El ilusionista del papel
La mayor parte de la obra de este artista se custodia en el Museo Escher de La Haya y sale ahora de gira por el mundo. La exposición de Madrid ofrece mucho más de la que inicialmente se espera en una muestra comercial. La muestra es muy importante por la cantidad de trabajos originales que se pueden ver y por el repaso profundo, ordenado y atractivo, que se hace de la obra de Maurits Cornelis Escher. Además, la muestra puede verse en el Palacio del marqués de Gaviria, una paradoja.
Sin duda Maurits Cornelis Escher es uno de los artistas que fundaron la modernidad. Se escapó de lo previsible, de los caminos habituales, y profundizó en algo nuevo, tanto que alguna de sus obras solo se resolvió, años después, gracias a los avances en la matemática y la ciencia computacional.
Todos los lectores lo conocen. Es heredero de otro de los grandes, Giovanni Battista Piranesi, de sus cárceles, y de su inventiva visionaria, pero también de sus arduas peleas con la técnica para convertirse en un virtuoso, porque por delante de su imaginación, analítica y desbordante, se sitúa el artesano humilde, prodigioso obrero, instruido en los conocimientos del grabado, del dibujo, y de la xilografía.
La muestra del palacio de Gaviria es muy importante. En primer lugar expone muchos de sus trabajos originales, en formatos que no son los que acostumbramos a ver en los libros de arte. Después porque recorre su vida artística, desde los bocetos que hizo de los pueblos de Calabria que le llevaron a la investigación sobre los volúmenes y la armonía de la arquitectura popular, hasta la infinitud de sus realidades alternativas. Se destaca su maestría en el trazo y la punción, y se repasa su influencia en la modernidad, en el cine, el cómic, la publicidad, así como en otros autores.
Demuestra en fin la exposición esa triple cualidad de mente genial, trabajador perfecto, y artista inspirado que le sitúan en un lugar diferenciado. Se completa el recorrido con vídeos y animaciones, con recreaciones en 3D, y con juegos de ingenio con los que los asistentes pueden comprender mejor los mecanismos escherianos, basados en el engaño del ojo humano.
Holandés, criado y extinguido dentro del siglo XX, influido determinantemente por los patrones infinitos de la Alhambra, Escher dibujó un mundo que quizás exista en una realidad alternativa, donde la percepción visual es engañosa y el espacio trasciende las habituales dimensiones. Para el espectador es difícil de aprehender, pero comprensible, y es ese hecho de su familiaridad lo que lo convierte en algo inquietante y perturbador.
EN EL RECINTO
El Palacio del marqués de Gaviria es uno de los edificios paradójicos de Europa. Conserva -sin restauraciones- unas zonas nobles impresionantes, e inusuales en una ciudad como Madrid, son la imponente escalera de acceso y los salones de la planta principal con su galería a un patio acristalado. Se modeló esta residencia en el XIX según el estilo de los palacios italianos.
Al mismo tiempo que el edificio se ha conservado bien, aunque con el añadido de una planta, un activo centro comercial de tiendas de electrónica y decomisos ocupa el resto del predio. Y hasta hace poco tiempo los grandes salones aristocráticos albergaban una popular discoteca. Este solapamiento de usos que lo mantiene vivo y lo singulariza, lo convierte en el marco ideal para esta exposición. Lo preferimos así –porque somos decadentes- que convertido en un hotel de lujo, o en otra innecesaria institución oficial. El palacio de Gaviria hermana a la villa y corte con Nápoles, con Palermo, o con Bucarest, y la coloca en su geografía evidente, entre París y Marraquech, no nos engañemos.
El salón de los espejos tiene unas proporciones áureas, amplificadas por los frescos de Joaquín Espalter con secuencias de la Historia de España, la capilla mantiene el misterio de su recogimiento, y la galería cierta cualidad doméstica; los estucos de la escalinata son de una calidad superior que desafía el tiempo. Ante el azogue de sus espejos bailaron Alaska e Isabel II, y en sus peldaños se hizo la carrera, y aún se sientan los malotes de la periferia. Define una ciudad viva, anclada a su pasado, opuesta a la odiosa artificiosidad mercantilista de los Primark, y los Panishop.