‘El hijo de Saúl’: El infierno y una sonrisa

Hay películas que causan dolor en el espectador. Echar un vistazo a las bodegas del ser humano es peligroso si se hace en serio. Y Lászlo Nemes decidió que lo iba a hacer y se lo iba a tomar muy, muy, en serio. El Holocausto nunca se había contado de esta forma. La experiencia es casi física y conmociona desde la primera a la última toma

05 may 2018 / 08:21 h - Actualizado: 03 may 2018 / 10:07 h.
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  • Un momento del rodaje de ‘El hijo de Saúl’. / El Correo
    Un momento del rodaje de ‘El hijo de Saúl’. / El Correo
  • El horror del Holocausto nunca antes se había contado de esta forma tan original. / El Correo
    El horror del Holocausto nunca antes se había contado de esta forma tan original. / El Correo
  • Poster de ‘El hijo de Saúl’. / El Correo
    Poster de ‘El hijo de Saúl’. / El Correo

El hijo de Saúl es una gran película, pero a los que quieran ver este trabajo hay que advertirles de algo importante: cuando el espectador se sienta frente a la pantalla y comienza a ver la película corre el riesgo de comenzar a encogerse, de hacerse más pequeño a causa de la angustia, del horror que espera en cada toma.

El hijo de Saúl (Saul fia, 2015) está dirigida por Lászlo Nemes, un realizador debutante aunque con gran experiencia en el mundo del cine. Además, junto a Clara Royer, escribió el guion de la película. Centra la atención en un solo punto de vista, en el de Saúl, personaje protagonista, y lo hace centrando la cámara en el personaje y desenfocando el resto de lo que se podría ver. Vemos con nitidez lo que quiere ver Saúl, lo que le interesa o representa un peligro para él. Pero todo está. Nada ha desaparecido. Siguen muriendo cientos de judíos al día, siguen las palizas, las torturas, los hornos al 100 por cien de su capacidad, la locura más colosal conocida jamás. Saúl sabe que está muerto aunque aún camina y respira y ve y escucha. Pero no siente. Nada, no siente nada. Por eso su interés se reduce, también, a la nada. Hasta que un niño sobrevive en la cámara de gas y muere poco después a manos de un médico nazi (si es que esos sujetos fueron médicos alguna vez) nada importa. Con esa aparición parece que el mecanismo de los sentimientos de Saúl vuelve a funcionar.

Nos encontramos en Auschwitz. Año 1944. La guerra terminará pronto. Saúl forma parte de un ‘sonderkommando’ del campo de exterminio alemán. Todo esto es algo que ya se ha contado de distintas formas, sí, pero nunca con la originalidad con la que lo hace Nemes. La película se convierte en una experiencia casi física para el espectador. Sonidos, desconcierto, dolor, golpes, olor a muerte... Todo se puede experimentar casi en primera persona. Porque el director sabe cómo tiene que hacerlo. De entrada, filma en formato 4:3 y en película de 35 mm.; y el uso del plano secuencia largo buscando un recorrido extenso y profundo del entorno, sumado a los primeros planos con la cámara al hombro, producen un efecto demoledor. Si el espectador se deja llevar la experiencia es brutal. Creemos estar buscando junto a Saúl lo único que necesita para que lo poco que le queda de vida tenga algún sentido: un rabino para enterrar al niño muerto convertido en razón de ser de Saúl. Ni siquiera sabemos si es su hijo o no lo es. Es irrelevante. Aunque sospechamos que no, que Saúl ha mentido.

Saúl es encarnado por un actor, también debutante: Géza Röhrig. Muy bien en su papel. Convincente, creíble. Pocas veces se ha visto en pantalla un rostro tan torturado, expresando tanto dolor, tan desencajado. La dirección de Nemes es precisa y logra que el actor nos regale una interpretación estupenda. Solo en algunos momentos, cuando la histeria del personaje se hace presente, la labor del actor se descontrola un poco.

Parecía que todo estaba contado y que la reincidencia no daría como resultado nada notable. Sin embargo el Holocausto es algo enorme, mastodóntico. Es posible que, todavía, alguien sea capaz de hacer algo nuevo y original. Porque el cine invita a que así sea en todas las ocasiones.

Por cierto, Nemes no puede resistir entregar un final que se llena de esperanza. Solo una sonrisa. No parece mucho aunque dadas las circunstancias una sonrisa puede serlo todo. Porque la vida continúa, los niños siguen en el mundo y mientras eso sea así todo puede volver a levantarse. Saúl sonríe porque ha encontrado una razón para ello. En el infierno nunca hubiera sido posible. Y el infierno estaba de las alambradas hacia adentro.

Impactante, desasosegadora, dolorosa. Tanto como imprescindible. No se la pierdan.