Sevilla arropa a Manzanares

El público se entregó sin fisuras al alicantino que cuajó una faena tesonera y algo desconcertante al tercero de la tarde, un toro de comportamiento cambiante que igual humillaba que gateaba.

18 abr 2015 / 22:15 h - Actualizado: 18 abr 2015 / 22:24 h.
"Toros","José María Manzanares","Enrique Ponce"
  • El diestro José Mari Manzanares corto una oreja a cada uno de su toros durante la sexta corrida de abono de la Feria de Abril. / EFE
    El diestro José Mari Manzanares corto una oreja a cada uno de su toros durante la sexta corrida de abono de la Feria de Abril. / EFE

PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA

Ganado: Se lidiaron seis toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés -tercero y cuarto- que estuvieron desigualmente presentados con algún ejemplar, caso del quinto, por debajo del mínimo exigible. Resultó noble pero desinflado el primero; un mulo soso el segundo; desconcertante y cambiante el tercero; no tuvo contenido el cuarto; sí humilló el rajado quinto y aunque tuvo genio y brusquedad, embistió el sexto.

Matadores: Enrique Ponce, de pizarra y oro, silencio en ambos.

José María Manzanares, de negro y azabache, oreja tras aviso y oreja con petición de la segunda.

Lama de Góngora, de blanco y oro, ovación y silencio.

Incidencias: Hubo lleno aparente en tarde espléndida y primaveral en la que molestó un poco el viento. Dentro de las cuadrillas brillaron Curro Robles y Curro Javier, que escuchó la música después del gran par que le recetó al quinto de la tarde.

Se puso el ansiado no hay billetes pero en la plaza había huequitos que no empañan el lleno que, por fin, devolvió su mejor aspecto a la plaza de la Maestranza. El barullo de la calle Adriano delataba la alegría en la taquilla. La gente sólo responde a los carteles con ciertos quilates aunque las fías y porfías de esa cuesta abajo que comenzó con la decadencia del ladrillo y la estampida de las vacas flacas ha cambiado por completo el mapa humano y el carácter de la plaza.

Se notó en el ambiente. Es verdad que no hay que perder la memoria pero también es cierto que José María Manzanares -que ha escrito páginas de oro puro en este mismo ruedo- se esforzó a tope pero no logró estar a la altura de sí mismo en dos trasteos esforzados y desiguales, trazados en los mismos terrenos y ante dos toros de distinta condición a los que mató con pasmosa seguridad en su querencia.

En cualquier caso, Sevilla ha perdonado -si es que alguna vez tuvo algo que perdonar- sus devaneos con los rebeldes. El público se entregó sin fisuras al alicantino que cuajó una faena tesonera y algo desconcertante al tercero de la tarde, un toro de comportamiento cambiante que igual humillaba que gateaba. Había esbozado buena condición por el pitón izquierdo aunque un feo hachazo desanimó a su matador. Ya hemos dicho que Manzanares amarró el trofeo con su fiel espada triunfadora. Fue el remate de una labor larga que comenzó entre el siete y el nueve y se movió -siguiendo las querencias del toro- hasta los terrenos del doce, donde una postrera y trepidante serie, muy pegado a tablas, terminó de encender los entusiasmos.

La música sonó para el grandioso par que había cuajado Curro Javier al esmirriadito quinto. Molestaba el aire, pero el bicho metía la carita y parecía humillar en los capotes. La faena de Manzanares tuvo idéntico planteamiento y estuvo marcada por la condición mansa de su enemigo, al que toreó siempre con compostura y entrega aunque no con la redondez a la que nos tiene acostumbrados. Con el toro otra vez aculado en tablas, el diestro alicantinó lo pasó por alto y volvió a conectar con la plaza que más y mejor le ha querido. La estocada, cobrada en la mismísima puerta de chiqueros, estuvo seguida de una muerte fulminante. Se le concedió una oreja y se le pidió una tercera que habría validado una Puerta del Príncipe sin argumentos. La presidenta aguantó el tipo. Hizo bien.

El caso es que la tarde se había abierto con la alternativa del novillero sevillano Paco Lama de Góngora, que acusó los nervios al dejarse la montera en el callejón para recibir las herramientas del oficio de manos de Enrique Ponce. El toro quedó suelto y desbarató la escena pero Lama -que brindó a su señora madre- le supo administrar una entonada faenita de muletazos templados que tuvo una virtud: supo torear despacio la lenta embestida del noble ejemplar de Victoriano del Río, que casi no se tenía en pie. Cuando cogió la izquierda el toro ya había entregado la cuchara y los últimos naturales fueron casi de salón. Un pinchazo, media corta agarrada arriba y un descabello enfriaron los pañuelos. Y eso que la gente andaba ayer por agradar.

Parece que los nervios terminaron de atenazar al nuevo matador el resto de la tarde. Sólo así se entiende que no se colocara en los medios cuando le correspondía amparar al banderillero de turno o que hubiera más ánimo que resolución cuando se descaró con el sexto, un burraco un punto bruto y algo geniudo que sin embargo se movió y quiso coger la muleta antes de aplomarse por completo. Lama no fue capaz de tocarle las teclas pertinentes esta vez y la faena se fue diluyendo entre cambios de terrenos, cites y voces a la vez que el toro se hacía el amo del cotarro. Hubo más emoción que claridad de ideas y la espada volvió a encallar. Se le anuncia de nuevo en septiembre. Tiene tiempo para repasar.

El padrino de la ceremonia, hablamos de Ponce, sorteó el peor lote de la decepcionante corrida de Victoriano del Río. El maestro valenciano pudo mostrarse profesoral, templado y sobrado con el soso mulo que saltó en primero lugar y hasta se relajó -muy por encima- con un cuarto sin contenido que no sabía a nada.