No era una tarde más. La atención mediática y los condicionantes de este año atípico convirtieron la cita de Linares –bien hilvanada por el empresario Juan Reverte- en una auténtica reválida. Dentro del buen nivel global de la terna, la faena de Juan Ortega volvió a vivirse como una reivindicación del tronco más clásico del toreo. Esa actuación le sirvió para cortar dos orejas pero más allá de las estadísticas volvió a quedar el poso, el recuerdo del aficionado.
Ha sido llegar y dar en la diana...
Iba a ser una corrida más, normal, en la feria de Linares, sin televisión, sin nada de nada. Las circunstancias que estamos viviendo acabaron forzando la suspensión de toda la feria pero a la semana se retomó nuestra corrida, cambiando la corrida de Ana Romero por los toros de Algarra y Juan Pedro Domecq. Se habló de que la televisaría Canal Sur y la acabó emitiendo el Plus... Se dieron una serie de circunstancias que transformaron una tarde normal, una corrida más, en un compromiso comparable a torear en Sevilla o Madrid. Al no haber toros en ningún lado todos los taurinos estamos pendientes y con ganas de ver todo lo que sale. Era un cartel atractivo y la oportunidad de ver como andaban Juan Ortega, Álvaro Lorenzo y Daniel Crespo; con el escaparate de las cámaras... Aquello se había convertido en una oportunidad de oro.
¿Y qué pasó con ese cuarto toro para que se hable tanto?
Uff, no sé. Es de esas cosas que uno sueña tantas veces y tan poquitas veces sale. Es que no sé ni lo que salió. La verdad es que al toro lo vi desde el principio. Cogía los vuelos del capote de una forma especial; dos metros antes ya estaba colocando la cara, queriendo coger el vuelo. Tenía una clase y una calidad distinta. Es de esas veces que te acoplas a todo, te va saliendo y te vas sintiendo. En ese momento eres el hombre más feliz del mundo y eso lo transmites...
Le hacía falta tener esas dos orejas en la mano pero una vez más se habla más del eco del toreo, de la dimensión de su forma de torear que de lo meramente estadístico.
Me hacían falta esas orejas. Pero, sobre todo, redondear una tarde. Entre unas cosas y otras, por la espada, por las excusas que quiera buscar, las cosas no se habían terminado de redondear. Al final hay mucha gente que dice... éste apunta pero no dispara. Yo mismo como aficionado lo he podido pensar de algunos toreros. Si uno va apuntando siempre pero van pasando las corridas y aquello no termina de cuajar te conviertes en la eterna promesa. Aquello me hizo llegar a la plaza con una cosa en el estómago. Sabía que no era una tarde normal. Íbamos a matar otro tipo de corrida y si ese día se me resbalaba un pie me iba a hacer mucho daño. Sabía perfectamente que tenía que romperme con un toro.
El cartel tenía una química especial y ese triunfo hay que englobarlo dentro de la dimensión que dio toda la terna. Fue un buen espectáculo y un soplo de aire fresco.
No podíamos salir por la puerta grande por el asunto del covid pero convenimos salir los tres juntos de la plaza. Yo lo sentía así. Era un triunfo de todos, la reivindicación de tres toreros jóvenes que están luchando y queriendo tirar hacia delante. La gente que fue ese día a Linares se marchó feliz y toreando por la calle. Vi a muchos aficionados emocionados en los tendidos. Pero más allá de esa reivindicación también queríamos agradecer a la empresa haber tenido las narices de haber echado el cartel hacia delante, a la televisión por apostar por esa tarde... Había muchas circunstancias y connotaciones. Aquello iba por mucha gente.
Se han dado pocos toros y tampoco se van a dar muchos más pero podríamos considerar esa tarde del 30 de agosto como la más trascendente de 2020.
La temporada ya pinta regular y difícilmente tendrá repercusión para este año pero esperemos que para 2021 tenga su recompensa.
Es un año atípico, indefinible... ¿Cómo se entrena sin ver ningún horizonte?
Al principio, en las primeras semanas del confinamiento lo pasé muy mal. Recuerdo especialmente la fecha del 22 de abril. Tenía que haber toreado ese día en Sevilla. Mi única esperanza era que se levantara un día de perros y lloviera a mares para consolarme pensando que se tenía que haber suspendido la corrida. Pero nada, ni eso. Salió un día espléndido. No se movía ni una hoja en los árboles. Tenía una serie de oportunidades y carteles muy buenos y lo pasé mal. Pero pensaba que algo tendría que haber en algún momento en la temporada. Tenía la convicción de que iba a torear.
Hablando de Sevilla. Todo el mundo coincide en una cosa: ahora mismo hay tres toreros sevillanos que podrían conformar un excelente cartel. No hace falta ni nombrarlo.
Ésa es la máxima ilusión que tengo ahora mismo. El hecho de pensar o soñar que el año que viene pudiera darse en Sevilla ese cartel... Ojalá.
En una entrevista anterior, durante el Camino de Santiago que hiciste en otoño, comentabas la necesidad de estar en soledad. Éste también ha sido un año de soledades...
El toreo tiene mucho de soledad. Es un arte muy profundo, introspectivo. Todo eso sólo sale cuando te buscas interiormente. Si hay mucho ruido, demasiadas cosas en la cabeza o mucha gente a tu alrededor es imposible. Siempre puede haber algo que te perturbe o se anteponga a tus pensamientos. El torero es un solitario y debe tener la capacidad de reflexionar y pensar sin hablar con nadie.
No cabe soledad mayor que delante de un toro
Ésa es la soledad absoluta. Ahí no tienes nada. Si me encuentro mal en mi casa puedo llamar a mi madre. Estar delante del toro es un destierro. Estás tú, él... Y tienes que apañártelas. Así es el toreo.
Hay que seguir hablando del toreo. Esa apuesta por el tronco más clásico sigue de actualidad. Lo más puro es lo más moderno.
No sé qué tendrá esto del toreo. El nexo que encierra la colocación, el trazo de las embestidas, poner el pecho, llevarlo con la cintura... Eso nunca pasa de moda. Pero tiene que haber de todo. De todos los colores. Es como la verdad y el valor. Nunca pasan de moda. Cuando alguien es capaz de ponerse ahí, superando sus miedos, echándole con suavidad la muleta al hocico... Ya pueden pasar 50 años más pero eso siempre llega. Pero es curioso, la gente se está emocionando con todas esas cosas.
La carrera de un torero es como la de un eterno opositor, siempre pendiente del siguiente examen.
Hay una diferencia. Si el opositor es constante y comprometido acabará logrando su plaza. Pero en el toreo nunca consigues esa faena soñada. No terminas nunca de alcanzarlo. Ese punto de sufrimiento no se pierde. Esa es la diferencia pero en el día a día, es verdad, nos asemejamos mucho a los opositores.
2020 ha sido un año para olvidar en muchas cosas pero tiene un día subrayado en la historia taurina de Juan Ortega.
Toda mi vida recordaré ese 30 de agosto, ese toro de Juan Pedro Domecq y la plaza de toros de Linares.