Permafrost y animales muertos

‘Aga’ es el segundo largometraje de ficción de un realizador búlgaro en esta edición de la Seminci que conviene tener en cuenta. Nacido en 1967, estuvo bajo la tutela de Vladislav Ikonomov.

27 oct 2018 / 10:50 h - Actualizado: 27 oct 2018 / 11:05 h.
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  • ‘Aga’ es una metáfora brutal de los tiempos que vivimos. / El Correo
    ‘Aga’ es una metáfora brutal de los tiempos que vivimos. / El Correo
  • Los actores y actrices defienden sus papeles con una naturalidad pasmosa. / El Correo
    Los actores y actrices defienden sus papeles con una naturalidad pasmosa. / El Correo

En 1922, el cineasta que luego formaría parte del free cinema, Robert J. Flaherty rodó el primer documental donde existían los primeros trazos de ficción. Se llamaba «Nanook el esquimal» y con esta película del búlgaro Milko Lazarov, la he recordado, pues ambas no sólo tienen que ver en que están rodadas en el Polo (la que nos ocupa probablemente tiene una calidad técnica mayor) sino que narran el principio y final de una era. Para Flaherty marcada por las primeras apariciones del sonoro y Aga por el calentamiento global surgido a partir de la mano humana y que ya está causando efectos irreparables en las zonas del subsuelo más profundo de los polos (capa a la que los expertos llaman permafrost). También, los personajes que son una familia de cuatro miembros (el padre Nanook, su mujer Sedna, el hijo Chena y su hermana Aga) en algún nombre tienen algo que ver, si bien el filme de 1922 era más una ingenua película de aventuras, al lado del retrato apocalíptico (y aún así hermoso) que supone Aga.

Estamos ante una película llena de tiempos muertos en que el trabajo actoral recuerda al de un falso documental. Su director, que ya presentó en 2013 Alienation en el Festival de Venecia, hace lo propio con esta, pero fuera de concurso, consiguiendo alguna mención más significativa en Fajr, Cabourg y Sarajevo.

El guion sin ser un prodigio de narrativa (no cogen la furgoneta para buscar a Aga -perdida en una mina de diamantes- hasta bien mediada la segunda parte de sus 96 minutos) sabe convencer gracias a las atmósferas y descripciones de la vida animal allí; se justifica la quietud del matrimonio mayor por miedo y no sólo frío, así como la evolución de Chena, cuyo cuerpo acaba hinchándose por el clima y modo de vida que lleva, casi como les ocurriría en su día a sus padres, pues comen de lo que cazan.

Los actores Mikhail Aprosimov, Feodosia Ivanova, Sergei Egorov y Galina Tikhonova, no sólo saben dar bien a cámara, sino que además interpretan desde una naturalidad apabullante, los trozos de unas vidas que por un lado se inician con los abusos planetarios comentados, y por otro, les hacen víctimas de los mismos.

Uno tiene la sensación de que el primer agujero que cava Nanook en el hielo y del que termina saliendo en líquido el agua, podría ser esa misma parte de permafrost existente en la ahora enorme mina situada al lado de una zona residencial y que adquiere proporciones monumentales.

El trabajo fotográfico de Kaloyan Bozhilov en color está logradísimo a la hora de mostrar situaciones más complicadas como las tormentas o glaciaciones. La producción y el equipo capitaneado por Veselka Kiriakova también tiene gran mérito por el aislamiento en que se tuvo que haber rodado tanto en la tundra como en la mina. La música de Penka Kouneva sabe dar sentido no sólo al montaje de Veselka Kiriakova, sino a la historia en su totalidad.

Rodada además en formato 2,35 para conseguir desde lo digital una reconstrucción lo más panorámica y cinematográfica posible, llama la atención los cambios de luz durante los días registrados, de tal modo que la piel morena de Nanook es por la exposición al sol, mientras entierra animales cazados o saca el agua de la que hablábamos, cuyo peligro de descongelación es ya un hecho de consecuencias impredecibles.

Toda una metáfora de los tiempos en que vivimos, trabajada con la misma parsimonia que de la reflexión sobre estos asuntos debemos aplicar al sacar.