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El poder de desaparecer

Mariana Collado y Carlos Chamorro son bailarines. Cada uno ha seguido su propio camino hasta encontrarse para poder trabajar juntos. Ella es simpática, extrovertida, auténtica. Él parece algo más tímido aunque se trata de una apariencia engañosa. Resulta ser amable, sensible, buena gente. Y auténtico. Los dos lo son. Se han entregado en cuerpo y alma a la danza. Afortunadamente para todos los demás.

18 jun 2016 / 12:59 h - Actualizado: 15 jun 2016 / 14:59 h.
"Flamenco","Entrevista - Aladar"
  • Mariana Collado. / J. Guerrero Linares
    Mariana Collado. / J. Guerrero Linares
  • Carlos Chamorro. / El Correo
    Carlos Chamorro. / El Correo
  • Mariana Collado y Carlos Chamorro. / Alberto Romo
    Mariana Collado y Carlos Chamorro. / Alberto Romo
  • Vecinos es una historia de amor sin grandes pretensiones. / Alberto Romo
    Vecinos es una historia de amor sin grandes pretensiones. / Alberto Romo
  • Carlos Chamorro durante la representación de Vecinos. / Alberto Romo
    Carlos Chamorro durante la representación de Vecinos. / Alberto Romo

Las entrevistas sirven para muchas cosas. Conocer territorios más íntimos de las personas, trayectorias profesionales, reflexiones sobre asuntos concretos que puede hacer el entrevistado... Pero, desde luego, no sirven para que alguien suelte frases redondas y, casi siempre, peligrosamente vacías. Si el entrevistado no es auténtico al hablar, malo.

Ese, desde luego, no es un problema con el que me haya encontrado al charlar con Mariana Collado y Carlos Chamorro.

Pasar un rato con ellos, sentados en una terraza del centro de Madrid, se ha convertido en un momento delicioso, amable y muy, muy, divertido.

Hace unos días, al publicar la crítica de su espectáculo Vecinos decía de ella que si tuviera que definirla con una sola palabra, elegiría para hacerlo, ajedrez. Porque es inteligencia, anticipación, reflexión, lucha y, sobre todo, belleza. Mariana Collado es la dama blanca sobre el tablero, sobre el tablao. De él que es una acuarela, una imagen que sin decir una sola palabra; tan en silencio como un cuadro que traslada el mundo de un lugar a otro; nos cuenta qué es lo que nos pasa.

Mariana prefiere no quedarse con tormentas en la boca cuando habla. Relata su primer encuentra con Carlos Chamorro.

«Hay mucha química entre nosotros. Además, me enamoré profesionalmente de Carlos en el momento de conocerle. Yo es que tengo una cosa: soy la más pesada del mundo. Más que encontrarnos hice que nos encontrásemos. Trabajando en la escuela de Antonio Canales, hace seis o siete años, Carlos entró en la sala de profesores y dije ¿quién es este hombre tan guapo? Ya conocía cosas de él que me gustaban mucho. Insistí en tomar algo para decirle ¿dónde has estado tanto tiempo, hombre? Le insistía: Carlos hazme una audición. (Ambos se ríen recordando la situación). En cuanto empezamos a trabajar juntos nos fue muy bien. Ya lo ves, soy muy fan de Carlos. Es un compañero excelente. Siempre ayuda mucho».

Carlos niega ligeramente con la cabeza. Como diciendo que es un poco exagerada.

«Ya ves tú; en la sala de profesores que no cabía un alfiler. El caso es que yo le decía hazme bolera, ahora flamenco, ponte chabacana... Y siempre le amenazaba diciendo que no sabía qué hacer, si decirle que sí o que no, que no estaba seguro. (Más risas). Y quiero aclarar que no es pesada, es simpática. Tiene mucho arte».

Así comenzó su relación profesional. Aunque para encontrarse, cada uno, tuvo que vivir su propia experiencia. Dicho de otra forma, se vieron en la obligación de elegir la danza como forma de vida. Carlos, les puedo asegurar que de forma muy emocionante, recuerda por qué se hizo bailarín.

«Lo mío fue un escape. Sufrí un acoso escolar tremendo. Desde los ocho años hasta los trece. En mi casa no sabían nada y lo sufrí intensamente. Nos mudamos a un barrio obrero de Leganés porque vivíamos en una zona muy deprimida de Madrid y, un buen día, llegó un grupo a la casa de Andalucía de allí. Fuimos a ver lo que hacían. Y, entonces, pude ver a dos niñas; una vestida de niña (de flamenca) y otra de niño; bailando unos tanguillos de Cádiz. Me quedé loco. Hasta ese momento había bailado lo justito. Es verdad que tengo un recuerdo, de cuando tenía tres años, mirando la televisión. Unos tutús. Y eso, también, me marcó. Pero es un recuerdo nada más. Después de ver a esas dos niñas, al llegar a casa, le dije a mi madre que me apuntara a una escuela de danza. Y, desde ese día, dejé de preocuparme por lo que me pasaba en el colegio, enfrenté las cosas de otra manera. Poder bailar me dio la misma vida. Allí, en Leganés, encontré a Marisa Fernández, mi primera profesora. Y, fíjate, mis padres no podían pagarme los estudios y ella me becó. Durante todos los años. Descubrí que aquella escuela era mi hábitat natural. Antes lo fue mi habitación, el mundo no existía más allá de aquellas cuatro pareces. Y bailando descubrí el mundo. Poco antes sabía que tenía un sacrificio enorme que consistía en ir al colegio y volver cada día y, gracias a que soy muy positivo, no me vine abajo. Vivía amenazado y no salía a la calle para nada salvo para ir a por el pan corriendo por si aparecían aquellos chicos. Y el baile me permitió conocer lo que era el mundo».

Mariana se arranca con su propia historia.

«Yo hablé muy tarde (esto es importantísimo en mi vida) y lo único que hacía era disfrazarme y hablar sola porque nadie me entendía. Aprendí a decir cosas moviéndome. Más tarde, mi madre me apuntó en el conservatorio, pero me suspendían y decían que era demasiado inquieta, que no me centraba. Y, entonces, entré en una academia (aparte del conservatorio) y tuve una profesara fascinante: Isabelita. Cuando la conocí me sorprendió tanto, percibí tanta entrega, disfruté tanto del brillo de los ojos de aquella mujer... Me impacto mucho, fue muy impresionante. Y dije que yo quería sentir lo mismo que ella. Mágico. Totalmente. Fue conocer a Isabelita y decidir que mi vida sería la danza. Años más tarde, al acabar la carrera, tuve la gran suerte de estudiar con Mario Maya. Dábamos clase de flamenco, de historia del flamenco, clásico... Con Mario aprendíamos técnica, pero nos contaba muchas historias, nos hacía sentir pasión por la danza. Fueron otros dos años maravillosos».

Una cosa que marca mucho el trabajo de estos bailarines es el matrimonio entre diferentes tipos de danza. Me intereso por saber cómo lo consiguen, por ese momento en el que todo se funde en una sola cosa. Es Carlos el que contesta.

«Todo la conexión entre una cosa y otra es producto del aprendizaje. Mira, yo soy un bailarín que comenzó con el flamenco, la escuela bolera, la danza española, el clásico. Con todo esto lo que hago es bailar. Con todo lo que llevo dentro. Cuando eres capaz de sentir todo lo que sabes la cosa va sola. Lo que no puede ser es pretender hacer flamenco habiendo hecho solo clásico y dando dos clases de lo otro. Por eso y no por otra razón, los nexos aparecen solos. Expresas y ya están dentro de lo que haces. Si no se vive algo no se puede bailar. No existen recetas ni fórmulas».

Y ¿el talento? ¿Cuenta en todo esto? (Ambos están de acuerdo).

«El bailarín se forma. El trabajo diario es fundamental. Puede ser que alguno tenga un talento descomunal, pero sin trabajo se queda en nada».

Me dirijo a Mariana para que me indique qué códigos debe tener en cuenta un espectador al ver un espectáculo de danza.

«Para ver danza hay que abrir las puertas y dejar que lo que se vea desde allí te arrope. Ten en cuenta que el espectador debe pensar que no existe la palabra, que existe el movimiento y que debe entrar en un espacio lleno de códigos nuevos (que ya conoce, pero que no suele interpretar) para entender desde un lenguaje corporal intenso. No está la palabra y eso, al principio, es algo complicado, pero termina siendo definitivo».

Ni Carlos ni Mariana han dejado atrás nada de lo que son al bailar. Al contrario, afirman que bailar les ha colocado en el mundo. Ella reconoce haber perdido miedos y eliminado sus fantasmas, haber colocado cada cosa en su sitio si se refiere a su propia intimidad. Carlos piensa en lo que hubiera sido de él sin la danza y no es capaz de imaginarlo. Los dos coinciden en que al bailar hay que desaparecer y dejarse llevar por la improvisación, que es la única forma de sentir con intensidad y que el público lo perciba.

Antes de acabar, comentamos algunos aspectos de su espectáculo Vecinos. El inevitable asunto de la pureza del flamenco; y lo que dicen los más estrictos que se pierde de su esencia al fusionar o incluir novedades; aparece en la conversación. Carlos, hace un gesto de desaprobación antes de hablar.

«Llevo quince años haciendo este tipo de trabajo y estoy acostumbrado a que me digan los más puristas que lo que hago no es flamenco. Pero esto es algo aburrido. Por ejemplo, fuera de España no les gusta tanto ver a una bailaora o un bailaor haciendo flamenco más tradicional como se hace en un tablao. Se buscan otras cosas. Se prefiere algo más narrativo. Ya se entiende mucho de flamenco en otros sitios y, tal vez, son más aperturistas. No creo que se pierda nada porque las raíces quedan intactas».

Miro a Mariana esperando que añada algo. Encoge ligeramente los hombros y dice:

«Vecinos es una propuesta reflexiva, tiene un punto amargo dentro de una historia muy bonita de amor. Es muy arriesgada porque hay que pensar sobre ella y sobre la sensibilidad que se trata de desarrollar sobre el escenario. Y es flamenco. De eso no hay duda».

Ahora sí que nos tenemos que despedir.

La dama blanca y la acuarela se alejan caminando despacio. Las calles de Madrid les difumina como a todos los demás. Aunque ellos tienen una ventaja sobre casi todos: pueden desaparecer, difuminarse si ellos lo desean, cuando todo el mundo les mira desde las butacas de los teatros. Para hacer sentir cosas intensas. Es lo que tiene bailar. Y su importancia es apabullante.