El ocio en la ciudad del Novecientos

Hasta mediado el siglo XX, la ciudad estuvo anclada al costumbrismo de la centuria decimonónica. Diez distritos, sesenta y ocho fuentes públicas, una fábrica de gas que abastecía de luz, los automóviles desconocidos y la ciudad moviéndose en tranvía o coches de caballo, son algunos detalles que forman parte del retrato de la ciudad que fue Sevilla

18 feb 2017 / 12:10 h - Actualizado: 17 feb 2017 / 13:50 h.
"Historia"
  • Cine mudo en la Alameda de Hércules. / El Correo
    Cine mudo en la Alameda de Hércules. / El Correo
  • Tablao del café-cantante de El Burrero. / El Correo
    Tablao del café-cantante de El Burrero. / El Correo
  • Visitas al Prado de Nervión, donde aun puede verse un lienzo del acueducto de los Caños de Carmona. / El Correo
    Visitas al Prado de Nervión, donde aun puede verse un lienzo del acueducto de los Caños de Carmona. / El Correo
  • Ocio habitual en el Prado de San Sebastián, con los columpios. / El Correo
    Ocio habitual en el Prado de San Sebastián, con los columpios. / El Correo
  • Cinco hermanas montadas en burro en excursión dominguera a la Cruz del Campo. / El Correo
    Cinco hermanas montadas en burro en excursión dominguera a la Cruz del Campo. / El Correo

El estatismo apreciado en las zonas extramuros, durante la segunda mitad del siglo XIX y primeros lustros del XX, fue también en la mayor parte del casco antiguo. Pero los tímidos intentos de reformas urbanas de la segunda mitad del siglo XIX no estuvieron a los niveles de los grandes planes de ensanches de Madrid, Barcelona, San Sebastián y Bilbao, los cuales, pese a las enconadas polémicas que suscitaron, tuvieron consecuencias muy positivas para dichas ciudades. Sevilla no logró asimilar ni siquiera otros planes de reformas urbanas más modestos, como los de Zaragoza, Valencia y Pamplona. Sería una constante sevillana en las primeras décadas del siglo XX, incluso hasta tiempos muy cercanos.

La ciudad de 1900 estaba dividida en diez distritos con seiscientas dos calles, cincuenta y siete plazas y sesenta y una barreduelas. Cuatro mercados de abastos -los de la Encarnación, Feria, Triana y San Agustín- más el mercadillo provisional del Postigo del Aceite, atendían el consumo de la población, que contaba también con más de doscientas tiendas mixtas de comestibles y bebidas, sin contar las tabernas, cafés y cervecerías que superaban los doscientos cincuenta establecimientos.

El abastecimiento de aguas lo realizaban el Ayuntamiento y la empresa británica «The Seville Water Wolks Company Limited» -un servicio conocido popularmente como el agua de los ingleses-. El servicio municipal surtía a la ciudad a través de los renombrados Caños de Carmona, con aguas de Alcalá de Guadaira. Además, había sesenta y ocho fuentes públicas en diversos lugares de la ciudad, dependientes del servicio municipal, y diez por cuenta de la compañía inglesa. Al llegar a este punto hay que hacer obligada referencia a los puestos o quioscos de agua, que en gran parte sustituyeron a los antiguos aguadores, personajes típicos del siglo XIX y que llegaron hasta el primer tercio de la anterior centuria. También eran de responsabilidad municipal las novecientas cincuenta bocas de incendio, siniestros que cuando se producían eran anunciados desde los campanarios de las parroquias con un determinado número de toques que servían de orientación a los bomberos, los alcaldes de barrios y el público en general.

La fábrica de gas -instalada junto al río, en la calle Arjona - abastecía al vecindario y al alumbrado público, que contaba con 5.458 puntos de luz. En la misma zona se encontraba instalada la Compañía Sevillana de Electricidad.

Tres cementerios -el de San Fernando, el de San José (Triana) y el de los no católicos- acogían los despojos de los sevillanos, al precio de doscientas cincuenta pesetas la sepultura individual de primera clase por un plazo de diez años. Una sepultura en propiedad costaba setecientas cincuenta pesetas, y para los más pobres había una sepultura común por tiempo de cinco años donde el enterramiento con caja costaba diez pesetas, y a cuerpo limpio un duro. Ya por estas fechas de comienzo del siglo estaba semi clausurado el cementerio trianero, y en el de San Fernando podían admirarse «suntuosos mausoleos y magníficos panteones», según informaban las guías locales.

Diecisiete relojes daban la hora al transeúnte, que en horas libres o festivas podía frecuentar los paseos y jardines públicos: el parque de María Luisa -donado a la ciudad por la infanta del mismo nombre en 1893-, los paseos de la Puerta de Jerez, orilla del río Guadalquivir, Las Delicias, Cristina, Alameda de Hércules, Huerto de Mariana y jardines de Capuchino. Tres estatuas -la de Murillo, en la plaza del Museo (1864); la de Daoiz, en la plaza de la Gavidia (1889) y la de Velázquez, en la plaza del Duque de la Victoria (1892)- junto con el monumento dedicado a los soldados españoles que murieron en Sevilla como consecuencia de las heridas sufridas en la guerra de África (1859-1860), erigido en el cementerio de San Fernando en 1861, eran el patrimonio escultural público a finales del siglo XIX, enriquecido el 10 de diciembre de 1900 con la inauguración de la estatua de Maese Rodrigo en el patio central de la Universidad de la calle Laraña, y con la instalación en el jardín de la Caridad, en 1902, de la última obra de Antonio Susillo: la escultura de Miguel de Mañara.

El transporte de viajeros por el interior de la ciudad contaba con los tranvías de tracción eléctrica o animal, que funcionaban desde 1887 y cuya parada principal estaba establecida en la plaza de la Constitución (hoy de San Francisco), de donde partían siete líneas con recorridos que finalizaban en la Macarena, Puerta Osario, Puerta Osario-Macarena, Triana, Puerta Real, Calzada y Parque-Delicias. El precio del billete en la mayoría de los trayectos era de diez céntimos, siendo el más caro -veinte céntimos- el del trayecto hasta la Calzada, y de quince céntimos el del Parque-Delicias. Como complemento del tranvía estaban los carruajes de alquiler, con un caballo y dos o cuatro asientos, cuya tarifa diurna oscilaba entre una peseta por carrera -con una o dos personas- hasta un duro cuando se trataba de días de Feria de Abril y se transportaban tres o cuatro pasajeros. Había carruajes con dos caballos y una tarifa que especificaba los precios por carrera y por horas completas, por número de pasajeros y por el tipo de servicio, ya normales en el casco antiguo de la ciudad, o bien especiales al cementerio, al hipódromo o al Prado de San Sebastián los días feriados.

El automóvil era una máquina desconocida en las calles sevillanas, máxime si tenemos en cuenta que en l900 sólo había en España tres vehículos matriculados y que al término de la primera década del siglo sumaban 3.996. Hasta 1905 no se matriculó en Sevilla ningún automóvil y la placa SE - 1 correspondió a un Renault adquirido por Vicente Turmo Romera.