Menú

Mal de altura: Atasco en el Everest

21 feb 2017 / 09:00 h - Actualizado: 19 feb 2017 / 21:49 h.
"Libros","Cine","Cine - Aladar","Libros - Aladar","Aladar deportivo"
  • Imagen de la película ‘Everest’. / El Correo
    Imagen de la película ‘Everest’. / El Correo
  • Jon Krakauer, autor de ‘Mal de altura’. / El Correo
    Jon Krakauer, autor de ‘Mal de altura’. / El Correo
  • Mal de altura: Atasco en el Everest
  • Mal de altura: Atasco en el Everest
  • Seaborn Beck Weathers, superviviente, al regresar a Estados Unidos. / El Correo
    Seaborn Beck Weathers, superviviente, al regresar a Estados Unidos. / El Correo
  • Portada de ‘Mal de altura’. / El Correo
    Portada de ‘Mal de altura’. / El Correo
  • Imagen del Everest. / El Correo
    Imagen del Everest. / El Correo

Todo aquel que esté interesado mínimamente en el alpinismo, no puede dejar de leer ‘Mal de Altura’ de (’Into Thin Air’, 1997) del autor norteamericano Jon Krakauer. Un relato sobre los peligros de la montaña y sobre el afán de superación del hombre. Pero, también, sobre la extrema comercialización a la que estamos sometidos en cualquier lugar del mundo.

Krakauer coronó la cima del Everest, la más alta de la Tierra y logró regresar con vida a casa. Pero no todos los que, aquel 10 de mayo de 1996, comenzaron la aventura tuvieron la misma suerte.

El periodista viajó hasta el Himalaya para escribir un reportaje sobre la masificación que se estaba produciendo en las subidas al Everest. El alpinismo ya no era cosa de unos pocos que eran capaces de atacar gigantes de dimensiones colosales, que tenían una preparación técnica impecable y que poseían una fortaleza mental a prueba de bombas. No, el Everest podía ser escalado si tenías una cuenta bancaria nutrida, unos conocimientos mínimos sobre el alpinismo y te lo permitía la salud.

Aunque parezca cosa de ciencia ficción, algunos puntos de la escalada se atascaban por la acumulación de personas que intentaban llegar a la cima.

Krakauer viajó con la empresa Adventure Consultants, empresa dirigida por un alpinista de primera clase, Rob Hall, que cobraba unas sumas importantes por llevar a sus clientes hasta la cima del Everest. El propio Rob Hall perdió la vida descendiendo de la montaña ese 10 de mayo de 1996. Tuvo que acompañar a un cliente hasta la cima y en el descenso, intentando ayudar a Doug Hansen (así se llamaba el cliente, que en este caso era un deportista experimentado que ya había intentado escalar el Everest sin éxito) fue sorprendido por una tormenta que le impidió seguir bajando. Hansen fue otra de las víctimas aquel día. Krakauer tenía encargado un artículo sobre esa masificación absurda en las subidas al Everest, pero confiesa en el relato que lo que le llamaba sin parar era coronar la montaña.

El relato es muy periodístico, posee un ritmo adecuado y el autor dosifica más que bien la información y los avances en la trama. Krakauer no duda si tiene que tomarse su tiempo para contar el desastre que resultó ser la expedición sudafricana en manos de un tal Ian Woodall, que era un tramposo profesional y convirtió la aventura en un esperpento; o si tiene que hablar de la periodista millonaria Sandy Hill Pittman, una figura que muchos alpinistas odiaban por lo que representaba. Se detiene el autor a relatar cómo uno de los sherpas sufre un edema pulmonar y cómo todo se complica hasta que no se puede hacer nada por su vida. Y, por su puesto, narra con todo tipo de detalles el viaje desde el principio hasta el final. La crítica a la comercialización de estas actividades es dura aunque, también es verdad, matiza algunos aspectos que son muy interesantes. Describe muy bien el problema que se planteaba con los atascos en zonas muy concretas de la escalada. Se puede imaginar y parece mentira que eso ocurriera sin que nadie pusiera remedio.

Krakauer escribió el artículo que le habían encargado con rapidez, poco después de regresar a casa. Un error, puesto que en estas ocasiones lo mejor es tomar distancia. Las situaciones extremas nublan en exceso la mirada. De hecho, la primera versión fue muy criticada.

Mal de altura, editada en España por la editorial Desnivel, es el producto del reposo, de entrevistas con los supervivientes de aquella tragedia, de un trabajo más dilatado en el tiempo para evitar incorrecciones. Y es un libro que conviene leer porque resulta fascinante. Aunque no lo es, se puede leer como una novela. Si bien es verdad que el lector no debe buscar ni lírica, ni recursos literarios exquisitos, porque la intención del autor, que es periodista, no es otra que la de contar lo que sucedió. Y ya está.

Hace algunas semanas, en estas mismas páginas hablamos de la película dirigida por Baltasar Kormákur, Everest (2015). La película resulta muy divertida y estéticamente estupenda. A pesar de los errores técnicos, no está mal. Mal de altura resulta mucho más fascinante. Entre otras cosas porque perfila mucho mejor a los personajes. Por ejemplo, a Scott Fischer en la película se le dibuja como un tipo alocado, bebedor y excesivo cuando, en realidad, era uno de los mejores escaladores del mundo y su experiencia era vital para todos los alpinistas que estaban ese día en el Everest; a Anatoli Bokreev no se le hace justicia porque salvó varias vidas y su intervención fue heroica. Este es uno de los mejores escaladores de toda la historia. Sirvan estos ejemplos como constante.

Se puede leer el libro (imprescindible) y ver la película. Se complementan bien. No dejen de hacer ambas cosas. Porque la lectura es entretenidísima y las dos horas de película son muy divertidas.

Rob Hall. / El Correo

Scott Fischer. / El Correo