Ricardo Molina en Puente Genil

En la biblioteca de Puente Genil, se ha inaugurado una exposición de objetos y cartas del poeta ponteño Ricardo Molina, a causa de su centenario. Fue el ideólogo del grupo Cántico, pero murió demasiado pronto. El pueblo, a través de su Ayuntamiento y la Asociación Cultural Poética, ha organizado cuatro días poéticos y musicales.

10 jun 2017 / 12:35 h - Actualizado: 07 jun 2017 / 17:46 h.
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  • Carta de Anselmo González Climent. / Concha García
    Carta de Anselmo González Climent. / Concha García
  • Carta de Concha Lagos. / Concha García
    Carta de Concha Lagos. / Concha García
  • Ricardo Molina en Puente Genil
  • Biblioteca Municipal ‘Ricardo Molina’. / Concha García
    Biblioteca Municipal ‘Ricardo Molina’. / Concha García

No puedo negar que soy fetichista y que de la misma manera que meto las narices en los libros más raros, también husmear entre las vitrinas que contienen cartas manuscritas del poeta, me produce cierto placer. Es como entrar en un lugar íntimo que a la luz del día, adquiere la dimensión de un tesoro. El legado de Ricardo Molina ha dado algunas vueltas; consiste en más de 4000 volúmenes catalogados y objetos personales diversos, pero todavía falta mucho por catalogar. Su sobrino nieto, Antonio Sánchez Molina, es el heredero del legado que se quedará en Puente Genil. La profesora Olga Redón se está ocupando de divulgar la rica correspondencia del poeta con otros intelectuales, y ya ha publicado parte de su tesis doctoral sobre dicha correspondencia. Hay cartas que palpitan de vida.

Asomarse a aquellas cartas firmadas por Vicente Aleixandre, Concha Lagos, o Luis Cernuda, tiene algo de indiscreción, que satisface nuestra curiosidad. La pluma, los tinteros todavía con tinta, el reloj, y algunas condecoraciones son los puntales que sostienen la memoria. Ricardo Molina mantuvo correspondencia con todos los poetas de la Generación del 27 –les pedía colaboración para Cántico-, en especial con Vicente Aleixandre, cuya amistad y afecto se repartió en el tiempo hasta la muerte de Ricardo en 1968. Sus afinidades electivas y selectivas coincidieron en un tiempo oscuro. La luminosidad de la poesía de ambos, escondida entre los pliegues de la palabra poética, fue su reverso.

¿Cómo llamar al amor por su nombre si no se podía nombrar el objeto del deseo? Aquella poesía era pagana en su origen, mostraba los pliegues metafóricos de la palabra, lo que no se podía decir se inventaba mediante rodeos para que el censor de turno no pudiera cercenar aquellos versos. Es destacable la vena poética de Ricardo Molina y su religiosidad católica. Algunos poemas desfallecen porque el tiempo ha pasado por ellos, aunque la fuerza de los mismos nos empuja a releerlo, tal como propuso Luis Antonio de Villena.

La exposición muestra todos los ejemplares de la revista Cántico. Aquella revista murió dos años después de nacer, entre 1947 y 1949. Sin duda no fue su tiempo aquel, llegaría después. La poesía no demuestra nada, es un manifestarse, es evidencia y resuena en la soledad de cada uno.

La poesía, además, es una corriente subterránea que guarda sus secretos hasta que, de repente, encuentra un cauce por donde avanzar y ser visible. No depende de la época en que fue escrita, sino del tiempo que será desvelada, y así sucede con la de Ricardo Molina. Vamos a situarnos. En los años cuarenta se reunía un grupo de jóvenes en la Taberna el Gallo bajo los soportales de la cordobesa plaza de la Corredera, allí fundaron la Corporación de los Samaritanos. Los poetas integrantes fueron Pablo García Baena, Juan Bernier, Julio Aumente, Mario López, los pintores Ginés Liébana y Miguel del Moral, y posteriormente aceptaron que se añadiera Vicente Núñez. Casi todos dejaron de escribir, excepto Ricardo Molina, que murió creyendo que aquello fue un fracaso. Luego continuaría el exquisito Pablo García Baena.

Cada cual se dedicó a otros asuntos y Ricardo Molina se especializó en el estudio del flamenco, como muy bien recordó el profesor Juan Ortega Chacón. Cronista de los pueblos cordobeses, gustaba viajar por las poblaciones cuyas semblanzas fueron publicadas por el Diario de Córdoba, que yo sepa, completas, no están recogidas en libro alguno y hay más de mil artículos todavía por clasificar.

Bajo el sol andaluz, en el límite entre Sevilla y Córdoba, es fácil entender que las calles se queden desiertas a mediodía y que a partir de las siete de la tarde quedemos inundados de gente y de terrazas. Un clima más adverso dicen que hubiese sido propicio para la filosofía, no sé si es cierto. Cántico debe su nombre al guiño que le hicieron sus componentes al primer poemario de Jorge Guillén, que desde el exilio, los apoyaba. Aquella poesía que exaltaba la vida en todas sus dimensiones y que no se replegaba al oscuro sombreado de la existencia en la postguerra española –ellos vieron morir a mucha gente, pero también vivían «como si no sucediese nada» . Siempre la vida puede más- .

Encontramos una hilera de árboles frente a la Biblioteca Ricardo Molina con cada uno de los nombres del grupo Cántico inscritos en una piedra sobre el suelo. Estamos atravesando un tiempo extraño donde es muy difícil vislumbrar que traerá de nuevo, así que conservar la memoria es una manera de resistir, de mostrar un instante de nuestro efímero paso por la vida. Ricardo Molina, ya lo he dicho, murió joven, con 52 años, era profesor en un Instituto de Enseñanza en Córdoba, ciudad donde se trasladó con su familia con apenas diez años, tenía mal el corazón y mucho trabajo por hacer, según confesó a su amigo Francisco Carrasco y nos recordó la anécdota la poeta Juana Castro. Eso fue la noche del 4 de junio, y mientras escribo esta crónica, veo a Pablo García Baena, digno y serio, con una memoria prodigiosa, un hombre entrañable, su poesía también fue una valentía, gracias a que Luis Antonio de Villena y Guillermo Canero comenzaran a recopilarla en los setenta, hoy podemos entender las rendijas de aquel tiempo. Allí estaba María Victoria Atencia, elegante y sonriente, por amor a Ricardo pudimos abrazarla; también Ginés Liébana, un nervio de hombre con 96 años cuyo sentido del humor nos ha seducido a todos. Pablo García Baena y otros poetas como Juan de Dios García, Angel Manuel Gómez Espada y Javier Lostalé. De más cosas que sentí y viví quiero seguir escribiendo.

Árboles frente a la Biblioteca Ricardo Molina con cada uno de los nombres del grupo Cántico inscritos en una piedra sobre el suelo. / Concha García