Hazaña de los catalanes en Oriente

La apertura al público, los domingos, de la sede del Ayuntamiento de Barcelona empodera a ciudadanos y visitantes, y nos permite compartir la casa común. Un cofre lleno de tesoros, hechos que narra Ramón Muntaner en su ‘Crónica de los Almogávares’. Continuamos con la serie dedicada al muralista José María Sert.

21 may 2016 / 12:31 h - Actualizado: 18 may 2016 / 15:21 h.
"Arte - Aladar"
  • Salón de Crónicas del Ayuntamiento de Barcelona. / El Correo
    Salón de Crónicas del Ayuntamiento de Barcelona. / El Correo
  • El conocido como Salón de Crónicas del Ayuntamiento de la Ciudad Condal es una de las obras más impresionantes del pintor catalán José María Sert. / El Correo
    El conocido como Salón de Crónicas del Ayuntamiento de la Ciudad Condal es una de las obras más impresionantes del pintor catalán José María Sert. / El Correo
  • El mural se encuentra en el lugar original para el que fue encargado, manteniendo los complementos y el mobiliario con los que Sert completaba habitualmente sus decoraciones. / El Correo
    El mural se encuentra en el lugar original para el que fue encargado, manteniendo los complementos y el mobiliario con los que Sert completaba habitualmente sus decoraciones. / El Correo

En el verano de 1302 El caballero Roger de Flor, al mando de una compañía de mercenarios catalanes, abandona Sicilia, donde guerreaba, y acude a Bizancio en ayuda del emperador Andrónico II, asediado por los turcos.

A su llegada a Oriente los soldados entran en batalla dejando más de dieciséis mil muertos, primero entre los Genoveses de Constantinopla –sus enemigos acérrimos-, después rechazando a los otomanos. Estos militares, conocidos como almogávares, a los que se irán uniendo con sus mesnadas Bernat de Roquefort, Berenguer de Entenza, y Fernando Jiménez de Arenós, avanzan sobre Éfeso, Filadelfia, y Magnesia, tomando con éxito las plazas. Más tarde se enfrentan a los alanos del Mar Negro y los vencen también. De nuevo en la capital del Imperio comienzan la suspicacia y las intrigas cortesanas. Miguel IX Paleólogo, hijo del emperador, con la promesa envenenada de un título de César, prepara una emboscada en la que resulta muerto el jefe de la expedición.

Comienza entonces lo que se conocerá como la «Venganza catalana», que se recuerda en Tracia desde entonces como un auténtico reinado del terror. Los mercenarios arrasan Bizancio durante dos años, dejando más de treinta mil muertos. Pasan al servicio del duque de Atenas, pero cuando este se niega a pagar por sus servicios, los almogávares toman el ducado para el rey de Aragón, y después conquistan Neopatria. Disgustado con la negativa a restituir la legalidad alterada, el Papa excomulga a los catalanes en 1318.

Los hechos los narra Ramón Muntaner en su Crónica de los Almogávares.

Hechizado por el sabor exótico de esta aventura, en la que encuentra la inspiración necesaria, puesto que el tema es propicio a la grandiosidad de sus composiciones, el muralista José María Sert decide basarse en esta historia legendaria para la decoración de una sala encargada por la corporación municipal de Barcelona.

El conocido como Salón de Crónicas del Ayuntamiento de la Ciudad Condal es una de las obras más impresionantes del pintor catalán. En primer lugar porque se encuentra en el lugar original para el que fue encargado, manteniendo los complementos y el mobiliario con los que Sert completaba habitualmente sus decoraciones. En segundo lugar, la tensión histórica obliga al artista a centrarse en los hechos, sean estos más o menos míticos, en vez de dispersarse en figuraciones accesorias. No es un encargo social -sino oficial- y Sert cumple con formalidad, desterrando todo lo frívolo y lo accesorio. Además es innegable que de alguna manera el creador asume la emocionalidad de los hechos relatados haciéndolos suyos, en esa oportunidad que se le ofrece para dejar una impronta en la tierra de sus mayores.

En una visión general la sala es grandilocuente y ostentosa; cada una de sus partes cumple con el relato de secuencias articuladas, elegidas de los libros de Historia. En el detalle se encuentran la magia y la anécdota.

En un muro, Roger de Flor toma posesión de las prebendas exigidas al emperador, la toga inherente al título de megadux, y la mano de su sobrina la princesa búlgara María Asanina. En otro se lleva a cabo el Embarque triunfal, y la panorámica del puerto bizantino se extiende entre un cielo de tormenta. Bajo las murallas de la ciudad, un bosque de mástiles ocupa ominosamente el Bósforo, son las naves catalanas. En una pared menor el caudillo almogávar es asesinado ante la atónita mirada de los prelados cismáticos. El alud, una de las grandes apuestas del conjunto, retrata la invasión de Ataqui con una magnífica batalla campal. Tras un cortinaje ilusorio se esconde El engaño del emperador, con la emisión de moneda falsa para pagar a los extranjeros; en la viñeta, se discute la reclamación. Sobre el techo, en fin, se alza la torre de Adrianópolis defendida por los catalanes escapados de la traición, que está rodeada del humo denso de los incendios.

Todo figura destrucción, movimiento, violencia desatada que resulta, sin embargo, atenuada por la iridiscencia de los metales preciosos, se transforma en una atmósfera de silencio y recogimiento.

El Salón de Crónicas fue inaugurado por los reyes Alfonso XII y Victoria Eugenia, con motivo de la Exposición Internacional de 1929.

También se ocupó Sert de la decoración de las bóvedas de la escalera de honor. Son menos llamativas. Representan alegorías de las aportaciones de Cataluña a la Historia universal. Las enlazan figuras librescas, muchachos cargados con pesados volúmenes, jóvenes que caminan en el vacío soportando enciclopedias.

En los espacios semicirculares Cristóbal Colón y Enrique el Navegante consultan los antiguos portulanos mallorquines que se harían famosos en el Mediterráneo. Los judíos de Cataluña asisten a una exposición rabínica. Están los grandes teólogos, Raimundo de Peñafort, Francisco Eiximenis, y Felipe de Malla. La filosofía está representada, como no podía ser de otra manera, con la figuración de Raimundo Lulio enfrentándose a los místicos islámicos, Averroes y Avicebrón. Miguel Servet señala a un paciente, Santa Eulalia aparece martirizada, y Jacinto Verdaguer recogiéndose el manto.

El corredor introduce de alguna manera la idea del Conocimiento, a través del que preservamos la leyenda, rememoramos la Historia, y cooperamos a la gloria de las artes.