40 años del Festival de Teatro de Almagro

La villa manchega, famosa por las berenjenas y el encaje de bolillo, acoge 102 representaciones en 20 espacios monumentales entre el 6 y el 30 de julio. Una oportunidad ideal para descubrir su rico patrimonio y perderse por sus calles llenas de encanto. Como suele ocurrir con la mayoría de tesoros históricos, muchos habrán oído hablar de él, pero pocos lo conocen. Nos estamos refiriendo al Corral de Comedias de Almagro

24 jun 2017 / 12:39 h - Actualizado: 19 jun 2017 / 23:18 h.
"Teatro","Teatro Aladar"
  • Don Quijote para niños. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    Don Quijote para niños. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
  • El lindo don Diego. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    El lindo don Diego. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
  • Corral de Comedias. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    Corral de Comedias. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
  • El sueño de una noche de verano. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    El sueño de una noche de verano. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
  • Cyrano de Bergerac. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    Cyrano de Bergerac. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
  • Corral de Comedias. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro
    Corral de Comedias. / Fotografía cortesía de el Festival de Almagro

Ubicado en la Plaza Mayor de la localidad manchega —rincón inefable donde los haya—, visitarlo es regresar a la época dorada de Quevedo, Tirso de Molina o Lope de Vega, y respirar su atmósfera.

Su hallazgo casi fortuito se lo debemos a dos políticos adelantados a su tiempo: Julián Calero Escobar —alcalde de la villa de Almagro en la década de los 50— y José María del Moral, un historiador navarro que se enamoró de La Mancha y llegó a gobernador civil. Ambos adquirieron el antiguo Mesón del Toro cuando estaba a punto de ser demolido y, con apenas seis trabajadores, levantaron el escenario, que por entonces se utilizaba como prolongación del patio. Más tarde derribaron los tabiques que tapaban las galerías —y que servían para compartimentar diferentes estancias—, crearon un nuevo empedrado, cambiaron columnas podridas, colocaron una puerta de acceso, y repintaron todas las maderas de almagre, el color típico del lugar.

Religión vs Teatro

Las religiones y el teatro han experimentado relaciones diferentes a lo largo de la historia. Como nos recuerda el humanista y teatrólogo Hechevarría Prado, «oficializada la religión cristiana, la Iglesia convirtió en prohibición estricta el rechazo que sentía hacia varias de las diversiones practicadas por los latinos. La tradición dramatúrgica y escénica heredada del mundo griego fue devastada en una parte y sumergida la otra casi durante los diez siglos que se conocen como Edad Media». Sin embargo, con la estética barroca de la Contrarreforma, el arte de Talía adquirió nuevos bríos, llegando a instaurarse los primeros teatros nacionales en España e Inglaterra. Asimismo, y como complemento al éxito comercial de figuras como Lope de Vega, se dio paso a un nuevo género patrio: el auto sacramental. Siendo así, no debe extrañarnos que el creador del Corral de Comedias de Almagro fuese un clérigo. Descendiente de una familia de judíos, don Leonardo de Oviedo fue presbítero de la desaparecida parroquia de San Bartolomé el antiguo, y por las crónicas sabemos que en el año 1628 llegó a desembolsar 1.875.000 maravedíes para alumbrar dicho espacio.

Diversión para todos los bolsillos

Las condiciones acordadas entre don Leonardo y el ayuntamiento establecían que el propietario debía conceder a la villa tres ventanas, situadas en el testero del corral, frente al tablado, para poder asistir a las comedias. De cada uno de los restantes aposentos podía cobrar dos reales, cobrándose el asiento de gradas a cuatro maravedís. En 1605, en Castilla la Nueva, una docena de huevos costaba unos 63 maravedís, y una de naranjas, 54; un pollo en torno a 55, y una gallina, 127. Con esto podemos dar fe de que, en cuestión de precios, el teatro del siglo de oro era mucho más asequible que el actual. Según nos refiere el filólogo Pedro G. Coello «a diferencia de las mujeres, los hombres solían comer atropelladamente el día de la comedia, y luego se apresuraban a acudir al Corral para conseguir un buen lugar». Ni que decir tiene que los escasos asientos no estaban numerados, e incluso algunos espectadores se los traían desde casa. Los primeros en llegar al recinto solían ser los mosqueteros, que ocupaban la totalidad del patio y seguían el espectáculo de pie. Muchos incluso trataban de colarse, dando lugar a numerosas riñas. Las mujeres, por su parte, se colocaban en la cazuela, ubicada en el corredor del primer piso, frente al tablado. Asimismo existía un lugar específico para los letrados y clérigos, pacíficos en su comportamiento, pero a los que los poetas y autores temían más que a los mosqueteros —sus críticas y comentarios sobre la obra solían ser mordaces—. Estos se sentaban en la tertulia, situada en el corredor del segundo piso, justo por encima de las féminas.

Cuatro horas a plena luz

Durante los siglos XVI y XVII la temporada teatral comenzaba el Domingo de Resurrección y terminaba el Miércoles de Ceniza. Teniendo en cuenta que por aquel entonces no existía la luz eléctrica —algunas escenas se apoyaban con velas y candiles—, las funciones solían empezar a las dos de la tarde entre los meses de octubre y abril. Luego lo hacían a las tres, durante toda la primavera, y a partir de las cuatro en verano, siempre con objeto de finalizar antes de la puesta de sol. Por tanto, y a diferencia de los espectáculos actuales, la duración de aquellos podía alcanzar las cuatro horas, siempre sin descanso. Y es que en los entreactos se representaban obritas cortas para entretener al respetable. Los famosos entremeses. Muchas veces estos obtenían un mayor respaldo por parte del público que la propia comedia en sí.

La estructura del teatro barroco comprendía una serie de partes bien diferenciadas. Nada más acceder al local, los espectadores asistían a la Loa de apertura, con la que se trataba de captar su atención. Con ella se alababa la comedia que venía justo después. Tras la representación de los diversos actos —con sus correspondientes entremeses—, la función se cerraba con una mojiganga final o baile de máscaras. Un elemento imprescindible era por tanto la música. En su trabajo Corral de Comedias. Crónica de la Farándula (Serendipia, 2007), Pedro G. Coello cita la canción polifónica como la forma más habitual de canto en el teatro de la primera mitad de XVII. Entre los instrumentos usados para representar las escenas de aldea nunca faltaba la flauta, la sonaja o la gaita, mientras que el ambiente cortesano se evocaba mediante la cuerda pulsada, la guitarra y el arpa.

Corrales de comedias en España

A partir de 1600, y como respuesta al entusiasmo del público, el número de corrales de comedias se multiplicó en nuestro país merced al apoyo de Felipe III y, sobre todo, Felipe IV —cuyo hijo ilegitimo, Juan José de Austria, nació fruto de su romance con la actriz María Inés Calderón, la Calderona—.

Una de las instalaciones más antiguas conservadas en España y Europa, aunque de modo parcial, es el Corral de Comedias de Alcalá de Henares. Situado en la antigua Plaza del Mercado (hoy dedicada a Cervantes), fue inaugurado en 1602, en el mismo período que sus homónimos de Madrid. Los historiadores nos cuentan que, por esas fechas, la capital contaba con seis recintos, siendo los más reconocidos el de la Pacheca, el de la Cruz y el del Príncipe y todos ellos dependientes de dos cofradías —la Pasión y la Soledad—, que los utilizaban para recaudar fondos benéficos. En el caso de Sevilla, la cifra era aún mayor, llegando a albergar entre los siglos XVI y XVII los siguientes espacios: San Pablo, huerta de las Atarazanas, la Alcoba, San Vicente, doña Elvira, Coliseo y el de la Montería (sito en los Reales Alcázares). Asimismo tenemos noticia de corrales en Valladolid, corte alternativa de los austrias, y otras ciudades de nuestra geografía como Olivera (Valencia), Toledo y Granada.

20 escenarios distintos

El 20 de septiembre de 1978, a iniciativa del entonces Director General de Teatro y Espectáculos, Rafael Pérez Sierra, se crean las primeras Jornadas de Teatro Clásico de Almagro. Una cita cultural pionera en nuestro país, que en su arranque reunió a personalidades de la escena como Fernando Fernán Gómez, José Hierro, Agustín García Calvo, Francisco Nieva o Luciano García Lorenzo. En los oídos de aquellos primeros espectadores aún resuenan los versos de Lope de Rueda —su obra Medora fue interpretada por miembros de la RESAD—, y Lope de Vega. Del Fénix se pusieron en pie dos títulos: La estrella de Sevilla, con dirección de Alberto González Vergel, y El despertar a quien duerme, dirigida por José Luis Alonso. También hubo lugar para la música, merced al concierto Danzas españolas de los siglos XVI, XVII y XVIII, conducido por Gregorio Paniagua. Hay que decir que, al margen del célebre Corral de Comedias, la villa de Almagro cuenta con otros espacios para acoger representaciones. El más castizo es su Teatro Municipal, realizado por Cirilo Vara en la segunda mitad del siglo XIX, con capacidad para 800 espectadores. Restaurado en los años 1989 y 2006, dicho recinto encabeza una importante lista de rincones habilitados para el festival. Y es que a partir de los años 80 el certamen inició su despegue definitivo. En 1981, coincidiendo con el tricentenario de la muerte de Calderón de la Barca, este se dotó de una mayor significación, aumentando considerablemente el número de espectadores. Dos años después se introdujo la figura del director —César Oliva fue el primero— y se le dio proyección internacional. Hoy, los espectadores que acuden a Almagro pueden disfrutar de representaciones en un antiguo claustro dominico, en el patio de un hermoso palacio de origen flamenco y en el solar que antes ocupaba un hospital. Y esto no es más que un ejemplo, pues el pueblo manchego llega a poner en funcionamiento hasta 20 escenarios distintos cada mes de julio.

XL Edición del Festival Internacional de Teatro Clásico

Este verano el Festival Internacional de Teatro Clásico alcanza su 40ª edición con una salud de hierro. El día de su inauguración (el 6 de julio), la organización reconocerá al actor José Sacristán por toda su trayectoria. Él será el encargado de recoger el XVI Premio Corral de Comedias, que en años anteriores fuese concedido a Julia Gutiérrez Caba o José Luis Gómez. En cuanto a los títulos a representar —un total de 102 funciones a cargo de 50 compañías—, destacan la versión de la CNTC de La Dama Duende, de Calderón de la Barca (del 6 al 16 de julio), El sueño de una noche de verano, de Shakespeare, interpretado por el Teatro Nacional Alemán (el 7 y el 8), Cyrano de Bergerac, protagonizado por los televisivos José Luis Gil y Ana Ruiz (del 7 al 10), o El lindo don Diego, por Morboria Teatro (el 16). También habrá lugar para varios espectáculos dedicados al Quijote, actividades infantiles, exposiciones y conciertos. Por último el 17 de julio el Corral de Comedias acogerá un homenaje a los intérpretes Joaquín Notario, Arturo Querejeta y Pepa Pedroche. Los interesados pueden encontrar toda la programación aquí: www.festivaldealmagro.com

Este verano el Festival Internacional de Teatro Clásico alcanza su 40ª edición con una salud de hierro