El café cantante Novedades (1897-1923) y el Gran Café de París (1906-1961), víctimas de la piqueta, fueron establecimientos emblemáticos del enclave, donde sólo se mantienen los edificios de la zapatería La Imperial (1908) y la confitería La Campana (1885). Los edificios del Novedades, La Imperial, La Campana, el Gran Café de París, Tropical y Farmacia Central, casi todos heredados del siglo XIX y primeros lustros del XX, dieron a la plaza una fisonomía entrañable. El enclave urbano actual de la Campana ofrece perspectivas muy distintas de las de primeros del siglo XX, y aún de las de hace medio siglo. No sólo han alterado el diseño los ensanches, sino la morfología de las nuevas edificaciones y la entidad de los comercios.

La plaza de la Campana, junto con la del Duque de la Victoria, y la calle Sierpes, fueron el vértice de las noches alegres sevillanas, lugares de encuentros obligados antes de cruzar las calles Trajano y Amor de Dios hacia la Alameda de Hércules y calles adyacentes, donde estaba el «templo de la noche». En la plaza de la Campana se formaban los corros de amigos que tomaban la penúltima copa en el Gran Café de París, en el Plata o en El Tropical, y luego en el Bar Pinto, para iniciar el camino hacia la Alameda de Hércules, donde les recibían en la plaza de la Europa, Las Siete Puertas y Casa Morillo con sus reservados y las muchachas de alterne, y los bares La Sacristía, Casa Parrita, Villasol, Eureka y Pitones, además de la pescadería Las Gallegas, para el último bocado de la noche. Y en la plaza del Duque, el teatro de su mismo nombre, era el complemento festivo, con sus representaciones frívolas. Lo mismo sucedía con los cabarés localizados en la zona, el Kursaal Internacional, en la calle O’Donnell, y el Variedades, en las calles Amor de Dios y Trajano, más el Zapico en la calle Leonor Dávalos, en la misma Alameda.

Un enclave urbano conocido como la Puerta del Sol sevillana. Los nombres legendarios de este sector fueron del Pastelero y del Confitero, hasta que en 1666 se documenta como Campana.

Los cafés de la calle Sierpes, que unían el día con la noche hasta casi el amanecer, y que según Manuel Ferrand daban al ambiente callejero un aroma permanente de café con leche recién hecho; los teatros y cines, como los salones Imperial y Lloréns; la confitería La Campana, los diversos bares de copa, como El Toro, especializado en aguardientes de la Sierra Norte, donde los noctámbulos tomaban fuerzas para seguir la juerga.

El vecindario de la plaza de la Campana en 1900, se iniciaba con la confitería La Campana, de Antonio Hernández Merino, el restaurante Pasaje de Eritaña, de Manuel Vázquez y Sobrino, el fotógrafo Ricardo Sanz Vidal, la panadería de Aurelio Castañeda, el despacho de lotería de José María López, el popular Bazar de la Campana, de Rafael Rodríguez, el almacén de coloniales al por mayor de Hilario Gutiérrez Gómez, la sombrerería de Rafael Morales, la popular cervecería alemana de la viuda de Emilio Parody y Pippo, el relojero y grabador José Luengo Aparicio, el estanco de Rafael García, que estaba en una accesoria del café cantante Novedades; las librerías y papelerías e imprentas de Hijos de Campo y Eulogio de las Heras, luego establecido en la calle Sierpes; la tienda de ultramarinos finos de Sucesores de Francisco Ambrosio del Campo, el barbero Paco Valois, y el boticario Mariano Andrés y Fabiá, con la popular Farmacia Central.

En 1915 permanecían casi todos los mismos establecimientos, algunos regentados por los herederos, caso de la Farmacia Central, ahora de Rodrigo Jiménez Urbano, y del Bazar de la Campana, regentado por Guerrero, Pérez y Ortiz. Desde mediado los años veinte se incorporaron nuevas firmas, como los populares joyeros Salvio Miguel y José Dalmás Rojas, los farmacéuticos Alberto y Rodrigo Jiménez Ortega, la primera agencia del Banco Hipotecario de España, y la popular Casa Kodak, en los bajos del edificio de esquina con la plaza del Duque, un edificio adscrito al regionalismo y construido en 1912 por José Gómez Millán en la manzana formada por las plazas de la Campana y Duque de la Victoria con las calles Carpio y Tarifa, para José Gómez y Pérez de León.

El enclave urbano formado por las plazas del Duque y de la Campana, más las calles O’Donnell, Tarifa, Santa María de Gracia, Amor de Dios y Trajano, con el complemento clave de la calle Sierpes, fue desde finales del siglo XIX y hasta mediado la centuria siguiente, la «puerta de la noche» sevillana.

El precioso edificio del Gran Café de París que vemos en una postal de los años veinte, fue construido por el arquitecto Aníbal González Álvarez-Ossorio, para Manuel Suárez entre 1904-1906. Estaba en la esquina de la plaza de la Campana con la calle O’Donnell. Un edificio con mala suerte, pues fue derribado a principio de la década de los sesenta y ya en los años veinte presentaba modificaciones básicas sobre el original de 1906. En efecto, pueden observar que le faltan la baranda crestada de la azotea y el frontal del rótulo modernista, elementos del «lirismo floral» inicial de la fachada proyectada y no realizada en su totalidad. Cayetano García Carro fue el iniciador en 1915, en el Gran Café de París, de la afamada saga hostelera Juliá, como padre de la veterana y popular empresaria hostelera Pilar García Alonso (1904), casada con Eduardo Juliá de Mena, también hostelero, y madre de los hermanos Juliá. Desde 1915 hasta mediado los años cuarenta, el Gran Café de París fue el centro de la sociedad burguesa de clase media alta sevillanas, lugar de referencia para los turistas, y de tertulias culturales y artísticas. En los años veinte y treinta organizaba conciertos vespertinos. Fueron muy populares sus salones de billar.

Mejor suerte tuvo el edificio de la zapatería La Imperial (1907-1908), en la esquina de la calle Santa María de Gracia, construido por Aníbal González y Álvarez-Ossorio, autor también del edificio del Gran Café de París, como antes citamos. Este edificio de la Imperial, junto con el de la confitería La Campana, son las únicas referencias históricas del enclave que se conservan. La confitería La Campana fue fundada en 1885 en un edificio restaurado procedente de 1733, antiguo convento de Santa María de Gracia.

Como puede comprobarse por las imágenes, la morfología arquitectónica de la plaza de la Campana tenía características propias de una ciudad provinciana, que mantuvo sus costumbres decimonónicas durante las primeras décadas del siglo XX. Las escenas de costumbres son entrañables, con el fondo de la Farmacia Central, herencia del siglo XIX, los viandantes y sus vestimentas.

Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, la plaza de la Campana mantuvo un caserío con personalidad e historia social y económica, salvo el gran caserón del café cantante Novedades, que fue derribado en 1923 para ensanchar la calle Martín Villa. Este edificio ocupaba toda la acera Oeste, salvo un pequeño callejón haciendo esquina con la calle Santa María de Gracia. A partir de los años cincuenta del pasado siglo, fueron desapareciendo el Gran Café de París, la Farmacia Central, el Bar Tropical y otros edificios sede de establecimientos comerciales. Asimismo, otras casas antiguas fueron reformadas, como la Joyería Dalmás. Luego fueron alterándose los edificios e incluso demoliéndose, para alzar otros nuevos, hasta llegar a nuestros días. A partir del medio siglo XX, la Campana fue modificando su morfología arquitectónica, y ya a partir de los años setenta la cambió radicalmente. A finales de la pasada centuria también se alteró el diseño de su pavimentación. La morfología arquitectónica de la plaza de la Campana ha perdido por completo las características propias de una ciudad provinciana, que mantuvo sus costumbres decimonónicas durante las primeras décadas del siglo XX.