Lo conocí hace más de treinta años en un viaje adolescente no sabía que tendría tintes iniciáticos. Mi tío José Antonio del Moral me había llevado aquella tarde de Jueves Santo desde Córdoba a Sevilla para contemplar mi primera Madrugada. La cena –prohibidísimos chanquetes- fue en Donald, atendida por el incombustible Mariano. Me llamaron la atención las fotos de toreros en el comedor alto, el ambiente de la ciudad, la Quinta Angustia abandonando la Catedral... Todo era nuevo y deslumbrante, también la atmósfera que se vivía en aquella ciudad previa a la Expo. Esa noche sin riberas la íbamos a vivir en las sillas que tenía el veterano banderillero en la plaza de La Campana. Y allí crucé las primeras palabras con Andrés sin saber que, con los años, llegaría a estrechar y frecuentar esa amistad. En ese momento, sentado a la vera de un gran torero de plata y contemplando el esplendor de los pasos, tampoco podía atisbar que dedicaría la yema de mi vida a escribir de cofradías y toros haciendo mía la ciudad de la Giralda. El recuerdo de aquellos años indecisos se enhebra ahora al de Luque Gago, al revuelo de la Centuria, al fragor de la fiesta. Pero ha pasado mucho tiempo. La enfermedad le había quitado de la calle en los últimos años refugiándole en sus recuerdos. Se habían acabado los viernes en el Gran Poder; hablar siempre de toros y las visitas a la Virgen de la Esperanza que lo despidió en un viernes plomizo que también sirvió para decir adiós al verano. En la tumba de Cúchares, oculta bajo el altar del Cristo de la Salud de la parroquia de San Bernardo, hay una inscripción que reza: “Dichoso aquel que fuera llorado sin dejar en la tierra un enemigo”. Parece escrita para Andrés. Ya descansa en paz.
La efeméride se cumple el próximo sábado. Hablamos del siglo exacto de la alternativa de un matador fundamental para entender la evolución o el hilo natural del toreo. Este periódico ha sido el mayor abanderado de esta causa, reivindicada a través de varios reportajes en los últimos años. Se trata, al fin y al cabo, de ensalzar una parcela de la riquísima efervescencia cultural –la llamada Edad de Plata- que se vivió en España en general y en Sevilla en particular entre el ruido de dos guerras: la de Europa y la Civil Española. Los pormenores de la alternativa del genial diestro de la Alameda –actor fundamental de esa época fecunda- han sido desmenuzados en el amplio reportaje publicado este mismo fin de semana en El Correo. Gregorio Corrochano, el influyente crítico de la época, fue el encargado de presenciar el doble doctorado de Chicuelo y Juan Luis de la Rosa, coincidentes en tiempo pero no en el espacio. El sevillano se hizo matador en la Maestranza y el jerezano –el mismo día- en la efímera Monumental. Pero la figura de Chicuelo no se puede entender sin el resplandor de otro coloso como es Gallito. Y ahí viene el quid del asunto: Corrochano –ojo, y su influyente periódico- fue un agente más del tremendo acoso que sufrió Joselito, al que ataca despiadadamente en las crónicas de aquella feria de San Miguel desdoblada entre el Baratillo y la Huerta del Rey. No quedaba mucho para la tarde aciaga de Talavera, organizada para congraciarse con el influyente crítico que dio forma a su arrepentimiento en un libro. Pasado tanto tiempo, algunas preguntas empiezan a tener respuestas.
Es la comidilla de todos los días. En poco más de mes y medio estamos llamados a las urnas para intentar desatascar la gobernabilidad de este país, colocada en manos de la generación política de menor talento de nuestra historia reciente. Mejor no seguir por ahí. El caso es que algunos medios se hacían eco en los últimos días de la última consigna de los barones del PP: “ni toreros ni tertulianos”. Se trata, dicen, de poner distancia con las estrategias respectivas de Vox y Ciudadanos. La cosa es sabida: Morante fue el matador de cabecera de Santiago Abascal y Casado, para no ser menos, escogió a Miguel Abellán que, en cualquier caso, ha logrado burlar este descaste taurino en las titubeantes listas populares. Lo ha hecho gracias al favor de su amigo, que ha impuesto su nombre a Isabel Ayuso para la dirección del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid. El matador madrileño, que lo mismo vale para un baile que para un despacho, obtiene así su canonjía particular en la que se le desea suerte y acierto. Y no está de más recordar la inmensa pasta que la plaza de Las Ventas mete en las arcas de la comunidad madrileña sin recibir casi nada a cambio. Pero hay más tela que cortar en torno al despectivo trato social del toreo y sus huestes: los desalmados que desearon la muerte del niño Adrián, fallecido de cáncer, han salido absueltos y de rositas. Vomitivo ¿no?