Dolor, literatura y esa Valeria a la que todos conocemos

Cuando Laura Castañón entra en una habitación la ilumina. Tiene una sonrisa que parece complicado hacer desaparecer y una mirada azul de esas que desprenden chispas. Esta asturiana tiene el superpoder de hacerte sentir cómoda en menos de dos minutos y sabe emplearlo francamente bien. La noche que no paró de llover es su segunda novela y Anabel Rodríguez charla con la autora sobre esta y el resto de su carrera como escritora.

03 jun 2017 / 12:59 h - Actualizado: 28 may 2017 / 23:44 h.
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  • Portada de ‘La noche que no paró de llover’. / El Correo
    Portada de ‘La noche que no paró de llover’. / El Correo

Durante muchos años, Laura Castañón, se encargó de las relaciones culturales de un conocido centro comercial en Gijón; también ha impartido cursos de escritura a diestro y siniestro. Cuando por fin decidió lanzarse al mundo literario lo hizo de la mano de una de las grandes editoriales, Alfaguara. Su segunda novela La noche que no paró de llover, viene de la mano de Destino. Más o menos lo que todos los escritores nóveles soñamos, pero sólo unos pocos logran, así que (como en el fondo soy una cotilla) comienzo preguntándole cómo se siente una trabajando desde el minuto cero con grandes editoriales.

«Agradecida y sorprendida. O viceversa. Que Alfaguara publicara Dejar las cosas en sus días me hizo extraordinariamente feliz y estoy muy agradecida. Y que ahora Destino haya apostado por La noche que no paró de llover me produce una enormísima alegría. Afectivamente me toca muy adentro: mi incorporación como lectora a la literatura española se produjo gracias a la colección Áncora y Delfín de Destino, cuando era pequeña y empecé a descubrir a Delibes, Carmen Martín Gaite, Ferlosio, Carmen Laforet, Ana María Matute... Todos aquellos libros hicieron de mí una lectora apasionada. Que ahora una novela mía esté justamente en esa editorial y en esa colección, solo me puede hacer feliz».

En La noche que no paró de llover las protagonistas son mujeres muy diferentes entre sí, aunque unidas por el azar. ¿Crees que el azar existe?

«Creo que el azar es muy imaginativo. Escribe sus líneas y se producen situaciones extraordinarias. Movimientos imperceptibles, decisiones diminutas, modifican el curso de las cosas -la mariposa que aletea y provoca el terremoto- porque cada pequeño detalle influye, provoca, causa... Son tan pequeños, tan inconscientes, que ante el resultado no somos capaces de determinar cuál fue el origen, de qué forma un hecho pequeñito nos lleva a algo impensable».

Le comento que me he percatado de que casi todas las protagonistas de la novela escriben o quieren ser escritoras. No sé si es una elección consciente o viene por la importancia que los escritores pensamos que tiene lo que hacemos ¿es liberador escribir?

«Hay una redención a lo largo de la novela que viene determinada por la palabra. La palabra redime, sea hablada o escrita. En este caso, la forma en que abordan la escritura es muy distinta: Emma utiliza un diario para vaciarse, porque su cabeza está llena de pensamientos y de contradicciones y de emociones. Feli quiere ser escritora, tal vez como escape a la vida desdichada que le ha tocado, y Valeria, aunque siempre ‘ha escrito muy bien’, utiliza la escritura como tarea terapéutica».

¡Ah, Valeria Santaclara! En mi opinión es el personaje que hace girar la trama. Una anciana muy conservadora y bastante amargada, que mantiene sus convicciones a pesar de que no le han reportado felicidad, pero sí una compensación económica importante. Me gustaría saber cómo nació el personaje y si Laura conoce a alguna Valeria

«Una de las cosas que más me repiten los lectores es que todos conocen a alguna Valeria. No tomé como referencia a ningún personaje concreto pero, si tenemos en cuenta que muchos de sus rasgos, son los de una mujer fruto de su tiempo perfectamente identificable. En mi caso, Valeria Santaclara nació indisolublemente unida a la historia que traía consigo. Fue una madrugada de insomnio hace ya algún tiempo. Y llovía».

En la novela da visibilidad al lesbianismo, creando una pareja enamorada que no termina de entenderse muy bien a pesar de que se quieren. No es algo usual en nuestra literatura y me parece que puede contribuir a ver con normalidad este tipo de relaciones. ¿Era lo que pretendías?

«No sé si pretendía algo, la verdad. Elegir que Emma y Laia fueran pareja no respondió a una intención, previa. Creo que tiene que ver mucho más con la normalidad que con otra cosa. Me gustaba el contraste entre las dos personalidades y las complicaciones que podían surgir».

Le planteo a Laura que otro tema básico de la obra es el dolor que causamos a los demás o a nosotros mismos, de forma consciente o no y me gustaría saber por qué se ha centrado en él.

«El dolor nos cambia la vida casi siempre. La forma en que lo abordamos y lo superamos o no, nos transforma y las heridas que no se cierran condicionan cada acto. A veces de forma terrible».

La siguiente pregunta es casi obligada ¿van de la mano dolor y culpa?

«Sí. Y a veces se relacionan de tal manera que uno acaba moviéndose por ambos como por una cinta de Moebius, sin encontrar la salida. Por eso la redención es fundamental».

Me gusta la elección de los paisajes que realiza, porque se salen de lo típico. En Dejar las cosas en sus días, era Bustiello y el paternalismo económico del Marqués de Comilla los que adquirían gran protagonismo, en La noche que no paró de llover, Gijón se revela como un personaje más y de nuevo el presente y el pasado se dan la mano. ¿Es necesario conocer el pasado para vivir el presente?

«A mí me lo parece, pero supongo que hay gente que vive estupendamente sin planteárselo. A veces escarbar en el pasado produce sorpresas y no siempre agradables. Pero estoy convencida de que las sociedades tienen que guardar la memoria si quieren sobrevivir».

Es curioso que alguno de los personajes de la familia Montañés, protagonistas de la primera novela, hicieran ‘cameos’ en esta y le pregunto si nos hace un guiño o que volverán carga.

«Hacen ‘cameos’ porque en realidad, y hasta que cierre el ciclo que en mi cabeza se sitúa en un par de novelas más (aunque vete tú a saber), todo forma parte del mismo universo narrativo. Y sí, la familia Montañés, o alguno de sus miembros al menos, retornarán. Pero será más adelante y ya sabes que de esas cosas es mejor no hacer grandes anuncios».

Me sonríe y lo deja todo lleno de puntos suspensivos, como para que continúe devanándome los sesos.

Esta novela es esencial para el que quiera conocer Gijón, sus entrañas. El muro, la plaza de San Miguel, el Teatro Jovellanos... Me gustaría saber qué recomendarías visitar a un turista primerizo, a dónde debemos ir cuando estemos en Gijón.

«Cuando uno está en Gijón tiene que asomarse al mar. Recorrer el Muro, subir hasta el Cerro de Santa Catalina, callejear por Cimadevilla, salir a los maravillosos alrededores de Gijón, comer estupendamente, charlar con la gente... Y si ha leído La noche que no paró de llover, sentarse en la Plaza de San Miguel y escudriñar en los balcones de Valeria, que igual su espíritu de niña se asoma a mirar lo que pasa en la Plazuela».

Me despido de Laura, de su cabellera rojísima, su sonrisa y sus ojos azules. Su forma de hablar calmada y cálida, te hace sentir como si fueras un trocito suyo. Tengo el itinerario bajo el brazo y no me olvido de él. Os recomiendo que vosotros tampoco lo olvidéis y que si viajáis a Gijón miréis a vuestro alrededor, porque tal vez alguno de los personajes de su novela, os esté observando mientras mojáis los pies en el mar, al lado del Muro. En ese Gijón donde la lluvia reina casi todo el año.

Laura Castañón. / Fotografía de Alejandro Nafría