El ADN del guisante y los genes hispalenses

La Plaza Nueva fue un auténtico hervidero de pequeños que descubrieron ayer cómo en su interior habitan los científicos de mañana

01 oct 2016 / 12:29 h - Actualizado: 01 oct 2016 / 12:33 h.
"Ciencia","Sevilla, abierta 24 horas"
  • La Plaza Nuevo se convirtió ayer tarde en el epicentro de la cuarta edición de la Noche de los Investigadores que se celebró en ciudades de toda Europa. / Manuel Gómez
    La Plaza Nuevo se convirtió ayer tarde en el epicentro de la cuarta edición de la Noche de los Investigadores que se celebró en ciudades de toda Europa. / Manuel Gómez
  • Los más pequeños fueron los protagonistas. / M. Gómez
    Los más pequeños fueron los protagonistas. / M. Gómez
  • Se realizaron diversos talleres sobre los cinco sentidos. / M. Gómez
    Se realizaron diversos talleres sobre los cinco sentidos. / M. Gómez

En la Sevilla del siglo XXI, como en la Soria o en el Pekín de la actualidad, la gente ha perdido la curiosidad. Y la llamada Noche Europea de los Investigadores que se celebró ayer apela precisamente a eso, a que nos preguntemos cosas, a rascarnos la cabeza y a que nos ofrezcan explicaciones. Demasiado difícil eso de salir a la calle cuando Google le explica sin necesidad de quitarse las pantunflas cómo funciona, por poner, el reconocimiento facial en los primates. Pero ayer era viernes y, por fortuna, la Sevilla menuda si que sigue ávida de jugar con cacharritos sacados del Quimicefa. Y es más, seguro que por ese éxito tan rotundo entre el público más joven, más que de noche deberíamos hablar de tarde, que la cosa empezó a las seis, con la flama calentando todavía la Plaza Nueva.

Unos de los que mejor se lo montaron fueron los representantes del Herbario de la Facultad de la Biología de la Hispalense, que ayer echó el resto en el empeño de seducir a futuros científicos. Porque... ¿quién no ha soñado alguna vez con saber cómo extraerle el ADN a un guisante? Pues en esto que Montserrat Arista lo estuvo explicando con la misma pasión que Neil Armstrong debió detallarle a su mujer qué sintió al pisar la luna. Dicen que la ciencia es, hoy más que nunca, algo vocacional. Amén. Entre el público, un pequeño preguntaba a su padre que si el ADN del chícharo y de la lenteja eran igual que el del guisante. Ese sevillano en miniatura ya era un convencido. Crecerá, estudiará Biología Molecular y con un poquito de suerte se jubilará en Helsinki con morriña de aquel día en la Plaza Nueva y una estalactita en la nariz.

Desde el departamento de Microbiología y Parasitología explicaban cómo crecen las plantas y a la misma hora, Juan Cámpora, del Instituto de Investigaciones Científicas, disertaba así, en plan campechano, pues de algo tan a la mano como los organometálicos o, dicho de otra manera, las moléculas ciborg que revolucionan la química, tema estrella en los descansillos de la comunidad y en los recreos de primaria.

En la carpa del Centro Superior de Investigaciones Científicas se ponían más severos, exponiendo cómo la Unión Europea persigue el llamado «aceite de oliva impostor». Y , mientras la noche caía, Laura Giraudo se adentraba en una materia tan controvertida históricamente como los indígenas en América Latina. Felizmente, en todas las carpas había público. Y aunque, como hemos dicho, abundaban los niños, también se llenó el stand de la Universidad Pablo de Olavide para escuchar al profesor José Antonio Sánchez hablar sobre las enfermedades raras.

Debe ser que por los genes sevillanos corren las moléculas de Copérnico y Marie Curie, porque esta (tarde) Noche de los Investigadores va camino de convertirse en una Noche en Blanco temática. Sistemas constructivos, experimentos con el gusto y alusiones al nanomundo. Y alubias, muchas, que aquí somos de buen comer. Bioplásticos a través de las legumbres, rezaba una ponencia. Lástima que nadie se acordó del garbanzo pedrosillano. Otro año será.