Toros

Roca Rey: de cóndor a cóndor

El paladín peruano se fajó de verdad, escenificando un impresionante arrimón, con el sexto toro de una imponente corrida de Victoriano del Río que decepcionó por su mansedumbre

28 abr 2023 / 22:04 h - Actualizado: 28 abr 2023 / 22:06 h.
"Toros"
  • El diestro peruano Roca Rey da un pase a su segundo toro, este viernes en la Real Maestranza de Sevilla. EFE/ Raúl Caro
    El diestro peruano Roca Rey da un pase a su segundo toro, este viernes en la Real Maestranza de Sevilla. EFE/ Raúl Caro

La verdad es que si le hubieran dado la tercera oreja andaríamos ahora haciendo cómputos y mesándonos los cabellos en torno a la idoneidad de esa puerta que –ya se lo hemos contado- ha quedado reducida a una mera suma de trofeos. El famoso arco de piedra se ha convertido en un fin en sí mismo, en una parte del moderno espectáculo pero conviene apartar esos árboles que no nos dejan ver el verdadero bosque: la dimensión que dan los toreros en función de los toros que tienen delante. Roca estuvo rotundo, inmenso, apabullante con ese complejo sexto que había sido bautizado como ‘Cóndor’. Y fue un diálogo de cóndor a cóndor; de uno de la sierra de Madrid y de otro de las cumbres andinas que hizo el paseo con galones de primera figura sabiendo que él –y sólo él- había puesto el ansiado cartel del ‘no hay billetes’.

Roca ya había cortado una oreja mucho más tibia al tercero, seguramente el toro más potable de la mansada que había embarcado Victoriano del Río que, eso sí, echó la corrida más seria e imponente en una feria en la que hemos visto bajar bastante el trapío de muchos, muchísimos encierros. Fue un animal de salida cansina que marchó suelto y a su aire. Hicieron bien en picarlo al relance, en la puerta de caballos, y con la maestría habitual de Sergio Molina. Lo contrario es ir en contra del hilo natural de la lidia que se debe administrar a un manso. Castella se gustó por tafalleras en su turno y Chacón –Antonio- lo bordó con los palos. Hubo que ir a buscarlo a su querencia pero Roca se puso a torear sin demasiados preámbulos en unas rondas en las que el animal respondió con nobleza hasta que cantó la gallina. La sensación era de sí pero no. Había faltado algo, otra intensidad, un acople más rotundo. La espada validó el trofeo.

‘Cóndor’, el sexto, iba a ser otro pedazo de toro de presencia irreprochable que, para no fallar, huyó hasta de su sombra en los primeros tercios apretando hacia los adentros. Viruta se las vio y se las deseó –le libró el capote oportuno de Blázquez- para alcanzar el burladero a la salida de un par de banderillas pero Andrés Roca Rey tiró de galones y raza de verdadera figura para plantarse como un ciprés en los ceñidos estatuarios de obertura. Se fajó con el animal, al que le costaba ir hacia delante, desde el principio. Y despreció miradas, la tendencia a desparramar la vista y no pocas cositas que habrían hecho cavilar al más pintado. Lo pasó por la izquierda y aún se metió con él por el derecho sabiendo que el bicho le podía partir. Ahí emergió el gran Roca, la primera figura del toreo, que fue acortando pasos y distancias hasta meterse en la mismísima cuna del animal en un arrimón de los de verdad –jugándose consciente y sinceramente el tipo- que caló en un público puesto en pie. Fue un lío gordo, intenso, ochos y más ochos dejándose llegar los pitones. La espada cayó tendida y suelta. Necesitó de un descabello. Le pidieron esa segunda oreja que sólo habría servido para alimentar polémicas. Paseó un orejón.

La fontanería del toreo había incluido en la cabecera del cartel al diestro francés Sebastián Castella, reaparecido en los ruedos para sumarse al escalafón con más trienios de la historia. El papel jugado fue más que digno, enfrentándose a un primero que hizo cosas rarísimas de salida –daba la impresión de que no veía cuando llegaba a la bamba de los capotes- y embistió a oleadas en el segundo tercio marcando la tendencia de un encierro completamente manso. A pesar de todo no tenía mal aire en la embestida pero había que acertar a cerrarle la puerta. El francés le recetó un puñado de muletazos más que estimables en una labor que duró hasta que el animal le pesó más la mansedumbre, rajándose definitivamente. Con el cuarto, un serísimo castaño –casi sardo- mucho más deslucido y rebrincado, sólo cabía andar más o menos aseado. El bicho se quería quitar la muleta de la cara. Era imposible.

Tan imposible como el segundo, un toro que se movió y gruñó como un guarro de montanera buscando bellotas al que Juan Ortega toreó con compostura antes de comprobar que aquello no podía caminar hacia ningún lado. El quinto, un descomunal sardo, fue otro buey de rodeo. Perdió demasiado tiempo en una faena que comenzó con clásicos y macizos doblones pero que prolongó más de lo que requería esa mansedumbre desatada que le hizo navegar como un barco a la deriva, buscando la puerta por todos los terrenos de la plaza antes de que el diestro sevillano lograra cazarlo de dos estocadas con el reloj corriendo en contra.

FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Se lidiaron seis toros de Victoriano del Río, serios, imponentes y muy bien presentados pero de una desesperante mansedumbre global. El más potable, pero rajado también, fue el tercero. Medio se dejó el primero; fue muy deslucido el segundo; rebrincado el cuarto; a la defensiva y huyendo de todo el quinto y más complejo y desparramando la vista el sexto.

Matadores: Sebastián Castella, de blanco y plata, ovación y silencio.

Juan Ortega, de bisón y azabache, silencio y silencio tras aviso.

Andrés Roca Rey, de noche y oro, oreja y oreja con petición de la segunda

Incidencias: se colgó el cartel de ‘no hay billetes’ en tarde bochornosa y nublada en la que llegó a llover levemente. Dentro de las cuadrillas destacaron los banderilleros José y Antonio Chacón y el picador Sergio Molina.