Las dos caras de la moneda

El Premio Nacional de Literatura Paco Bezerra y el director Luis Luque convencen con su revisión del mito de la mujer fatal en la última apuesta de Producciones Faraute. Sexo, misterio y tragedia son los ingredientes principales de «Lulú», un espectáculo a la medida de la actriz María Adánez que nos permite reflexionar sobre los clichés impuestos a la mujer a lo largo de los tiempos y su permanencia en la sociedad actual

10 feb 2018 / 08:58 h - Actualizado: 06 feb 2018 / 01:15 h.
"Teatro","Teatro Aladar"
  • Lulú posee todo lo necesario para atrapar al espectador. / Producciones Faraute
    Lulú posee todo lo necesario para atrapar al espectador. / Producciones Faraute
  • La sensualidad de la actriz protagonista, tanto física como emocional, desborda los límites del escenario. / Producciones Faraute
    La sensualidad de la actriz protagonista, tanto física como emocional, desborda los límites del escenario. / Producciones Faraute
  • María Adánez, desde su primera aparición, se convierte en la piedra angular del proyecto. / Producciones Faraute
    María Adánez, desde su primera aparición, se convierte en la piedra angular del proyecto. / Producciones Faraute
  • Sobresale la preciosa escenografía de Mónica Boromello, la iluminación de Felipe Ramos y la música de Mariano Marín. / Producciones Faraute
    Sobresale la preciosa escenografía de Mónica Boromello, la iluminación de Felipe Ramos y la música de Mariano Marín. / Producciones Faraute

Decía el bardo de Stratford, William Shakespeare, que «la mujer es un manjar digno de dioses, cuando no lo cocina el diablo». Una frase que ejemplifica la tradicional visión que los hombres han tenido del sexo opuesto a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, antes de la llegada del Romanticismo y del posterior movimiento de liberación femenina, la mujer apenas tenía representación en la cultura. Tres eran los estereotipos básicos en una sociedad patriarcal y eminentemente masculina: esposa, madre y prostituta o bruja. A partir de su emancipación, la mujer comenzó a verse además como una amenaza. Sus logros en materia social, unidos a una nueva actitud —mucho más desinhibida y segura— permitieron el nacimiento de un nuevo modelo, el de la «femme fatale», cuyo escenario natural era el literario. Cuestión que la escritora Marta Sanz resume en su Libro de la mujer fatal de la siguiente forma: «Es sexual, ambiciosa, femenina hasta el extremo o ambiguamente viril, ávida de dinero y poder en ocasiones, ansiosa por disfrutar de su cuerpo, libre hasta la amoralidad casi siempre». Es decir, un prototipo más que sugerente que ha dado lugar a iconos antiguos como Lilith, Eva o Salomé, o modernos como Mata Hari, Mae West o Lola Montes.

El salto al teatro

Esta figura destructiva y fascinante tan recurrente en el mundo de las letras será rescatada en 1895 por Frank Wedekind, un dramaturgo nacido en Hannover cuya biografía es merecedora de una película de Hollywood. Hijo de un médico y una actriz californiana de origen húngaro, su formación liberal en Suiza le llevó a probar infinidad de trabajos: desde la publicidad al circo, pasando por el periodismo e incluso la música —llegó a tocar el laúd en varios cabarets—. Una curiosa trayectoria que le impulsaría a crear obras cuyo tema principal era la lucha contra las convenciones burguesas y la falsa moral. Así nace El despertar de la primavera, que estuvo prohibida hasta 1912, y El espíritu de la tierra (y su continuación, La caja de Pandora), que además fueron precursoras del expresionismo e influyeron decisivamente en Bertolt Brecht. Estas dos últimas tragedias son las que más nos interesan, pues en ellas se representa la fuerza sexual instintiva a través de acciones simbólicas, siendo su protagonista una arrolladora mujer llamada Lulú. Este personaje indomable inspiraría, además, una ópera en 1937, firmada por el austriaco Alban Berg y estrenada en España treinta años más tarde.

Lulú según Paco Bezerra

A diferencia de Wedekind, Francisco Jesús Becerra Rodríguez (Almería, 1978) nació en el seno de una familia modesta en la que la superstición envolvía todas y cada una de sus facetas cotidianas. Hecho que provocó que sus primeros años estuviesen rodeados de una especie de ‘halo misterioso’ que, con el tiempo, se convertiría en material de primera calidad para sus obras. Titulado en Técnica e Interpretación por el Laboratorio de Teatro William Layton y licenciado en Arte Dramático por la RESAD, su sorprendente curriculum incluye el Premio Calderón de la Barca y el Nacional de Literatura en su modalidad dramática. Unos galardones que, si bien le abrieron las puertas de Europa y América desde un primer momento, no bastaron para convencer a los productores nacionales hasta 2012, cuando José Luis Gómez estrenó Grooming en el Teatro de la Abadía. Luego llegarían Ahora empiezan las vacaciones, El señor Ye ama los dragones —nominada a 4 Premios Max en 2016— o El pequeño Poni, estas últimas junto a Luis Luque, director madrileño con quien el almeriense parece haber hallado la horma de su zapato. En el caso de Lulú, título lejanamente inspirado en la creación de Wedekind, Paco Bezerra y Luque vuelven a apostar por la actriz María Adánez, con quien ya compartieron escenario en El pequeño Poni, para crear una intriga producida por Faraute con el sello del recordado Miguel Narros.

Una reflexión necesaria

Ambientada en un entorno rural mágico propio del teatro clásico, pero al mismo tiempo tenebroso, Lulú posee todo lo necesario para atrapar al espectador. Esta narra la historia de Amancio, viudo y dueño de una plantación de manzanos, quien, tras encontrarse a una mujer herida e inconsciente a los pies de un árbol, decide llevarla a su casa. Allí, la misteriosa dama conocerá a Calisto y Abelardo, dos jóvenes que pronto se sentirán atraídos por su fuerte magnetismo, al igual que su progenitor. Un argumento que, amén de asegurarnos escenas repletas de tensión sexual, nos permite reflexionar —merced a su vuelta de tuerca— sobre los problemas que afectan a las relaciones entre hombres y mujeres desde el inicio de los tiempos. En el terreno puramente artístico, hemos de destacar a una enorme María Adánez (Madrid, 1976), que desde su primera aparición se convierte en la piedra angular del proyecto. Su encarnación de la sensualidad, tanto física como emocional, desborda los límites del escenario, confirmando su capacidad para interpretar cualquier tipo de papel. Suyo es el mérito de cautivar a los espectadores durante la mayor parte de los sesenta minutos que dura el espectáculo, así como de lograr que el elenco masculino brille a su alrededor. Desde un estupendo Armando del Río, que borda el papel del cabeza de familia, a César Mateo y David Castillo, quienes encarnan convincentemente a sus hijos. Por su parte, Chema León aporta el histrionismo necesario al complejo papel de Julián, uno de los contrapuntos del libreto. En lo técnico, sobresale la preciosa escenografía de Mónica Boromello, la iluminación de Felipe Ramos y la música de Mariano Marín.