El Cordobés: una historia de idas y venidas (primera parte)
El mítico califa de Palma del Río cimentó el grueso de su carrera entre su volcánica irrupción novilleril y su primera retirada formal en la temporada de 1971
El llamado ‘Ciclón’ de Palma del Río, en sus años de apogeo en la plaza de Córdoba. / Álvaro R. del Moral
Álvaro R. del Moral
La primera retirada de Manuel Benítez Pérez, aún con una carrera entera y una leyenda por escribir, no llegó a materializarse. Desmoralizado y hundido, había resuelto dejar el toreo después de contemplar la muerte de su compañero Manuel Gómez Aller en la cama contigua del Hospital General de Madrid. Ambos habían sido heridos por el mismo novillo en la localidad madrileña de Loeches, el 13 de septiembre de 1959. Había sido su segunda actuación más o menos seria en los ruedos después de haberse tirado de espontáneo en Córdoba, Aranjuez o Madrid; de andar a salto de mata por los cerrados de las ganaderías; de sobrevivir en el filo de la navaja. En ese momento, con 24 años cumplidos, sólo pensaba en buscarse la vida y resolvió marcharse a Francia para trabajar como temporero. Los toros –o eso creía en ese momento- tenían que quedar atrás.
Pero antes de tomar ese tren a los viñedos franceses se produjo un encuentro providencial que cambiaría la vida del incipiente torero –también la historia doméstica de este país- y dibujaría una de las imágenes más inconfundibles de los años 60. El marisquero cordobés Rafael Sánchez, el célebre Pipo, sería el encargado de modelar el personaje, aprovechando y dramatizando la extracción humilde del antiguo Renco; su condición de ratero ocasional y buscavidas en esos caminos polvorientos de la España que empezaba a sacudirse las grisuras de la posguerra. El Pipo le bautizó como El Cordobés. Y el 15 de mayo de 1960, después de una impresionante campaña de relaciones públicas y alardes publicitarios organizó una novillada sin picar en Córdoba, a plaza llena, que supondría su despegue inmediato. Empezaba su propia era...
La almohada
Han pasado mucho, muchísimo tiempo de aquellos lances retratados en blanco y negro. Pero Manuel Benítez ha vuelto a salir a la palestra, con ochenta y cinco años cumplidos, al ofrecerse para torear el festival de la Asociación de la Lucha contra el Cáncer en la plaza de Los Califas de Córdoba. No conocemos aún el verdadero alcance del órdago cordobesista pero, seguramente, podría ser la última vez que contemplemos en vivo a uno de los grandes mitos del toreo, protagonista indiscutible de la historia íntima de este país. En cualquier caso, el empeño sirve para refrescar el largo historial de idas y venidas de una carrera que vivió sus años más intentos en aquella década prodigiosa que no se puede entender sin su sonora y panorámica carcajada, el flequillo iconoclasta y el férreo mando que ejerció sobre todos los resortes del toreo de la época.
Aquella dictadura sobre los entresijos del negocio y los altísimos emolumentos que ya empezaba a cobrar el torero, encontrarían contestación en la patronal taurina del momento, resuelta a rebajar las aspiraciones dinerarias del llamado ciclón de Palma del Río de cara a la temporada de 1967. La respuesta de Benítez fue convocar a la prensa en Córdoba para anunciar su firme decisión de retirarse del toreo. El Cordobés argumentaba que “había consultado con la almohada” para tomar esa drástica medida que puso en pie de guerra a todo el negocio. La reacción de los principales empresarios taurinos de la época no se hizo esperar. El 6 de febrero de aquel año peregrinaron a la finca ‘Villalobillos’ para rogar a El Cordobés que reconsiderara su decisión. El anuncio de esa pretendida retirada frustró los planes de los hombres del puro. Se trató, en definitiva, de una auténtica bajada de pantalones que concluyó con la firma del torero y los empresarios –Balañá, Canorea, Livinio Stuyck o Andrés Gago entre otros- en la misma almohada que El Cordobés aseguraba haber consultado. La gran patronal tuvo que tirar de bolsillo y El Cordobés... no se retiró.
Pero los empresarios volverían a la carga dos años después. El Cordobés, una vez más, tampoco se doblegó. Aliado con Palomo Linares y los hermanos Lozano respondió esa vez con la famosa ‘Guerrilla’ que les llevó a peregrinar por cosos menores y alejados de las grandes ferias en la temporada de 1969. Pero el Benítez estaba a punto de rebasar su primera etapa profesional, la más intensa y trascendente. Lo hizo volviendo a amagar con una nueva retirada en 1970 antes de que las aguas volvieran a su cauce en los despachos. Fue un año en el que, paradójicamente, batió todos los ‘records’ habidos y por haber hasta entonces. Sumó 121 corridas de toros antes que en 1971, ahora sí, pusiera fin a su intensa y revolucionara primera etapa en los ruedos. Había terminado la década prodigiosa.
1979: el primer retorno
Pero El Cordobés no había dicho su última palabra y volvió a vestirse de luces el 22 de julio de 1979 estoqueando seis toros de Carlos Núñez en Benidorm. Todo había cambiado: el torero, el país y hasta la propia profesión, sacudida por nuevas exigencias y un clima algo enrarecido que –como dictaminó Ortega y Gasset- no era ajeno a la tensión que se vivía en una sociedad en transición. Sumó poco más de 30 corridas en ése y el año siguiente y no se libró de una fuerte cornada en Quintanar de la Orden. Pero la conexión con los públicos y el rendimiento del propio torero ya no eran los mismos. En el tramo final de la tercera temporada de esa vuelta de circunstancias tenía que torear Albacete. Fue el 14 de septiembre, anunciado con una corrida de Los Guateles junto a Rafael de Paula y Palomo Linares. Pero ese día se produjo un trágico suceso que precipitó una nueva retirada del antiguo ciclón de Palma del Río. Esa marcha se puede considerar la verdadera clausura de su carrera profesional si prescindimos de los vaivenes que iban a llegar tres lustros después.
Al salir el quinto toro, el segundo del diestro de Palma del Río, un ejemplar salpicado que había quedado suelto en los primeros compases de su lidia, un joven encofrador, padre de familia, descamisado y sin la más mínima defensa al que apodaban ‘El Chocolate’ saltó al ruedo y fue corneado brutalmente sin que ni El Cordobés ni sus hombres pudieran impedirlo. Las heridas eran mortales de necesidad: los pitones le habían destrozado el hígado, el bazo y el cayado de la ahorta, desangrándose sin remedio en unos segundos. El público, que hoy ensalza y mañana condena, acabó responsabilizando a Manuel Benítez y su cuadrilla del desgraciado lance. Se habían derribado los últimos puentes. Tocaba marcharse de nuevo.
El festival del Nevado del Ruiz
Pasó un lustro entero, seguramente los años de mayor discreción personal del torero, consagrado a sus negocios, entregado a la familia y el campo... No hubo declaraciones, salidas a la palestra. Ni siquiera un festival para matar el gusanillo. Pero se produjo otro acontecimiento desgraciado que, indirectamente, lo sacaría de su retiro. Fue la erupción del volcán Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985, que sepultó la ciudad colombiana de Armero, produjo una larga lista de víctimas y estremeció al mundo a través del testimonio televisado de una niña agonizante: Omayra Sánchez.
La vocación solidaria de las gentes del toro no tardó en materializarse con la organización de un festival, el 4 de abril de 1986, a cargo de la Federación Nacional Taurina. La estrella era El Cordobés pero aquel día caló el clasicismo de Antoñete y, sobre todo, se lanzó a un jovencísimo Joselito Arroyo que no tardaría en tomar la alternativa. Eso sí: el festejo permanece en la memoria colectiva por el salto al ruedo de un jovencísimo espontáneo llamado Manuel Díaz –aún se anunciaba Manolo en los carteles- al que aún le quedaban muchos años para ser reconocido por la vía del juzgado como hijo legítimo de El Cordobés. Ahí quedó la cosa.
Sea como fuere, el entrenamiento y el contacto renovado con la vida de torero animó a Manuel Benítez a anunciar una nueva reaparición formal. La vuelta, fijada para el 30 de abril de 1987, iba a tener carácter de acontecimiento: estaba dispuesto a despachar en solitario seis toros de Carlos Núñez en la plaza de Los Califas de Córdoba y a beneficio de la Cruz Roja Española. Una operación de apendicitis, no sabemos si providencial, frustró el empeño unos días antes de la fecha prevista. ¿Habría vuelta a la palestra? (Continuará)
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