tengamos alguna bacteria resistente a los antibióticos y en algún lugar inadecuado. Eso puede provocar una infección. Por ejemplo, una bacteria de nuestro intestino que colonice el tracto urinario. Si es sensible al antibiótico, cuando lo tomamos, destruyes la bacteria. Pero si es resistente al antibiótico, hay que buscar un tratamiento alternativo.

Tras ese éxito en París decide volver a España para integrarse en el sistema científico español, lo que resulta misión imposible para muchos investigadores por falta de plazas y por exceso de precariedad. ¿Cómo consiguió superar esa barrera?

Estoy todavía intentando superarla. Todavía no estoy fija en mi puesto de trabajo. Tardé años en poder volver. Para mí fue muy complicado, no conseguía empleo, estuve cuatro años postulando para conseguir beca, contrato, etc. Tramité más de veinte solicitudes. Al final, decidimos volver a Sevilla, necesitábamos buscar trabajo mi marido y yo. Estuve más de un año sin encontrar nada. Hasta que en 2019 me contrataron en el laboratorio, gracias a un proyecto del Ministerio de Ciencia para jóvenes investigadores.

En España, ¿se es joven investigador... hasta la edad de jubilación?

Es posible. En mi caso, como leí la tesis doctoral cuando cumplí 30 años, he podido acogerme a esa convocatoria porque abarcaba a quienes aún no le habían transcurrido diez años desde que leyeron la tesis. Si no consigues uno de esos contratos, entras en un vacío en el cual es complicado mantenerse en España, porque no existen modalidades de investigadores intermedios. O eres jefe o estas empezando. En otros países sí está resuelto. En Francia se le llama 'ingénieur', que equivale a tener una formación para poder llevar a cabo trabajos complicados en el laboratorio, sin ser quien lo dirige. Y hay puestos fijos para ese tipo de personas.

¿Cuál era su sustento cuando buscaba y buscaba un puesto en un centro científico?

Aposté por la ciencia. No busqué otro tipo de empleo porque confiaba en conseguir un trabajo en lo mío para proseguir mi carrera científica. Aunque estuve en varias ocasiones a punto de tirar la toalla. Eso le ha sucedido a varios amigos míos, que han optado por dar clases o sacarse oposiciones. Mantuve la ilusión y me dediqué a escribir artículos de investigación que me quedaban por publicar, y a pensar y escribir los proyectos para conseguir una beca o contrato, lo que requiere dedicarle mucho tiempo. Tienes que idear qué quieres hacer, cómo lo vas a hacer, diseñar los experimentos, qué medios técnicos tienen en el lugar donde quieres investigar, cuánto dinero necesitas, cómo lo vas a gastar. Hay que pensarlo todo al milímetro. Y cuando tu propuesta queda desestimada, empiezas a reelaborar el proyecto para intentar que al año siguiente te lo aprueben.

¿Han dejado de ser creíbles las promesas políticas de impulsar la 'operación retorno' de tantos científicos en la diáspora?

No vuelven porque aunque quieren regresar, en España no consiguen financiación para sus proyectos como sí la logran en otros países, por ejemplo para producir vacunas, o tratamientos para combatir el cáncer o el alzheimer. Y también es una pena que no se rescate a los que abandonan la ciencia dentro de España porque no hay plazas para investigador. Como sociedad se ha invertido en esas personas, en su formación, y se desaprovecha.

¿En qué consiste su actual proyecto de investigación?

Es distinto al anterior. Me he desplazado a las cianobacterias, que son las bacterias fotosintéticas. Estas bacterias tienen un interés biotecnológico muy interesante porque realizan la fotosíntesis. Y la fotosíntesis es un proceso por el cual fabrican su propia comida. Es igual que las plantas. Las cianobacterias son las que ancestralmente formaron las células vegetales. Son como las plantas primitivas. Aparecieron en el planeta hace millones de años. Fueron uno de los primeros organismos. Y en este proceso fotosintético que realizan, capturan el CO2 de la atmósfera, y con el agua más la energía que le viene del Sol, fabrican su comida en forma de azúcar. Y en este proceso, liberan oxígeno. Como capturan el CO2, y hoy en día estamos tan preocupados porque emitimos muchísimo más CO2 a la atmósfera de la que nuestra biosfera es capaz de asimilar, es importante intentar crear productos biotecnológicos que contribuyan a la sostenibilidad de nuestro mundo.

¿En qué fase se halla?

Estoy estudiando la bacteria anabaena, muy compleja genéticamente. Y tiene muchos sistemas toxinas-antitoxinas como los que aprendí en París. Algunos de los que estoy descubriendo pueden ser muy interesantes. Si entendemos su complejidad para hacerla menos compleja, podremos utilizarla para fabricar herramientas de biotecnología.

¿Cómo la respaldan en el Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis, que forma parte del Centro de Investigaciones Científicas Cic Cartuja?

Me han acogido estupendamente para montar mi línea de investigación emergente. En el grupo donde estoy adscrita hay otros tres investigaciones principales y varios proyectos sobre cianobacterias. Enrique Flores trabaja con la endosimbiosis de las cianobacterias en las algas. Esas bacterias formaron las células vegetales que conocemos hoy en día. Antonia Herrero estudia la estructura multicelular de las cianobacterias y cómo se dividen, dan lugar a una forma como si fuera un collar de perlas. Ignacio Luque estudia el proceso de traducción dentro de la cianobacteria, por el cual la bacteria es capaz de leer lo que tiene en su genoma, en su cromosoma, en su ADN, y fabricar las proteínas que determinan lo que hace la función en la célula. Es como pasar de lo que está escrito en un idioma, a algo que está escrito en otro. Y yo estoy montando mi línea emergente para entender la inestabilidad genómica. Su genoma se mueve mucho para poder adaptarse al medioambiente. Y eso hace que sea complicado utilizar una bacteria de este tipo en biotecnología. Si le das las instrucciones para fabricar bioetanol a una bacteria de este tipo, que se mueve tanto, que es capaz de evolucionar y cambiar en un tubo de ensayo rápidamente, es alta la probabilidad de que no obtengas el producto final cuando quieras obtener miles de litros.

¿Ha conseguido además algún otro apoyo por parte de instituciones o fundaciones?

Solamente el de la Universidad de Sevilla. Al obtener el contrato para jóvenes investigadores concedido por el Ministerio de Ciencia, me han asignado un contrato del Programa de Garantía Juvenil, para recién licenciados menores de 30 años de edad. Gracias a eso, tengo en el laboratorio a Alicia Segura Mejías, es un apoyo esencial. Al menos somos dos.

¿Cómo está interconectada con los demás grupos de investigación que pueda haber en el mundo dedicados a la anabaena, para compartir conocimientos y evitar duplicidades en el empeño investigador?

Normalmente, presentamos los resultados en congresos nacionales o internacionales que eran presenciales, y surgen contactos para buscar colaboraciones, discutir sobre problemas que otros también afrontan, etc. Con la pandemia, la mayoría de los congresos han pasado a ser virtuales. Y eso me ha permitido asistir a muchos más, porque a los presenciales hay veces a los que no te puedes desplazar, ya sea por las fechas, o porque no tienes presupuesto para los gastos de inscripción y viaje. Ahora estoy muy atenta a todo lo que se ofrece online en la red Cyanoworld. Con multitud de seminarios y presentaciones sobre investigación de cianobacterias, ecología, metabolismo, genética, bioquímica... Y todo queda subido a internet en video.

¿Para publicar una investigación en una revista de referencia, hay que intentarlo varias veces hasta que lo aceptan?

Sí, sobre todo cuando estás al comienzo de tu carrera. A mí no me los aceptaron varias veces. Tienes que seguir intentándolo y mejorar tu trabajo. Porque los editores de una revista se lo envían a varios expertos para que evalúen si es válido o no. A veces te proponen hacer de nuevo los experimentos, te corrigen algunas cuestiones y piden que lo hagas de nuevo y que lo vuelvas a enviar.

¿El impacto de un hallazgo científico genera durante muchos años en internet una estela de comentarios y peticiones por parte de personas que lo descubren como si fuera nuevo por mor de los algoritmos que influyen en sus búsquedas?

Sí. A veces hay que basarse en artículos que se publicaron hace 20, 30 o 40 años y siguen siendo válidos. Algunos que leo sobre biología sintética son anteriores a mi nacimiento y me han servido muchísimo. Por ejemplo, a Enrique Flores y Antonia Herrero, jefes en mi grupo de investigación, que llevan muchísimos años trabajando con cianobacterias, y tienen una gran colección de mutantes, les siguen escribiendo desde numerosos países para pedirles estirpes que generaron hace ya muchos años.

¿Cómo aplica la biología sintética?

Lo que hago es construir trozos de ADN con nuevas funciones. Esos trozos de ADN se hacen como un puzzle, como coger piezas de diferentes puzzles para crear una nueva figura. Imaginemos que montamos un puzzle con piezas de la Torre Eiffel, de la Giralda y de otras torres. La biología sintética requiere de trabajo previo de identificación de estos trozos de ADN. Y para qué sirven. Con el fin de poder ensamblarlos para buscar una nueva función.

¿Le sorprendió la concesión de la Medalla de Sevilla?

Para nada me esperaba algo así. La mañana en la que me llegó un correo electrónico diciéndome que el alcalde de Sevilla quería hablar conmigo, pensé que se habían equivocado. Y cuando el alcalde Juan Espadas consiguió localizarme por teléfono, me dijo: “Qué difícil es hablar contigo”. Y le respondí: “Sí, porque creía que era mentira, y que no debía coger el teléfono por si querían apropiarse de mis datos”.

¿Qué le ha deparado un reconocimiento de este tipo, que trasciende del ámbito académico y científico?

Extender a más personas la importancia de lo que hacemos. Cuando se publicó en 2019 esa investigación, me sentí contentísima, y quienes trabajan conmigo sabían de su relevancia, aunque no trascendiera a nivel popular. La medalla concedida en 2020 ha servido para ampliar el círculo.

Con la preponderancia de la ciencia para atajar la crisis covid, ¿percibe si ha aumentado en la ciudadanía el criterio de dedicar más recursos a la ciencia y a los jóvenes investigadores como eje vertebrador del desarrollo social y económico?

Sí, sobre todo por las vacunas. Muchos amigos y conocidos nos han llamado a mi marido y a mí para pedirnos consejo, para cotejar si era verdad o no algo que habían leído. Y he comprobado cómo mucha gente se ha preocupado de entender en qué consiste este virus, qué es una prueba PCR, cómo se hace, etc. La pandemia nos ha hecho más visibles a los científicos, pero aún queda bastante camino para que la sociedad entienda de modo mayoritario la importancia de nuestra labor.

Ponga un ejemplo.

Hay amigos que me preguntan: “¿Cuándo vas a terminar de estudiar?”. Porque ven en mí a la ciencia como una actividad en la que siempre se está estudiando. Pero en realidad se trata de un trabajo, que en España es muy inestable laboralmente. Eso debe ser conocido para influir en cambiarlo. Hay que invertir muchísimo más en ciencia. Hace falta.