La pasmosa quietud de David de Miranda impacta en el festival del Rocío
El diestro de Trigueros fue el máximo triunfador del festejo organizado en la plaza de Huelva a beneficio de las obras asistenciales de la Matriz de Almonte
Álvaro R. del Moral
Las tierras del Aljarafe y el Condado empiezan a enseñar los esplendores de esa primavera que, como en la canción, nunca llega. Los colores son muy distintos de los que muestran estos mismos campos en la bisagra del verano cuando la meta son las corridas de Colombinas. Pero el amable ambiente del coso de La Vega Larga es el mismo. Había un motivo de peso: recabar fondos para las obras sociales y asistenciales de la Hermandad Matriz de Almonte reforzando, de paso, la riquísima historia taurina y rociera de los campos de la Baja Andalucía.
No es un asunto de antes de ayer. El dato lo desvelaba, días atrás, el impagable investigador taurino sevillano Luis Rufino. En 1879 ya se había celebrado en este mismo lugar, en otra plaza, un festejo a beneficio de la incipiente hermandad rociera de la capital choquera. Han pasado 144 años y aunque todo ha cambiado, todo sigue igual...
Y el pasodoble 'Mi Huelva tiene una ría' precedió a las gaitas y los tamboriles y el evento, siguiendo la inevitable moda moderna, comenzó cuando Dios quiso, previa interpretación del himno de Andalucía y la salve rociera por parte de los tamborileros almonteños que encabezaron un colorista paseíllo enelque se mezclaban jinetes, infantes y hasta los forcados de Beja que completaban el cartel. Siguió la música, la entrega de recuerdos, las fotos, los besos, abrazos y parabienes...
Tenía que salir el toro...
Y al fin salió el primero... Era para el jinete onubense Andrés Romero. Sintió el calor de los suyos gracias a una entregada y trepidante actuación ante un bravito pero claudicante ejemplar de La Rosaleda en la que no se guardó nada en los bolsillos del marsellés. El colofón de su lidia fue la emocionante 'pega' de los forcados portugueses antes de que Romero tomara las cortas y el rejón definitivo, que cayó regulín. El palco se agarró al acero; no hubo trofeo.
Pero el lío era pie a tierra: Morante, tocado con un deslumbrante y alto fieltro zaíno y protegido por unos flamantes zahones engrasados, paró al bonito torete de Pereda con un puñado de lances que tuvieron sabor a Edad de Plata. Los del quite tuvieron aún más cadencia y la media, recogida y a pies juntos, fue un sencillo tratado de gracia. El animal no estaba sobrado de brío pero el diestro de La Puebla se reunió con él en una redonda y precisa tanda diestra. Lástima que al bicho le faltara continuidad, ritmo, un poquito de clase... No había dado para más aunque, eso sí, lo despenó de una contundente estocada que validó el trofeo.
Llegaba el turno de Juan Ortega, vestido con el mismo terno que había ofrendado a la Virgen del Rocío unos días antes y templado con el percal ante un ejemplar de Albarreal que puso el freno pronto. La elegante compostura del diestro sevillano contrastó con la falta de alma del animal pero la cosa, más allá de un muletazo aquí o allá no podía pasar a mayores.
David de Miranda saltó en el ecuador del festejo mientras el frío arreciaba. También tenía delante uno de Albarreal que acabó derribando con estrépito al picador y su montura. Pero el torero de Trigueros se apretó en el quite poniendo el calor que le faltaba a la tarde. El trasteo se ciñó por estatuarios y hasta tuvo cierto tono experimental por el lado izquierdo, llevando la embestida sobre la muñeca pero el lío gordo -de los de verdad- llegó cuando, metido en la cuna, se enroscó al toro, completamente metido en su terreno con una arrucina, muletazos invertidos y una pasmosa quietud que caló de verdad en los tendidos. Las bernardinas finales tuvieron el mismo tono y hay que reconocer que el bicho, obediente y manejable, también fue agradecido. La espada entró pronto; no del todo bien. Cortó dos orejones que paseó entre palmas por Huelva.
La luz empezaba a derramarse por los cabezos cuando salió Pablo Aguado, encajado y templado por verónicas ante un lucerito chorreado. Brindó a Miranda y se empleó en un trasteo que comenzó con sabrosos muletazos por bajo y rompió en una tanda de redondos rematada con un excelente pase de pecho. La cosa no terminaba de fluir por el izquierdo y tuvo que volver al otro lado para levantar el vuelo. Los ayudados por alto pusieron la firma pero la espada se encasquilló en los primeros viajes. En el tercero agarró la estocada. La cosa quedó en saludos...
El novillero García Palacios iba a cerrar el festival al borde de la anochecida. Le echaron un eral de Pereda, berreón y un punto aquerenciado, que brindó a su madre. Se entregó a tope, sobreponiéndose a su propio verdor, pero le acabaron tocando los tres avisos...
Ficha del festejo
Ganado: Para rejones se lidió un ejemplar marcado con el hierro de La Rosaleda, de más a menos; en lidia ordinaria salieron dos de José Luis Pereda -segundo, quinto y sexto- y otros tres de Albarreal que salieron en tercer, cuarto y sexto lugar. El segundo no tuvo clase ni ritmo; al tercero le falló el motor y el alma; el cuarto fue manejable; el quinto se dejó por el derecho y el sexto fue un eral con movilidad.
Actuantes: El rejoneador Andrés Romero, ovación
Morante de la Puebla, oreja
Juan Ortega, ovación tras aviso
David de Miranda, dos orejas
Pablo Aguado, ovación tras aviso
El novillero García Palacios, palmas de consolación tras tres avisos.
Los forcados de Beja 'pegaron' durante la lidia del primer toro siendo muy ovacionados.
Incidencias: la plaza registró tres cuartos de entrada en tarde despejada pero muy fría. Al final del festejo se retiró del toreo el banderillero Jesús Carvajal.
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