Los barrios también tienen sus casetas

Son seis y de acceso público. En ellas se citan cada día los vecinos y asociaciones para vivir la Feria que más se parece al ambiente cercano y acogedor de los barrios

21 abr 2018 / 07:22 h - Actualizado: 21 abr 2018 / 07:22 h.
"Barrios","Feria de Abril 2018"
  • Los vecinos de Sevilla Este-Cerro-Amate disfrutan de la Feria en la caseta de su distrito, ubicada en la calle Pascual Márquez, 215. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera
    Los vecinos de Sevilla Este-Cerro-Amate disfrutan de la Feria en la caseta de su distrito, ubicada en la calle Pascual Márquez, 215. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera

Hay mentiras a medias que por mil veces repetidas ya son para algunos medias verdades sobre la Feria de Abril. Los hay empeñados en hacer ver que el Real de Los Remedios no está hecho para quienes nos visitan, que quien no tiene un amigo, o un compadre de un conocido, no tiene nada que hacer bajo los farolillos. Es más, hay quien asegura, casi como un evangelio de la sevillanía, que sin ser socio de una caseta privada y pagar al año una cifra de euros con más de tres ceros no se podrá disfrutar del buen ambiente, bailar una sevillana al cobijo de una lona bicolor o brindar con rebujito para que rebose la alegría. Pues qué quieren que les diga, que todos esos aguafiestas de la rancia tradición andan más perdidos que los que brindan con un crianza y se toman un pescadito en el Alumbrado.

Porque en Sevilla, y en su Feria, se brinda con manzanilla –o rebujito si prefieren–, se come pescaíto y la noche del inicio es la del Alumbrao. Lo demás, como eso de que las casetas son solo para los sevillanos de clavel en la solapa, caballo en la puerta y el taco en el bolsillo, es un mito que no hay quien se trague y que a estas alturas de la vida ya va siendo hora de tirar por tierra. Sevilla es tierra acogedora, de brazos abiertos para el que la visita. Y obviando al portero malaje y con cara de enterrador que no le deja ni siquiera asomarse a buscar a un amigo que está dentro, la mayoría de las casetas le dejarán pasar para disfrutar de la semana de farolillos. Pero por si acaso, el mejor antídoto a las puertas cerradas será siempre el espíritu acogedor de las casetas públicas, esas en las que todos –sevillanos y foráneos– tenemos un carnet de socios al club del respeto, la felicidad y el abrazo.

Seguramente sean menos de las que hacen falta en una Feria como la de Sevilla. Pero las hay que no es poco. Y visto el concepto de fiesta que tiene más de uno es para darse con un canto en los dientes. De todas las de acceso libre, una quincena, según el Ayuntamiento, hay un grupo que sobresale por su autenticidad y su arte. Son las casetas de los distritos, verdaderas prolongaciones de los barrios sevillanos en el Real. En ellas nadie le pedirá el carnet de socio ni le harán un examen sobre su sevillanía. Pero eso sí. No le faltarán los farolillos –verdes y blancos, curiosamente–, ni un tablao para bailar sevillanas, ni lo típico que se come estos días en la Feria: si se puede, jamón; si no llega para ibéricos, pues un poquito de pescaíto; y si la cartera ya está pegando tiritones, siempre le quedarán los montaítos y los pimientos fritos, que llenan el estómago y cuestan más baratitos. Vamos, lo que pasa en la mayoría de las casetas según va avanzando la semana.

En total son seis las casetas en el Real que están dedicadas a los distritos de la ciudad, repartidas entre las calles Ignacio Sánchez Mejías, Antonio Bienvenida y Costillares, con una en cada una, y Pascual Márquez, en la que están hasta tres de ellas. Y en todas se repite la misma historia, tan curiosa como de algún modo lógica. Como una norma no escrita, los vecinos y asociaciones de cada barrio se citan en la caseta que lleva el nombre de su distrito, raro es que lo hagan en otra. Se ve que así se sienten como si estuvieran en su casa. Eso le ocurrió a los miembros de la asociación cultural Pepe Moreno, con sede en la calle Feliciana Enríquez de Bellavista. Total, que decidieron vivir un día de Feria en familia y allí que se fueron, a la caseta que comparten los distritos Sur y Bellavista-La Palmera en la calle Ignacio Sánchez Mejías. «No vamos a disfrutar, miarma, si esto es lo más bonito que hay en España entera», contaba Isabel, una de las vecinas que se lo pasaba en grande en la Feria.

Su historia, la de Isabel, es la misma que se repite en el resto de las casetas de los distritos. Cambien su nombre por el que les apetezca y ahora imagínense la escena. Un ramillete de señoras, con su traje de flamenca, su flor en el pelo y unas ganas de vivir la vida que no se corresponde con lo que pone en la fecha de nacimiento del DNI. De ellos nos dio ejemplo, en la caseta de los distritos Este y Cerro-Amate, una señora que con 88 años miraba con unos ojos de ilusión como si estuviera viviendo la Feria por primera vez en su vida. «Le dije a mi nieta Rosa María que es verdad, que aunque no se lo creyera he venido a la Feria», contaba emocionada. A ella, como al resto de sus amigas, poco más que unas palmas por sevillanas y unos platitos de comida para compartir les hacía falta para ser felices y ponerle un poco de alegría su día a día.

Y a todo eso le añaden ser garantes de la Feria de antaño, de la que se nos fue. En sus manos suenan a gloria esas castañuelas de siempre que cada vez son más difíciles de ver entre los más jóvenes. Pero ellas las conservan, como también resucitan esas letras de las sevillanas que se cantaban en los patios de vecinos de la Sevilla más popular. Sus voces son las de María la morena, Lo tiré al pozo, Rosa de pitiminí o Tiene una cinturita, por poner solo algunos ejemplos de estas sevillanas por las que no pasa el tiempo ni las modas.

Pero no crean que solo suceden estas cosas en las casetas de los distritos. Todavía va a más. En ellas, se citan quienes vienen de visita a Sevilla estos días a conocer esa Feria que cuentan en los telediarios nacionales y que siempre es mucho mejor de lo que se esperaban. En la caseta de los distritos Macarena y Norte, un grupo de amigas de Cuenca, con su abanico, su delantal de lunares y una combinación de tópicos de dudosa estética, intentaban bailar sevillanas. «La Feria es lo mejor del mundo entero». Con esa lección bastaba.

A falta de compás, alegría. A falta de casetas privadas y dinero para permitirse el lujo, estos espacios abiertos a todos en los que lo único importante son las ganas de pasárselo bien y de disfrutar. Y aunque la Feria se apague esta noche, aún están a tiempo de darse una vuelta por ellas y conocerlas. Les sorprenderán. Así que ya saben lo que hay que hacer: cojan sus castañuelas o toquen las palmas, cítense con sus vecinos y tiren para el Real. Porque la Feria, como la ciudad misma, no sería nada sin el alma de unos barrios que también tienen sus casetas.