Una mujer inteligente, sabia y con una trayectoria brillante en su camino. Así es Rosario Del Rey Alamillo, doctora en psicología, profesora titular del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla e investigadora principal del grupo de investigación Interpersonal Aggression and Socio-Emotional Development (IASED). Cuando ella comenzó como investigadora en los años 90, en España no se hablaba de violencia entre menores. De hecho, colaboró en el primer proyecto financiado por el Ministerio sobre acoso escolar, y desde entonces, no ha parado de avanzar en la investigación sobre este fenómeno.

La violencia entre menores está siendo invisibilizada en esta crisis sanitaria, convirtiéndose en un colectivo muy olvidado por las instituciones. Por ello, Del Rey, experta en convivencia escolar, particularmente en acoso escolar y ciberacoso, nos da las claves para entender más la violencia entre adolescentes.

El ciberacoso podría entenderse como una extensión del acoso escolar en Internet y las redes sociales, ¿la sociedad es consciente de este tipo de violencia en adolescentes?

Yo creo que la sociedad es más consciente del ciberacoso que del acoso escolar. A los adultos nos llama mucho más la atención que los menores hagan cosas que a nosotros no se nos ocurrirían porque no lo hemos vivido. De ahí que los adultos comprendan menos los comportamientos de los menores en redes sociales que los comportamientos de los menores cara a cara, que cuentan con una historia detrás y sí las han vivido. Si tú le preguntas a una persona de 40 o 50 años si en su clase se reían de alguien, a la mayoría de la gente le sale una expresión de sonrisa y dice “es verdad”. Sin embargo, si le dices que hay alguien a la que le hicieron una foto desnuda y después la colgaron, te va a responder “la gente está loca, ¿cómo hacen eso? ¿no se dan cuenta de las consecuencias?”. Nos hemos alfabetizado en el contexto virtual siendo adultos, con una madurez cognitiva, moral y cívica diferente. Otra cosa es que haya muchas familias, y parte de la sociedad, que no son conscientes del ciberacoso porque no lo son tampoco de los riesgos que supone, y, por tanto, tienen un comportamiento de riesgo. Un ejemplo sería cuando dicen cosas ofensivas de una persona por un grupo de WhatsApp. Somos conscientes de una parte y de la otra no.

¿Qué factores de riesgo pueden facilitar que un adolescente acabe siendo víctima o agresor de ciberacoso?

“Yo nunca me voy a convertir en víctima” o “esta persona nunca va a convertirse en víctima de acoso”. Eso no es cierto. Es verdad que hay personas que tenemos mayor probabilidad de convertirnos en víctimas y otras menos. Sin embargo, nadie está libre de ser víctima de ciberacoso.

La sobreexposición de los menores a internet, la alta necesidad de popularidad, la dependencia a redes sociales, la baja capacidad empática, las familias que no supervisan o los profesores que no alfabetizan son factores que aumentan el riesgo de que haya víctimas. No obstante, tener padres preocupados, menores bien desarrollados o centros implicados no quita la posibilidad de que los menores puedan ser víctimas o agresores de ciberacoso.

Si yo le digo a mi hijo “cuando te insulten por internet, tú ignóralo”, le estoy ayudando a no contribuir a que se acelere el proceso. Sin embargo, si el padre le dice “tú contéstale más fuerte o dame el teléfono que llamo yo a la madre”, de manera violenta, todo se puede agravar. Desde las familias y escuelas podemos proteger o ser un riesgo.

¿El aumento del uso de internet durante esta crisis sanitaria puede conllevar un aumento de este tipo de violencia entre adolescentes en la red?

Puede llevarnos a empeorar o mejorar la situación. A empeorarla porque nos encontramos en unas circunstancias de alerta y de riesgo en un contexto amplio, y eso hace que tengamos una situación muy diferente en los hogares. Hay hogares donde los progenitores están cuidando que los menores no estén todo el día en internet y cuando lo están, lo supervisan. Sin embargo, también hay contextos en los que las familias están, pero no echan cuenta o no utilizan aplicaciones de control parental. En estas ocasiones, los factores de riesgo se pueden enfatizar mucho más.

Conozco situaciones donde los adolescentes se conectan a internet para hacer una clase virtual y cuando se va el profesor se quedan los alumnos solos. Es entonces cuando se producen agresiones e insultos hacia víctimas de acoso, agravando así la situación porque no hay nadie supervisando.

Sabemos que hay un solapamiento entre las relaciones cara a cara y las relaciones online. Sin embargo, en la situación actual, al no poder asistir a los institutos, se reduce la parte del acoso escolar, pero se puede agravar más el ciberacoso. Los adolescentes están más aburridos, no tienen alternativas y hay un aumento de actividad en la conexión a internet, pudiendo esto incrementar la violencia entre adolescentes en la red. Esta podría ser una circunstancia esperable.

¿Una persona que ha estado involucrada en acoso escolar puede pasar a estar involucrada en ciberacoso en la situación actual?

Sí, esto puede suceder en la situación actual o en cualquiera. Ser víctima en el contexto cara a cara aumenta la probabilidad de ser víctima en el contexto virtual. El acoso escolar puede predecir el ciberacoso, no obstante, el ciberacoso no tiene por qué predecir el acoso.

¿Los adolescentes que sufren ciberacoso o acoso escolar son un colectivo invisible en esta situación de pandemia?

Sí, como muchos otros colectivos. Ahora mismo los institutos se han focalizado en intentar avanzar en el temario, y las familias en poder sobrevivir. Pero, desde luego, esos problemas no creo que estén siendo la prioridad ahora mismo.

¿Cómo pueden evitar los padres que sus hijos sean víctimas de este tipo de violencia? ¿Y cómo pueden detectarlo? ¿Algún consejo?

No se puede evitar cien por cien, pero sí se puede ayudar. Las pautas son:

- Ayudar a interpretar el lenguaje en las redes sociales. Es necesario alfabetizarles y estar con ellos para ayudarles a interpretar las situaciones que pueden suceder en internet.

- Controlar el tiempo de conexión.

- Controlar y supervisar el tipo de actividad que realizan online. Por ejemplo, dejar que jueguen a videojuegos violentos provoca que puedan normalizar la violencia. Por eso, hay que evitar este tipo de actividades en internet.

- Practicar la comunicación espontánea entre familias e hijos. Si las familias dedican tiempo en realizar actividades tranquilas con sus hijos, potenciarán y facilitarán la comunicación espontánea. Esto permitirá que sus hijos les digan “oye, mamá, ¿sabes qué?” y les cuenten sus preocupaciones.

Para detectar si tu hijo está siendo víctima de ciberacoso, hay que tener en cuenta que las víctimas pueden experimentar cambios de humor y trastornos del sueño. Pero, sobre todo, es necesario hablarles y preguntarles de forma constante cómo están. Es fundamental hacerles conscientes de que tú tienes conocimiento sobre ese problema y que eres una fuente de ayuda. En este sentido, es muy importante que las familias sean fuente de ayuda porque las víctimas, a menudo, no cuentan lo que les sucede a sus familias. Piensan que, en lugar de ayudarles, les van a castigar o sienten la situación como algo vergonzoso. Hay que saber regular esta circunstancia, pero, al mismo tiempo, hacerles ver que ante cualquier problema su familia es la que les va a poder ayudar.

¿Cómo puede afectar psicológicamente este confinamiento a los adolescentes que sufren acoso escolar o ciberacoso?

Una víctima que está muy inmersa en el proceso de victimización se daña no solo por lo que le hacen, sino también por lo que piensa que le están haciendo. Es importante no solo la agresión, sino cómo la víctima la interpreta. En ocasiones, están muy enganchadas y pendientes de internet para ver si les están criticando. Por eso, es importante la supervisión parental. No obstante, en la circunstancia en la que estamos, quizás no todos los adolescentes tengan en la mayoría de las situaciones a un adulto al lado que le ayude de la forma correcta. Pero, desde otro punto de vista, el confinamiento también puede ser una oportunidad para crear otra imagen de quién es esa persona en la realidad.