«Azaría»

Excelente relato el que estructura Anabel Rodríguez. La España de Primo de Rivera, un personaje femenino maravilloso, reminiscencias de las lecturas que atesora la autora, buen ritmo narrativo y un narrador que deja fluir su voz de forma agradable y acertada, son los ingredientes fundamentales de «Azaría»

11 mar 2019 / 08:48 h - Actualizado: 12 mar 2019 / 17:49 h.
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  • Anabel Rodríguez. / www.lagaleramagazine.es
    Anabel Rodríguez. / www.lagaleramagazine.es

A Inés Masero, protagonista de este febril relato, le gustaría tener tiempo para leer a Jane Austen; los libros, creo que dijo Gustavo Adolfo Bécquer son recordados hoy más que nunca (y no tanto en la Azaría -pueblo de la sierra que parece estar situado en medio de ninguna parte- de la dictadura de Primo de Rivera) por el recuerdo de su lectura, antes que por la precisión de sus palabras. La narración que además tiene que ver con el esclarecimiento del crimen con una hoz a Cándido y su hermana Paquita en la barbería del pueblo, nos recuerda a las sombras que Flaubert proyectaba sobre aquella criatura que reconoció ser, en el fondo, tan él mismo. Sombras rurales donde cada uno de los personajes, por mínimo que sea, cumple un preciado papel, en especial las mujeres obligadas a someterse a un rol secundario en su cotidianeidad.

Es sojuzgada Inés, estudiante para maestra, al mote de la Espanzurranovios, ya que según lenguas vecinales, de tres novios que tuvo, uno acabó en el manicomio, otro se suicidó y un tercero, músico, perdió su instrumento antes de su primera cita. Con estos mimbres, Inés se sirve de la ficción y la realidad que la inspira, para fortalecerse como carácter, aprovechando los pocos visos de esperanza que le da su condición.

De muchos es sabido cómo la vida, en según qué pueblos de la España profunda aún hoy, mantiene para muchas personas que los pueblan una espita de gas u olla a presión a punto de estallar. El forastero no sólo en un sentido económico, sino también existencial, se ve obligado en ocasiones a salir huyendo sin más, debido a atávicos sentimientos de culpa que a ningún sitio conducen.

«Azaría»
Portada de «Azaría», estupenda novela de Anabel Rodríguez. / El Correo

Por otro lado, debemos decir que la parte de novela negra que se corresponde con la investigación y juicio quizás quede, como las paredes blancas de Azaría, a la espera para el lector común de algún tubo de escape roto o una atmósfera más grisácea de la que en principio se pinta y que en otros momentos sirve para mostrar una más que justificada bonhomía también en Roberto Martín, inspector del gobierno central al que llega el caso. La novela debe quizá más por tanto a John Grisham que a Cornell Woolrich, y se preocupa con lenguaje sencillo, antes en entretener y no aburrir, que en oscurecer premeditadamente a nadie.

La implicación por otra parte de Inés, está presente durante todo el texto, no existiendo apoyatura definida en otros a los que vemos desde el principio actuar, lo que hace que cueste entrar en la trama, para después la autora darnos la mano a través de ellos: desde el primer acusado, producto del voluntarismo de otros tantos, Felipe Piesgrandes a los padres y amigas de Inés (Manuel, Mercedes y Rafaela, principalmente), y así alzar el vuelo una vez pasado el primer tercio del recorrido propuesto.

El proceso judicial, uno de los momentos más delicados, está muy bien logrado y resuelto, y en él se intercalan las pesadillas de una Inés, que por más valor que tengan humanamente, vemos como seguramente no serían tenidos en cuenta por las fuentes oficiales y oficiosas del caso en toda su magnitud.