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Barcelona, el mercado de la Boquería y la gente

Las ciudades cambian. Se van perfilando con el paso del tiempo. Pero no todas afianzan lo que son. El turismo excesivo, los mandamientos que dicta la economía o la mala educación de grupos que se empeñan en ganar terreno a toda costa, pueden difuminar lo que una ciudad fue. Barcelona, una ciudad espléndida, bajo la mirada de Concha García, se convierte en poesía.

18 feb 2017 / 12:21 h - Actualizado: 16 feb 2017 / 18:43 h.
"Viajes","Poesía"
  • Barcelona es una ciudad espléndida que se ha rendido a usos y costumbres que han ido cambiando su fisonomía. / Concha García
    Barcelona es una ciudad espléndida que se ha rendido a usos y costumbres que han ido cambiando su fisonomía. / Concha García
  • Barcelona representa ese modelo de ciudad del que hablan los políticos y no se logra. / Concha García
    Barcelona representa ese modelo de ciudad del que hablan los políticos y no se logra. / Concha García
  • A los ojos de los barceloneses de pura cepa, la ciudad ha evolucionado hacia territorios que no terminan de cuajar como modélicos. / Concha García
    A los ojos de los barceloneses de pura cepa, la ciudad ha evolucionado hacia territorios que no terminan de cuajar como modélicos. / Concha García
  • Todo, en las Ramblas de Barcelona, está preparado para el turista y eso empuja a los barceloneses hacia otras zonas. / Concha García
    Todo, en las Ramblas de Barcelona, está preparado para el turista y eso empuja a los barceloneses hacia otras zonas. / Concha García
  • Los turistas en Barcelona suelen vestir de forma peculiar. / Concha García
    Los turistas en Barcelona suelen vestir de forma peculiar. / Concha García
  • Las Ramblas de Barcelona son el eje que visitan millones de personas cada año. / Concha García
    Las Ramblas de Barcelona son el eje que visitan millones de personas cada año. / Concha García

En el hall de la estación del metro en la Plaza Cataluña, hay dos jóvenes durmiendo profundamente, no parece molestarles el tráfago de gente que pasa a las once de la mañana. El día es soleado. Camino por las Ramblas hasta el mercado de la Boquería. Me tengo que abrir paso entre la gente para no tropezar con nadie. Los quioscos venden todo tipo de recuerdos, poca prensa, más bien postales y abanicos. Los turistas suelen ir siempre vestidos de una manera poco convencional, algunos lucen sombreros comprados en una de las tiendas turísticas que flanquean las Ramblas. He leído que el ayuntamiento ha decidido no conceder más licencias para darle un respiro a quienes viven en dicha zona. El caso es que los vecinos de siempre huyen despavoridos porque no pueden pagar el alquiler . Hace años frecuentaba las Ramblas como cualquier ciudadana; me gustaba entrar en la Boquería, tomar una copa de cava y salir con la cesta de la compra; realmente se convertía en un placer comprar en uno de los mejores mercados de Cataluña. Hoy, para entrar he tenido que sortear un gentío de diversas nacionalidades y condición. Sacan fotos a todo. En el mercado ha crecido la oferta de frutas troceadas en vasos de plástico. Lo que antes era exposición de verduras, ahora es exposición colorida de dichos productos. Tiendas de comida rápida donde jóvenes compran hamburguesas o fatsfoods. En la parte trasera del mercado suelen ponerse lugareños que venden verdura de los huertos del Prat o Viladecans, poblaciones próximas a Barcelona. Un grupo de unos veinte adolescentes se sienta sobre el asfalto mientras come comida envasada y beben latas de refrescos. Uno de los verduleros a quien le he comprando pimientos y lechuga me dice que cada día es así, que debería haber una ordenanza para que esa gente no se sentara impidiendo el paso. Están hartos. Es la mala educación, pienso. Son jóvenes rubios, deben tener alrededor de veinte años o menos, sonríen como pájaros despistados. ¿Este es el modelo de ciudad del que tanto hablan los políticos? Salgo decepcionada, atravieso restaurantes y más restaurantes con mesas frente al mercado, alrededor del mismo han proliferado esos establecimientos de dudosa calidad y a precios de escándalo. Por ejemplo una copa de vino blanco se cobra a tres euros cuando la botella entera solo cuesta cinco en el supermercado. Sin embargo, el paisaje ya de por sí desolador, parece atraer a oleadas de gente que no dejan de entrar y salir del templo turístico. Al año pasan por allí unos cien millones de personas. El fotógrafo Marc Javierre lanzó un proyecto en Verkama que dio como resultado un reportaje fotográfico de La Rambla titulado: Tourist Walk. Su intención era denunciar el turismo masivo irresponsable.

Cada imagen donde una se detiene es digna de una fotografía mientras te planteas varias cuestiones. Una de ellas: ¿no le molesta a los turistas mientras desayunan esa aburrida marioneta imitando al grupo Creedence Clearwater Revival con la música a toda pastilla? Miro alrededor y hay varias ventanas y balcones, los vecinos ¿no están hartos? Otro grupo de jóvenes ya borrachos se ríen a carcajada batiente, torsos desnudos que lucen tatuajes de pánico. Más allá me cruzo con un descapotable que se abre paso saliendo de uno de los garajes de tantos hoteles como han habilitado en los últimos diez años. Regreso a la Plaza Cataluña para coger los Ferrocarriles Catalanes. No puedo dejar de sorprenderme porque cada treinta o cuarenta metros hay un hombre de unos treinta y tantos años que ofrece unos pequeños pitos que se introducen bajo la lengua y emiten unos sonidos horripilantes. La mala educación también permite no respetar el silencio. Vuelvo a encontrar a los durmientes en la misma posición, parecen muertos ¿y si lo están? ¿Nadie se ha dado cuenta? Como otros tantos lugares de Barcelona, los residentes salimos empujados. Ni la Barceloneta y sus playas, ni el Parque Güell, ni la Sagrada Familia, ni las torrenciales muchedumbres multimillonarias que compran en el saturado Paseo de Gracia.