Que nadie duerma

24 mar 2017 / 16:36 h - Actualizado: 24 mar 2017 / 16:51 h.
"Libros"
  • Una de las ilustraciones de ‘El pueblo durmiente’.
    Una de las ilustraciones de ‘El pueblo durmiente’.
  • Rébecca Dautremer, durante su última visita a Sevilla.
    Rébecca Dautremer, durante su última visita a Sevilla.

Rébecca Dautremer se parece mucho a sus más bellos personajes. Cada uno se asemeja a cómo pinta: he ahí una constante del arte universal. La ilustradora parisina comparte con su obra esa mezcla inestable y fascinante de timidez y de arrojo que, dulcificada por el color y sobre textos llenos de invitaciones a la reflexión, ha dado a las librerías muchos de sus títulos más recomendables. Ahora, como ya anunció en Sevilla durante su anterior encuentro con este periódico el verano pasado, la autora de Una biblia vuelve con El pueblo durmiente, también con el sello editorial de Edelvives. Decir que se trata de una revisión de La bella durmiente sería demasiado simplificar. La moraleja no tiene nada que ver; es más, se diría que es justo la contraria. Está dirigido a todos los públicos: a los niños los hará soñar... y a los adultos, despertar.

Advierte Dautremer que, de todas formas, su intención no ha sido crear una obra «grandilocuente», con rimbombantes y dramáticos mensajes moralizantes para su general aplicación. No. Este libro está hecho para que cada cual piense, sí, pero lo que quiera. Es, en ese sentido, una pequeña conmoción a escala individual. Por lo pronto, la obra presenta dos realidades: en primer lugar, un joven príncipe y su viejo consejero, apenas abocetados en pequeñas figuritas en blanco y negro, que descubren un pueblo donde todo el mundo duerme. En paralelo, a todo color y a página completa, están precisamente esos durmientes, que se muestran en las más curiosas situaciones: una anciana se ha quedado frita transportando a sus espaldas un haz de leña; dos boxeadores duermen abrazados, de pie y sujetándose el uno al otro, sobre el ring; a una joven le entró el sueño yendo en su bici; a otros cuantos paisanos les pasó lo propio mientras aguardaban al tren en la estación; igual que a una orquesta de mujeres y a un señor a caballo.

«Al principio, cuando planteé el libro, no tenía intención de hacer los primeros en blanco y negro y los segundos en color», explica ahora Rébecca Dautremer, durante una pausa en el desbocado trabajo de su gabinete de París. «Mi intención inicial fue trabajar solo con los colores. Pero luego cuando escribí el texto pensé que sería mejor destacar ese diálogo, que creo que ayuda al lector a entender mejor el planteamiento. Además, las ideas fueron surgiendo paso a paso, no lo decidí todo cuando empecé. Me sucede igual siempre que hago un libro: que no tengo todas mis ideas; las voy descubriendo poco a poco. Y ahora encuentro que ha quedado mejor con los dos estilos de dibujos, en blanco y negro y color».

La ilustradora, como tal, ha trabajado prácticamente todas las modalidades de soporte. Entre ellas, los carteles. Estos aparecen constantemente en sus obras, y aquí también. Con ellos pretende, explica ella, intentar configurar un todo «coherente». «Por ejemplo, sobre la cubierta se puede ver el cartel del circo o el de los dos boxeadores. Es para mostrar que hay una relación entre las distintas imágenes; esos carteles ayudan a interpretar lo que está sucediendo». Además, los carteles proporcionan a la escena su punto más impactante, que es la sensación de vida, de actividad, en contraste con la quietud de los personajes inertes.

Algunos de esos affiches están en español, una deferencia de Dautremer hacia una lengua que siempre la ha recibido bien. «Yo ya sabía que el libro sería traducido al español, y quería compartir así la historia con ellos. Tengo tantos libros en Francia como en España, por eso me pareció importante».

La elección de escenas es soberbia. «Por supuesto, la primera idea fue encontrar las situaciones más interesantes y extrañas, presentando a personas que duermen en circunstancias inverosímiles. Es mejor mostrar a alguien durmiendo sobre la bicicleta que durmiendo en su cama. Entonces, elegí las situaciones más extrañas. Quise hacer personajes muy variados, hombres, mujeres, niños... que fuese muy variado», comenta la autora.

Su intención inicial con este trabajo fue plantearse a sí misma y plantear al lector cómo despertar al mundo. «No importaba la historia de La bella durmiente; esta era solo un pretexto para hablar de eso, de despertar al mundo. De todos modos, no quiero hacer moral, ni lanzar un mensaje demasiado grandilocuente». Pero claro, ahora la pregunta sería cómo se despierta a una sociedad en la que Trump preside los EEUU, emergen fascistas y populistas, los fanáticos islamistas hacen de la vida un infierno... Rébecca Dautremer sonríe. «Si hubiera una solución te lo diría. La única cosa de la que me siento segura es de que cada uno tiene la responsabilidad de su propia vida, una responsabilidad a nivel personal. Todos podemos hacer algo, incluso en las pequeñas cosas. No tengo grandes soluciones». Bueno, tiene su libro, que no es poca cosa.

Ya trabaja en el próximo, para el que ha escrito también el texto. «Gráficamente he cambiado las cosas porque aquí voy a dibujar las imágenes con animales. Es la primera vez que lo hago. Será toda la vida de un protagonista principal, con consideraciones sobre la vida, sobre la muerte, la decepción, los recuerdos... pero el protagonista es solo un pequeño y guapo conejo encantador. Quiero hablar de la vida, pero al mismo tiempo mostrar algo muy dulce. Serán enormes ilustraciones con muchísimos personajes, cuarenta o cincuenta, y no se verá a la primera de qué hablo. El pequeño conejo no se verá fácilmente, habrá que buscarlo entre todos esos personajes. Así, hablaré de la vida en general. Serán consideraciones muy adultas sobre la vida, pero a través de un conejito». Ahí, a diferencia de lo que sucede en El pueblo durmiente, todos estarán muy despiertos. Privilegios del arte.