Hoy se cuentan aquí dos noticias, una buena y otra mala. La buena es que la gente tiene tiempo y ganas de discutir sobre si le gusta o no la portada de la Feria, lo cual es una extraordinaria señal que hará las delicias de la autoridad. La mala, que a la mayoría no le gusta. «¿Esto qué eh lo que eh, Dios mío?», exclama en Twitter el paisano Miguel, uno de los que han querido testimoniar su discrepancia con los criterios estéticos que han imperado en la elección del proyecto, obra de Hugo Montalbán (quien en agosto pasado, cuando se presentó su diseño –efectivamente: en agosto–, ya presentía que la cosa se iba a poner calentita, como sucede por lo general cuando se arriesga). Ante este panorama, El Correo ha metido los dedos en el asunto y ha convocado referéndum en su web. Y así, utilizando el tuteo, que por lo visto es más feriante, pregunta: ¿Os gusta la portada? Resultado: de alrededor de 2.500 votos emitidos hasta ahora, 55 por ciento de noes, 45 de síes. Apretado veredicto, con ventaja para los detractores.

Parece una tontería y efectivamente lo es, pero desde que el asunto feriante se ha convertido en materia preferente de consulta a la ciudadanía, reparto de festivos, ocupación hotelera y demás movimientos tácticos de una ciudad cuya industria principal es que venga la gente a punta pala, los juicios de gusto van más allá de la clásica pejiguería de ociosos, una actividad de la que Sevilla tiene el récord Guinness. Vamos, que hay pasta de por medio y toda la propaganda cuenta. Cada vez que se publican tuits como el de Gonzalo –«Qué cabronada la portada de la Feria de Sevilla»– se muere un gatito en la Delegación Municipal de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo, y a otro le pisan el rabo (ahora que está prohibido) en la de Seguridad, Movilidad y Fiestas Mayores.

¿Es para tanto? Bien, la portada de la Feria entra dentro de lo francamente criticable en Sevilla. Mucho más que los asuntos de la Semana Santa, es curioso. El diseño de este año, que ya se alza casi por entero en su emplazamiento habitual de la embocadura del real por la calle Asunción, es un homenaje vistoso a la Expo 92, al cumplirse el primer cuarto de siglo de su celebración. En todo lo alto, la bola amarilla con el Curro incrustado así, en actitud volandera, y un letrero –¿hacía falta?– recordando la efeméride. A los lados, como pilares de la estructura, las chimeneas abotelladas de la antigua fábrica de loza de la Cartuja y como arcos los del Pabellón del Futuro. Era una opción. En la red social tienen otras, como un paisano que prefiere dos cañas de cerveza y en lo alto un plato alargado de altramuces, puestos a inspirarnos en los monumentos locales.

«Espero que la portada de la Feria sea una broma», escribe Alicia, mientras un tuit de Juanma intenta poner las cosas en su sitio: «Una cosita, chavales: si no os gusta la portada de la Feria, no vayáis. No hay que hacer las cosas por obligación. Sufrimiento innecesario». La verdad es que hace ya treinta años que no hay forma de hacer una portada de Feria original como no sea creando un monstruo, o sea, rompiendo los patrones clásicos y bordeando la ordinariez. Ya se ha hecho de todo. Solo falta poner como remate superior el de la Estación de San Bernardo, usando como soportes las columnas de la calle Mármoles y como arcos los de las Atarazanas. De hecho, se podrían usar incluso los originales, ya que parece ser que nadie los quiere. «La portada de este año de la Feria es una broma de mal gusto», escribe Yisus, «y eso que yo nací en el 92», añade, como si ambas cosas formasen una contradicción. «¿Quién no va a hacerse ni una foto en la portada de la Feria de este año?», pregunta Marina Nieto. Pero esa sería ya otra encuesta.