Morante hace historia, 52 años después
El diestro de La Puebla, pletórico y sembrado, corta el rabo de un buen ejemplar de Domingo Hernández en una completa actuación que quedará en los anales del coso maestrante
Álvaro R. del Moral
Con la tarde vencida y el sol derramado en los cerros de Santa Brígida se lo llevaban a puñados por el paseo de Colón y la calle Reyes Católicos camino del hotel. Iba sostenido en hombros en medio de la misma multitud enfervorecida que lo había sacado por esa Puerta del Príncipe que recuperaba de golpe su verdadero valor, su auténtica trascendencia. El personal coreaba su nombre sabiéndose parte de los anales del coso maestrante, de la mejor historia del toreo. Morante había reescrito la ley de Guerrita –después de mí nadie- pulverizando cualquier componenda en una feria que ya había sido pródiga en otros acontecimientos. Pero ninguno como éste. La Feria de Abril de 2023 tiene su nombre; para él ha sido el primer rabo cortado por un matador de toros en el siglo XXI. Y tuvimos la suerte de verlo...
Fue en el tercer toro, un animal un punto suelto al que había saludado con dos faroles de pie antes de que, fijado el bicho, le endilgara un extraordinario mazo de verónicas que sacudieron la plaza como un trueno. Morante se arrebujó de toro, siempre reunido, acompasado, poniendo ritmo a una embestida que iba a tener una virtud primordial: la duración. La cosa se había calentado y el diestro de La Puebla siguió por el mismo palo para poner al bicho en suerte. El quite, por sentidas y lentas tafalleras, siguió embelesando al personal. Urdiales, en su turno, entró por verónicas y Morante, desmelenado, replicó de frente y por detrás.
¿Iba ser ahora? ¿Había llegado el momento y la hora? Abrió la faena con sentidos ayudados por alto, haciéndose con él, tomándole el aire a una embestida que se acompasó a la sencilla belleza de los primeros naturales. Aún fue más rotundo en los redondos, marchoso para salir y entrar en la cara del toro. Sin soltar la izquierda la obra fue creciendo, cogiendo aire de ópera italiana, de gran y creciente acontecimiento. Dos molinetes de distinto color y un desplante que habría inspirado un cuadro cerraron el cuerpo central de la faena, que había exprimido perfectamente la clase y la bondad del animal regando el ruedo con esa clara, cristalina, naturalidad ayuna de cualquier artificio. ¿Será eso el toreo puro?
Morante aún grabó en la retina dos o tres pases del celeste imperio que evocaron la herencia gallista. Entró la espada, siguió toreando, cayó el toro, le pedían el rabo... Pepe Luque Teruel tuvo el sentido, la oportunidad y la sensibilidad de concederlo. Morante acababa de escribir su nombre en la historia del coso maestrante. Qué maravilla de torero...
El de La Puebla había escogido para la ocasión un original vestido –no sé si violeta o jacaranda- que recordaba en su color y sus bordados el que llevaba Joselito El Gallo el día que cortó la primera oreja de la historia de la plaza de la Maestranza en septiembre de 1915 rompiendo una histórica prohibición. En esta ocasión Morante se llevaba el primer rabo del siglo XXI dejando atrás también cierto tabú no escrito, 52 años después de que Ruiz Miguel cortara el último que había logrado un matador de toros al sustituir a Limeño en la miurada de 1971. Ojo: Morante ya había enseñado su mejor ser y estar con el noble primero, que fue a menos. Ya se había mecido por excepcionales verónicas, dejando tres más en el quite comprobando lo flojo del toro. Morante se puso a torear con limpia y sencilla naturalidad, muy en redondo, antes de que el bicho se aplomara definitivamente. Lo mejor estaba por llegar...
Y ya que hablábamos de vestidos hay que recordar que Juan Ortega había escogido los antiguos bordados de un capote de Manolete para ornamentar el vestido rosa palo que llevar en esta tarde de emociones. No pudo tener mejor estreno, con el torero sevillano cuajando un excepcional ramillete de verónicas templadas, rabiosamente clásicas, armónicas y perfectamente acompasadas que merecieron el acompañamiento de la música. Los delantales del quite los convirtió en toreo fundamental y la salida de Morante –chicuelinas más ceñidas que brillantes y una excepcional media- provocaron la réplica de Ortega, que volvió a la verónica, abrochando con una media belmontina.
Ortega brindó a Curro Romero, presente en un palco. El toro, noble, iba a acusar el sobo en una faena en la que no faltaron primores y la muestra del excelente concepto del sevillano. Juan gustó y se gustó en redondo mientras arrancaba el pasodoble ‘Manolete’. La faena mantuvo el nivel, el buen trazo, la compostura pero el bicho se fue desinflando pese al mimo de su matador que lo despenó de un pinchazo y media estocada. Aún sería capaz de endilgar media docena de lances de los suyos al sexto, un animal a menos en todo al que trazó una faena en la que hubo buen planteamiento, escaso nudo y casi ningún desenlace.
La verdad es que no fue la tarde de Diego Urdiales que, sumado a las curiosidades indumentarias, lucía un terno de color Rioja –su tierra- bordado con pámpanos de vid. El segundo no le iba a dar demasiadas opciones por desentendido y rajado, siempre tan falto de entrega. Pero la impresión dada con el quinto, de potable e interesante pitón derecho, iba a ser más desdibujada. En la faena hubo de todo, también bueno, pero su labor adoleció de falta de redondez. Dio la sensación de no haber tirado la moneda por completo. Lo mató de libro, eso sí. Ahí se acababa su feria.
Ficha del festejo
Ganado: se lidiaron seis toros de Domingo Hernández, desigualmente presentados. Fue noble el primero pero se apagó pronto; desentendido y rajado el segundo; noble y blando el tercero; potable el quinto y muy a menos el sexto. El mejor fue, con mucho, el nobilísimo y completo cuarto, un toro de enorme clase al que se le dio la vuelta al ruedo póstuma.
Matadores: Morante de la Puebla, de jacaranda y azabache, ovación y dos orejas y rabo
Diego Urdiales, de rioja y oro, silencio tras aviso y ovación tras levísima petición
Juan Ortega, ovación y silencio
Incidencias: la plaza registró tres cuartos de entrada en tarde de calor extremo.
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