Menú

30 septiembre. Paseos por Barcelona

¿Qué queda de la identidad de las personas en el momento en el que las cosas cambian absolutamente? El entorno nos dibuja porque nos integra, pero ¿qué queda de nuestra esencia? Concha García pasea por Barcelona, reflexiona sobre su ciudad, mientras mira obras de arte, mientras un libro permite que ese pensamiento repose y se plasme en un artículo intenso y emocionante

07 oct 2017 / 08:59 h - Actualizado: 05 oct 2017 / 13:19 h.
"Libros","Literatura","Libros - Aladar","Literatura - Aladar"
  • Barcelona, como cualquier otra ciudad, da y roba identidades. / Concha García
    Barcelona, como cualquier otra ciudad, da y roba identidades. / Concha García
  • Imagen de Barcelona. / Concha García
    Imagen de Barcelona. / Concha García
  • ¿Se puede sentir alguien extranjero en su ciudad?. / Concha García
    ¿Se puede sentir alguien extranjero en su ciudad?. / Concha García
  • Una imagen de Barcelona. / Concha García
    Una imagen de Barcelona. / Concha García

Antes de entrar a la exposición de la excelente pintora portuguesa Paula Rego, en el Centre de la Imatge de las Ramblas barcelonesas, la joven azafata que atiende tras el mostrador me pregunta de qué ciudad vengo. Durante unos instantes no sé qué decirle, y le contesto: «He vivido toda la vida en Barcelona, pero ahora no sé de qué ciudad vengo». Quizás, este desarmado constante de la ciudad que era, está aconteciendo demasiado rápido. No estoy en contra de las transformaciones y los cambios, nada se puede detener, pero estos cambios están pensados solo para que la ciudad incite a consumir constantemente. He mirado la exposición sin detenerme demasiado ante las pinturas de Paula Rego, son duras, la dureza no es reversible, no hay encanto, es la condición femenina degradada y sometida al patriarcado y a la miseria.

En la calle el flujo de gente en las Ramblas es como la de un día cualquiera. Para ser el último día antes de la proclamación de la independencia en Cataluña, solo he visto carteles con distintas leyendas invitando a votar o dando la bienvenida a Europa. En Poble Sec, el barrio de Serrat, la mayoría de los comercios son regentados por paquistanís o chinos. Avancé caminando hasta el Paral.lel, llena de gente, las terrazas, los supermercados, el interior de los bares, en todas partes había gente, también esperando el autobús, un grupo de jóvenes se reía mientras desayunaba, el camarero era paquistaní, muy simpático, le pedí un zumo de naranja pero no tenían, continué caminando mientras pensaba: ¿soy de esta ciudad? y mientras más lo pensaba menos sentía mis pasos. En este barrio he tenido amigos que se fueron o murieron. Nada queda de todo aquello. ¿Qué es lo que hace que te sientas de un lugar? Seguí caminando por aquellas calles donde se ha fraguado casi toda mi obra poética, me sentía más extraña que en las calles de Montevideo o de Viedma. En Poble Sec se escuchan varias lenguas, no solo la catalán. Los letreros dando la bienvenida a Europa pegados a las farolas y a las señales de tráfico me hacían pensar en la futilidad de la existencia, en la desposesión de tu propia historia, en los lugares, como centros de anonimato, en la manipulación que ejercen los medios, en el olvido o desconocimiento del pasado reciente. Aquí amé, aquí murieron seres muy queridos, aquí tenía amigos, aquí el territorio afectivo me daba la identidad que ya no sentía. Quizá, como escribió Pasolini, el lenguaje de las cosas cambie demasiado de una generación a otra. Ni los signos de la ciudad, ni las proclamas nacionalistas me parecen signos de rebeldía, sino de obediencia (un amo u otro, en realidad son el mismo amo). En realidad todos somos obedientes, el hecho de que a veces se presenten como contestatarios, no tiene ninguna importancia. Todos los burgueses, en realidad, son racistas. Y la burguesía catalana no es diferente a la madrileña, pertenecen a otra «clase». El capitalismo ha convertido a la gente en imitadores de los burgueses, consumir es la religión de este tiempo, no importa qué cosa, la ciudad está llena de templos para satisfacerte, para hacerte más obediente. Continúo caminando y, en mi obediencia, los pasos que doy me detienen ante un espejo, me miro, no me veo. No estoy. Soy extranjera y me reconforta. A Pasolini Barcelona le producía una «angustia que quita el aliento: el pasado es irrespirable». Lo escribió poco después de que muriese el dictador Francisco Franco. No me cruzo con nadie conocido, en este paseo que termina en CaixaForum, veo un nutrido grupo de turistas obedeciendo a las indicaciones de una guía. También obedezco y bajo las escaleras mecánicas, antes de entrar, un grupo de adolescentes baila ante los cristales que los reflejan, se miran y se dejan mirar, carecen de belleza, me recuerdan a los replicantes de las películas de Wonk Kar-Wai. Ha cambiado el paisaje y la percepción. El templo de arte alberga una larga cola ante la taquilla. Yo tengo la tarjeta de la entidad bancaria y puedo entrar sin pagar porque soy clienta, es la identidad que me queda.

========================

Pier Paolo Pasolini.

Cartas Luteranas.

Editorial Trotta.

Tercera edición. Madrid 2017

========================