Tomás Rufo: contra viento y marea...
El joven diestro toledano, nuevo en esta plaza, abrió la Puerta del Príncipe con autoridad de figura en ciernes en las barbas de los generales Juli y Roca Rey
Álvaro R. del Moral
Los pronósticos invitaban a la inquietud. Marcaban algún chubasco a la hora de los toros pero la previsiones fueron empeorando a medida que se acercaba el momento de partir plaza. Cuando salió el primero cayeron las primeras gotas. Lo que se presentía como un aguacero de circunstancias se acabó convirtiendo en una lluvia persistente que no abandonó el espectáculo hasta la lidia del sexto toro. Ahí se iba a vivir, precisamente, el cenit de una brillante corrida que logró derrotar a las propias inclemencias meteorológicas aunque cabe preguntarse, en pleno siglo XXI, hasta qué punto es legítimo celebrar un evento de estas características –y a los precios que se pagan- en esas condiciones atmosféricas.
Habrá que dejar el debate y la reflexión para otro día a tenor del excelente momento de forma, sitio, fondo y la gran proyección mostrada por Tomás Rufo. El toledano –bien formado en la cocina de la casa Lozano- llegó resuelto a triunfar sin importarle su condición de ‘tapado’ en los carteles que había presentado Pagés. La apuesta era segura, tal y como certificaban los comentarios de los buenos aficionados y, especialmente, ese fino calibre que marca el boca a boca de los buenos profesionales.
¿Qué podemos contarles? Que Rufo abrió la Puerta del Príncipe con autoridad de figura en ciernes gracias a una ecuación de calidad, capacidad, ambición, dominio de la escena, conocimiento de los animales y hasta intuición para dar a cada uno de los toros lo que le estaban demandando. Comenzando por el final: le cortó dos orejas rotundas al sexto, un animal noble y mansito, muy distraído entre suerte y suerte, al que ya había cuajado a la verónica y acabó toreando con templanza, aplomo, variedad, seguridad... La faena tuvo la virtud de remontar un breve bache argumental y se vivió como una redención colectiva después del baño oceánico que hizo desertar de los tendidos a centenares de espectadores. No, no le pidan al cronista que entre en demasiadas averiguaciones. Tomar notas se hizo una auténtica quimera. Ya lo dijo Felipe II: aquello de los elementos...
La emoción gana a la memoria en la evocación de esa faena que Rufo quiso amarrar con una estocada en terrenos de la puerta de arrastre. El toro le echó mano en el embroque y pareció engancharlo en los pitones antes de arrastrarlo por el ruedo en una angustiosa secuencia que acabó, en el lado contrario del ruedo, agarrando el espadazo definitivo que puso en sus manos las dos orejas y con ellas, esa Puerta del Príncipe que le coloca en la antesala de la gloria, en el zaguán de la primera fila del toreo. Ya le había cortado otra al tercero mientras arreciaba la lluvia gracias a una faena ‘lozanista’ y entregada que supo captar la atención de la parroquia. El agua que caía puso cierto plus de hazaña a lo que ocurría en el ruedo. Lo mejor estaba por venir...
Pero es que la tarde, más allá del tsunami acuático, tuvo otros argumentos. Rufo había hecho el paseíllo con un viejo general –El Juli- y un joven capitán –Roca Rey- que tuvieron que contemplar al más joven alférez llevándose los laureles de la batalla. Uno y otro presentaron armas y dieron lo mejor de sí mismos ante el interesante encierro de Victoriano del Río. El madrileño, cuajando de cabo a rabo al buen cuarto en una faena de su mejor corte en la que exprimió hasta la última de las embestidas del toro. La verdad es que dio gusto ver al maestro en sus mejores fueros, feliz en la cara del toro, transmitiendo esa seguridad de mariscal en una completa labor a la que le faltó mejor refrendo con la espada. Con el primero de la tarde había mostrado su solvencia profesional mientras el personal trataba de resguardarse de las primeras gotas. No iban a parar.
Ojo: no hay que olvidar la gran faena de Roca Rey al quinto de la tarde, enfangada por la espada y los avisos pero representativa del excelente momento que le venían cantando al diestro peruano desde los albores de esta campaña de definitiva vuelta a la normalidad. Roca, saludado con rayos y truenos, se puso delante de sus toros con autoridad de primera figura y formó una auténtica tremolina cuando culminó esa labor por luquecinas, que para algo vive cerca de Gerena. La lluvia había puesto algunos escollos en su faena al segundo de la tarde pero no impidió que se subiera encima de las olas para cuajar a ese quinto en una labor intensa, trepidante, llena de ritmo que habría merecido premio gordo si el acero hubiera entrado en tiempo y forma. Fue una tarde en la que, pese a todo, y en contra de la tempestad, se marcaron algunas constantes. Tomás Rufo quiere tomar el timón.
FICHA DEL FESTEJO
Ganado: Se lidiaron toros de Victoriano del Río, bien presentados e interesantes en conjunto a pesar del mal estado del ruedo. Destacaron segundo, tercero y cuarto. También se dejó el diestraido sexto.
Matadores: Julián López ‘El Juli’, de nazareno y oro, silencio y oreja.
Andrés Roca Rey, de carmelita y oro, ovación y ovación tras dos avisos.
Tomas Rufo, de corinto y oro, oreja y dos orejas.
Incidencias: la plaza se llenó pero fue despoblándose a la vez que arreciaba la lluvia que no cesó hasta mediada la lidia del sexto. Picó bien al segundo Joseì Manuel Quinta. Saludaron en banderillas Sergio Blasco y Fernando Sánchez.
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