Toros

Diodoro Canorea, veinte años después

El recordado empresario regentó la plaza de la Real Maestranza durante cuarenta años

30 ene 2020 / 13:01 h - Actualizado: 30 ene 2020 / 13:05 h.
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  • Diodoro Canorea. / El Correo
    Diodoro Canorea. / El Correo

La muerte sorprendió a Diodoro Canorea el 28 de enero de 2000 –ahora ha hecho veinte años- montando una temporada que no pudo ver. El veterano empresario de la plaza de la Maestranza arrastraba algunos achaques y había tenido que afrontar alguna intervención de cierta relevancia pero seguía haciendo vida normal y, sobre todo, permanecía sumergido en la gestación de lo que de verdad le gustaba: montar corridas, dar toros, alumbrar esa Feria de Abril que presentaba con la añorada mariscada de Río Grande... Fue su hija Mercedes la que le descubrió de madrugada, sentado en un sillón y con la televisión encendida. Estaba ya muy grave y cuando se le trasladó a la clínica del Sagrado Corazón sólo se pudo certificar su muerte. Tenía 77 años y de ellos, había pasado 40 al frente de la empresa Pagés.

Canorea había llegado a la gerencia de la empresa y, por extensión de la plaza de la Maestranza, por matrimonio con Carmen, hija del célebre y polifacético empresario catalán Eduardo Pagés que se hizo con las riendas del histórico coso en diciembre de 1932 sucediendo a tal Abascal. Pagés firmó un primer contrato que le vinculaba a la Maestranza durante cuatro años. Ya han pasado casi noventa y algo menos de la mitad de ellos tuvieron la impronta, el estilo y el alma del bueno de don Diodoro, eslabón fundamental en esta dinastía de empresarios que ahora encabeza Ramón Valencia, yerno del recordado empresario manchego.

Antecedentes

Conviene hacer un poco de historia: de los primeros años de la empresa queda la famosa y polémica exclusiva de Belmonte y hasta aquellas míticas cinco tardes que don Eduardo Pagés firmó a Manolete en 1945. El legendario empresario falleció en el mes de julio de aquel año y la dirección de la plaza pasó a manos de sus colaboradores Manolo Belmonte y Enrique Ruiz. Fue un tiempo convulso en el que no faltaron algunos pleitos casi olvidados con la propiedad y que sólo se resolvería, precisamente, con el aterrizaje de Diodoro Canorea y la victoria judicial de su mujer, Carmen Pagés, que ganó el pleito a los Belmonte recuperando la gerencia del coso y traspasando los poderes a su marido.

Don Diodoro no había sido hasta entonces un hombre del toro. Provenía del mundo de la banca pero se identificó por completo con aquel mundillo que le abría su matrimonio con Carmen Pagés. El flamante empresario organizó su primera Feria de Abril en 1959, precisamente la primera que toreó Curro Romero, que había tomado la alternativa aquel mismo año en las Fallas. Desde entonces, las trayectorias del empresario y el torero fueron de la mano y, desde la estrecha amistad que les unía, nunca tuvieron empacho en señalar que sus respectivas carreras –y así se cumplió- finalizarían juntas.

El célebre empresario no se conformó con la plaza de la Maestranza. Los aficionados más veteranos recuerdan nítidamente su larga etapa al frente de la Plaza Real del Puerto de Santa María junto a Enrique Barrilaro. Pero hubo más: Canorea llevó en algún momento plazas como las de Madrid, Ciudad Real, Pozoblanco, Zaragoza, Jaén o Toledo además de los ruedos venezolanos de Valencia y Caracas. Pero su papel también fue el de precursor, dotando a la corrida del Domingo de Resurrección de la impronta que hoy mantiene y potenciando otras fechas como las del Corpus. Comenzó montando una Feria de Abril de cinco tardes y acabó montando las 19 del año 1999 en la cúspide de la pujanza del negocio taurino.

Humanidad y anecdotario

La calidad humana y taurina de esos personajes irrepetibles puede resumirse en una anécdota conocida. Fue Canorea el primero en pagar el famoso ‘kilo’ de billetes –un millón de pesetas de la época- a ese revolucionario llamado Manuel Benítez ‘El Cordobés en la yema de los 60. Antonio Ordóñez, que se había retirado en 1962, tenía previsto reaparecer en 1965 picado por las cifras que manejaba el melenudo diestro de Palma del Río. Diodoro Canorea, resuelto, se presentó en Valcargado -la finca de Ordóñez- una mañana de Navidad con una botella de Alfonso en la mano dispuesto a contratarlo en Sevilla.

El maestro pidió el dinero del Cordobés y Diodoro no tardó en salir de allí sin contrato y con la misma botella que, sin descorchar, repetiría idéntico viaje al año siguiente. Esta vez fue Ordóñez el que castigó a Canorea, que ahora sí venía dispuesto a aflojar el kilo de marras animado por la temporada histórica que había protagonizado el coloso de Ronda. Antonio Ordóñez, por fin, reapareció en la plaza de la Maestranza en 1967 y acabó con todo y con todos. Pero la memoria imprescindible de su hermano Alfonso –otro grandioso torero de plata- rescata una anécdota que retrata el talento y la lealtad de aquellos hombres. Algunos años antes, en la plaza de Andújar, la taquilla presentaba un aspecto calamitoso. No se había vendido un papel pero Ordóñez pagó religiosamente a sus subalternos sin admitir ni un céntimo de Canorea -gestor del coso- que nunca consiguió que el rondeño accediera a liquidar sus honorarios.

Diodoro Canorea, veinte años después
Monumento a Diodoro Canorea. / El Correo

En la tumba de Cúchares, bajo el crucificado de la Salud, el epitafio del célebre diestro de San Bernardo reza así: “Dichoso el que deje esta tierra sin dejar un enemigo”. La frase podría haber sido escrita para el recordado empresario manchego, que dejó un recuerdo de bonhomía y rabiosa afición. Dio oportunidades, programó muchísimos festejos sabiendo que podían costarle el dinero y fue protagonista de no pocas anécdotas taurinas. Su frase “la plaza está ahí” servía para consolar a los ausentes. Si había alguna diferencia, pronto se olvidaba...

Don Diodoro Canorea estuvo al frente de la plaza de la Maestranza, con apoyos puntuales de Balañá o Chopera hasta su fallecimiento en el año 2000 siendo sustituido aquel mismo año por su hijo Eduardo y su yerno Ramón Valencia en una temporada que tampoco se escaparía de alguna polémica y hasta de los restos de la exclusiva con Morante de la Puebla que acabó convirtiéndose en papel mojado. El resto es historia muy reciente. El pasado miércoles su familia y amigos se reunieron en una eucaristía celebrada en la capilla de la Carretería al cumplirse el XX aniversario de su fallecimiento. Entre los impulsores de esa misa estaban ese grupo de antiguos aspirantes a la gloria –con José Luis del Serranito a la cabeza- que han encargado el monumento que recuerda la memoria del gran empresario sevillano. La escultura aún espera los pertinentes permisos para ser colocada junto a las taquillas de una plaza que estuvo tanto tiempo unida a su nombre.