Las noticias son frescas. El toque de queda que debía concluir el Sábado Santo ha quedado ampliado hasta el 26 de abril con la certeza absoluta que seguirá creciendo mientras la industria del toro permanece paralizada sin poder poner fechas o plazos para su reanudación. Con o sin confinamiento, los tontos no descansan. Que se lo pregunten si no a la Asociación de Aficionados Prácticos de Sevilla que han sufrido las iras de la dictadura del pensamiento único. Las manos que mecen la cuna –léase You Tube, entre otras puertas abiertas a ese universo paralelo que controla nuestras vidas- han considerado que los vídeos de la iniciativa comandada por Eduardo Dávila Miura, Rafael Peralta Revuelta e Ignacio Moreno de Terry deben ser un atentado para la decencia pública. ¡Con la que está cayendo! Son casi una década de cursos y clases magistrales estigmatizadas por el buenismo y la estúpida batuta de lo políticamente correcto. La Fundación del Toro de Lidia, a través del notario Fernando Gomá, ya ha tomado buena nota del asunto. Pero hay más tela que cortar y lamentar. La noticia es sabida: el cantautor y artista global Luis Eduardo Aute, confeso y rendido aficionado a los toros, falleció el pasado sábado. En el obituario publicado en cierto diario nacional se glosaban sus virtudes y la cosecha de su vida aludiendo, de pasada, a esa condición de aficionado. “Qué poco le pegaba”, apostillaba el autor del texto. ¿Le pegaba poco a un hombre culto y formado ser aficionado a los toros? Pues así está el plan...

Afortunadamente, el ministro de Cultura y Deportes ha afirmado recientemente la protección de su departamento se hace extensiva al negocio taurino que saldrá de esta con algunas vías de agua irremediables. Hay que tomarle la palabra a José Manuel Rodríguez Uribes. Posiblemente haya llegado la hora de materializar algunas demandas razonables, en especial la brutal carga fiscal e impositiva que soporta la compleja actividad taurina, en la que convergen tres actores fundamentales que no siempre reman en la misma dirección: hablamos de los toreros –desglosados entre matadores y cuadrillas-, de las empresas y, por supuesto, de la verdadera piedra angular sin la que no se comprende todo este tinglado. Sí, de los ganaderos. Los criadores de bravo se han quedado con una camada completa pastando en el campo mientras cobra fuerza la más temida de las certezas: empieza a antojarse un imposible que haya toros en 2020. El confinamiento podría ampliarse hasta las puertas del mismísimo verano pero lo que venga después es una incógnita. En los primeros días del fregado todo el mundo se había aventurado a esbozar fechas y hablar de aplazamientos. En este momento, y tal como ha evolucionado la pandemia, hay una cosa segura: la recuperación de vida más o menos normal seguirá sujeta a no pocas restricciones y dentro de esas vedas tendrán que estar incluidos necesariamente los espectáculos de masas. Ésa es la pura verdad. Las redes sociales empiezan a enseñar vídeos de puntas y más puntas de ganado metidas en la manga camino del matadero. No hay peor final para una res brava... La compañera Rosario Pérez ha publicado en ABC algunas de las cifras de este desastre: hablamos, hasta el 10 de mayo, de casi un centenar de festejos mayores a los que habría que sumar la infinidad de espectáculos populares que se diseminan por toda la piel de toro. A partir de esa fecha habrá que ir sumando otras...

Pero la semana pasada habíamos dejado en el tintero una íntima efemérides: las Bodas de Oro como matador de alternativa de aquel artista luminoso y pinturero que gozó de un extraordinario ambiente como novillero –llegó a abrir la Puerta del Príncipe- y en sus primeras andanzas como diestro de alternativa. Hablamos de Rafael Torres, el gran banderillero criado en la Puerta Osario que recibió los trastos del oficio el Domingo de Resurrección de 1970. El padrino de la ceremonia fue Curro Romero que le cedió muleta y espada en presencia de Riverita, hermano del gran Paquirri. Y fue a las órdenes de Paquirri –Rafael ya había cambiado el oro por la plata algunos años antes- cuando se convirtió en testigo de la tragedia de Pozoblanco, que le marcaría de por vida. La carrera de Torres, convertido en figura de plata, estaría jalonada por toreros como Manolo Vázquez, el propio Curro Romero, Esplá... La retirada llegaría el 12 de octubre de 2002 en la plaza de la Maestranza. Eduardo Dávila Miura, en gesto del gran señor que es, lo incluyó como cuarto banderillero para que Rafael pudiera decir adiós a los suyos. Enhorabuena, matador. Y nos vamos marchando pidiéndoles encarecidamente que permanezcan en casa. También enviamos el pésame de toda la gente del toro de Sevilla a los familiares del ganadero Joaquín Barral, fallecido en su paraíso interior de Las Pajanosas donde crío toros bravos. Descanse en paz.