«Pasar a cuchillo todo lo que nos precede es un error»

22 may 2017 / 14:02 h - Actualizado: 22 may 2017 / 13:54 h.
"Libros"
  • ‘El Paraíso perdido’, de Milton, hecho cómic por Auladell.
    ‘El Paraíso perdido’, de Milton, hecho cómic por Auladell.
  • ‘Dorothy. Déjale entrar’.
    ‘Dorothy. Déjale entrar’.
  • ‘La feria olvidada’, del mismo autor.
    ‘La feria olvidada’, del mismo autor.
  • Pablo Auladell.
    Pablo Auladell.
  • ‘Pameos y meopas’.
    ‘Pameos y meopas’.

Pablo Auladell (Alicante, 1972) aún recuerda sus primeros dibujos, pero «son los viejos compañeros de clase quienes los conservan», y así se lo han hecho saber alguna vez. Sus ilustraciones de adulto ya las coleccionan algunas personas más: La leyenda del Santo Bebedor (Libros del Zorro Rojo), La feria abandonada (Barbara Fiore), El Paraíso perdido (Sexto Piso), La Torre Blanca (De Ponent) y, muy recientemente, Pameos y meopas (Nórdica Libros) y Dorothy. Déjale entrar (A Buen Paso) son una muestra contundente de los poderes de un artista que detesta la blandura y el exceso pero que no puede evitar que sus obras provoquen emociones desmedidas y no necesariamente coincidentes con las suyas como autor. Se sorprende, por ejemplo, de que su versión del poema de Milton, una confrontación entre el cielo y el infierno, pueda parecer, en el mejor de los sentidos, una obra dulce y tierna. Si lo piensa, admite que esta obra «deja muy a la vista la colosal fragilidad y soledad del ser humano: o bien a merced de un dios paternal que le asegura la felicidad a cambio de que lo ignore todo o bien, en caso de que decida conocer, enfrentado a un mundo de caos y crueldad, un mundo sin sentido». Pero a decir verdad, es su sentido de la ilustración el que realza la vulnerabilidad y la soledad de sus criaturas. Su humanidad.

Le sucede de nuevo en Dorothy. Déjale entrar, con texto de Javier Sáez Castán, donde los granjeros Martha y Jonah, un viejo matrimonio sin hijos de la Kansas más profunda y rural, reciben la visita de un pertinaz tornado al que acaban adoptando en un conmovedor arrebato de surrealismo y con las consecuencias imaginables. Es curioso cómo Auladell consigue esquivar la trampa de la sensiblería al ilustrar esta historia enternecedora donde el hombre arregla su camioneta mientras su señora lee las Selecciones del Reader’s Digest. La razón de ese empeño en mantener siempre el correcto equilibrio, afirma, es haber elegido como eje de su trabajo «la búsqueda del misterio poético, la poesía como medio para conocer y comprender el mundo. Para eso se requiere un larguísimo aprendizaje que, para empezar, requiere un alejamiento de la vida, entrar en los espejos, mirarlo todo desde el lado del silencio. El problema con la poesía es que se confunde con el sentimentalismo o la expresión de las emociones, del artista o el niño que llevas dentro, todas esas chorradas. El problema con la poesía es que nadie lee poesía pero todos se sienten poetas». Y concluye: «La trampa de la sensiblería se esquiva leyendo buena poesía».

Comedido por principio con el color (del que dice que es «como las golosinas: en exceso pueden empachar»), en el poemario Pameos y meopas le toca nada menos que ilustrar a Julio Cortázar, que es lo más alejado que puede estar un escritor de ser un manual para ilustradores. «Cortázar me gustaba bastante cuando yo era más joven y como cuentista», comenta Pablo Auladell. «Aquellos pisos de estudiante, las chicas siempre tenían un póster de Cortázar fumando y acariciando un gato... Forma parte de mi mitología sentimental. Sus poemas no me gustan tanto como sus cuentos, desde luego, y me parece que es de esos autores por los que el tiempo ha pasado más implacablemente. Hay algo de ingenuidad, leído ahora, en esos versos. No se sostienen bien ahora que sabemos algunas cosas. De este libro, me parece que lo mejor, lo de más altura, son los poemas encuadrados en Grandes Máquinas».

En el libro, Cortázar preludia sus poemas hablando de «los viejos nombres» (y cita a Hölderlin, Keats, Leopardi, Mallarmé, Darío, Salinas...) «que los jóvenes olvidan porque tienen que olvidarlos» en el alumbramiento de una nueva forma de entender el mundo. «Bueno, a mí me parece que Cortázar se equivocaría recomendando olvidar esos viejos nombres. Es, además, contradictorio: un poeta órfico debe mantener los viejos fuegos sagrados. Y Orfeo vuelve la mirada... Si leemos con más atención el prólogo, vemos que lo que dice en realidad es que se siente espectador del acabamiento de una cosmovisión y el comienzo de una nueva era. Ahí está algo de esa ingenuidad de la que hablaba antes: Cortázar está deslumbrado con aquel mito del hombre nuevo y piensa que los jóvenes deben arramblar con todo el mundo antiguo y crear esa nueva era desde cero, la revolución, en suma. Él comprenderá que así debe ser y, como habitante fronterizo de dos mundos, volverá con nostalgia a sus autores predilectos».

«Ahora ya sabemos en qué acaban las revoluciones y cuál es su colosal estafa», prosigue, «y, por eso, me parece que los cambios más radicales, más duraderos y más justos serán precisamente los que sepan reinterpretar nuestras fuentes más misteriosas y sagradas. Pasar a cuchillo todo lo que nos precede es un error, mucho más en términos estrictamente artísticos: pienso en los autores que me gustaban antes y los que me siguen gustando ahora, transcurrido el tiempo y con más conocimientos y lecturas, y compruebo que, en general, aquellos que en su día fueron originales, rompedores, novísimos, etc. hoy han desaparecido o nos parecen un poco ridículos».

Alguna vez ha hablado este autor del riesgo de querer volver adonde una vez fuimos felices, pero si se le pregunta si se considera melancólico, él advierte de las diferencias entre nostalgia y melancolía, cualidad que dice no poseer. «La melancolía es otra cosa, algo más complejo e incluso un poco siniestro. La melancolía es el dolor silencioso de lo que no ocurrió nunca. También el primer resultado de haber atravesado el espejo y ver la vida desde allí. Luego, la tarea consistirá en aprender a amortiguarla, a trascenderla y llegar por fin a ser misteriosamente feliz, como dice Joan Margarit en su hermoso poemario».