Luisa Miller y el cielo de Madrid

Ópera en versión concierto en el Teatro Real de Madrid. ‘Luisa Miller’ del compositor Giuseppe Verdi. Este músico acapara la ópera italiana del siglo XIX con grandeza. Ninguna de sus obras deja indiferente al aficionado; rebosan creatividad, energía. Voces exquisitas sobre el escenario, la Orquesta Titular del Teatro Real dirigida por un director de gran calidad, un coro que nunca falla. Todos los ingredientes necesarios para disfrutar de una maravillosa tarde de ópera.

30 abr 2016 / 12:59 h - Actualizado: 29 abr 2016 / 12:19 h.
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  • Vincenzo Costanzo (Rodolfo) y Lana Kos (Luisa Miller). / Fotografía de Javier del Real
    Vincenzo Costanzo (Rodolfo) y Lana Kos (Luisa Miller). / Fotografía de Javier del Real
  • Leo Nucci (Miller). / Fotografía de Javier del Real
    Leo Nucci (Miller). / Fotografía de Javier del Real
  • María José Montiel (Federica) y Vincenzo Costanzo (Rodolfo). / Fotografía de Javier del Real
    María José Montiel (Federica) y Vincenzo Costanzo (Rodolfo). / Fotografía de Javier del Real

¿Cómo podríamos saber qué es lo que Giuseppe Verdi quiso expresar con su música y con sus libretos que, a veces, parecen incomprensibles e incoherentes por ser tan sumamente simplones? Pues escuchando sus óperas. Parece una perogrullada, pero es así de sencillo. Porque si las vemos representadas sobre un escenario que contiene una puesta en escena concreta, aunque esta trate de ser fiel a la esencia de la obra, no dejará de ser un filtro ajeno a eso que quiso contar el compositor, a eso tan lleno de matices que convierten sus obras en algo exclusivo y único. Para entendernos, si alguien nos cuenta una historia tiende a elegir, destacar e incidir en aquello que más le interesa y, por supuesto, no tiene porqué coincidir con la verdad. Pues lo mismo pasa en la ópera. Guste o no guste esto es algo que sucede en cualquier manifestación artística que necesita de otros para poder funcionar.

Pues bien, no hay mejor forma de hacerlo (si no se sabe leer una partitura o no se tiene una buena grabación a mano) que acudir al teatro a disfrutar de una ópera en versión concierto. Ya sé que habrá quien piense que no es lo mismo, que falta algo. Pero hay que tener en cuenta que, en ese tipo de conciertos, los filtros son muchos menos.

En el Teatro Real de Madrid, los días 23 y 26 de abril, nos han ofrecido la posibilidad de disfrutar de la ópera de Giuseppe Verdi Luisa Miller en este formato del que hablo. Además, los cantantes no estuvieron sentados esperando su turno. Iban y venían interpretando su papel con el mínimo número de elementos necesario para que la comprensión por parte del público fuera sencilla. Así, las aristas dramáticas de los personajes (los de Verdi no tienen pocas) iban quedando al descubierto sin empujones ni obligaciones impuestas por una puesta en escena determinada. Digamos que era un filtro mínimo que ayudaba a entender en la platea y a interpretar sobre el escenario.

No es Luisa Miller la ópera más conocida de Verdi. Sin embargo, acumula valores muy característicos del compositor y algunos elementos musicales extraordinarios. Por ejemplo, la obertura es una de las mejores del compositor italiano. Construida sobre el modo do menor / do mayor, es un allegro de sonata de severa construcción que incluye temas diversos que se entrelazan buscando la sensación de pieza monotemática. Es tal la importancia de esta obertura que cuando escuchamos algunos de sus fragmentos alternando con motivos del dúo de amor en el primer acto, tenemos la sensación de encontrar la idea no aquí sino en la propia obertura. Se aprecian grandes similitudes con la de El Cazador de Carl Maria von Weber.

En Luisa Miller ya quedan expuestos algunos de los temas recurrentes en la obra de Verdi: la paternidad como losa y bendición al mismo tiempo, la soledad de la mujer ante el dominio del hombre que puede llegar al extremo buscando su propia salvación y siempre a costa de la mujer (la similitud de Luisa con Gilda de Rigoletto es importante).

Pues con estos mimbres se esperaba el concierto. El que escribe asistió el día 26. Y la factura fue, sencillamente, impecable.

James Conlon logró sacar lo bueno que tiene dentro la Orquesta Titular del Teatro Real de Madrid. Efusivo, implicado y casi podría decirse que entusiasta.

Andrés Máspero hizo lo propio con el Coro Intermezzo. Esto es algo que ha dejado de ser noticia porque siempre están muy bien y logran teñir el entorno con los colores precisos.

Leo Nucci no parece claudicar ante el paso del tiempo. Aunque en algunos momentos ya se contiene para soportar bien lo que le queda de ópera. Pero es una excelente noticia que se dosifique porque es un claro arquetipo de lo que debe ser un barítono verdiano. Estuvo muy bien. Y, esta vez, el público se lo reconoció con tanto cariño como mesura, sin grandes exageraciones ni aspavientos. El barítono, está claro, se siente muy bien sobre las tablas del Teatro Real de Madrid. De hecho, ya hace lo que le viene en gana. Si le aplauden desde la platea y a él le da por estrechar la mano al director musical o al solista, pues lo hace. Esto no tendría excesiva importancia si no fuera porque la ópera se estaba semirepresentando (si es que puede decirse así) y estas cosas pueden tener el mismo efecto que un terremoto si centramos la atención en la continuidad dramática.

Dmitry Belosselkiy y John Relyea forman una pareja de bajos sobresaliente. Son los villanos de la obra y logran llegar a un nivel vocal sólido, robusto e indiscutible. Además, sobre todo el canadiense Relyea, arranca esos matices que buscaba Verdi en los malos de sus óperas. Suelen ser el claro ejemplo de lo que un personaje perverso puede llegar a sugerir en la ópera, suelen ser el claro ejemplo de villano que encarna el propio mal. Telyea logró construir su personaje, Wurm, siendo convincente en ese territorio del despecho en el que la destrucción por la destrucción puede llegar a ser la única premisa con la que cuenta un alma. Muy próximo a Iago de Otello. El Conde de Walter que interpretó Belosselkiy, aunque muy bien dibujado vocalmente, se instaló en un territorio algo más discreto. Pero, como digo, ambos merecen una altísima nota.

María José Montiel cumplió sin problemas en su papel de Federica. Del mismo modo que Lana Kos (Luisa) logrando unas tonalidades preciosas en los agudos y sin perder el sentido musical en ningún momento.

Vicenzo Costanzo, sin estar mal, fue el más discreto de todos los cantantes. Estuvo, en un par de ocasiones, a punto de verse desbordado por la exigencia de la partitura de Verdi. En cualquier caso, pronto, este tenor será una de las voces a tener en cuenta.

En definitiva, una magnífica tarde noche de ópera.

No puedo resistir la tentación a contar lo precioso que estaba el cielo de Madrid. Durante el descanso, se podía ver el azul veteado por las nubes, estiradas por una brisa apenas imperceptible, iluminado levemente por un sol que parecía dibujado por un niño. Tan difuminado, tan triste, que parecía no querer dejar la estampa. Belleza sin filtros.

El argumento

Comienzos del siglo XVII. La acción se desarrolla en alguna parte del Tirol. La historia contiene amor, intriga, drama.

Luisa es la hija de un viejo militar retirado. Es una mujer pura de alma que se ha enamorado de Rodolfo, hijo del Conde de Walter. El Conde quiere obligar a Rodolfo a que renuncie al amor que siente por Luisa para que se case con la duquesa Federica. Este se niega y el Conde arresta al padre de Luisa. Por otro lado, Wurm que está a las órdenes del Conde y que fue cómplice junto a él de un capítulo oscuro y violento que les une en su maldad, obliga a Luisa a escribir una carta en la que declara su amor por él. Rodolfo se siente traicionado aunque Luisa le escribe confesando lo que, realmente, ha sucedido y proponiendo que se suiciden. Rodolfo, pone veneno en la taza de Luisa mientras esta reza. Ambos beben. Rodolfo, antes de morir, logra matar al villano Wurm.