Salvar el cuadro de della Francesca

La historia de la salvación del fresco de Piero della Francesca, ‘La Resurrección’, es, al menos, sorprendente. Podría parecer que alguien hubiera querido relatar una historia imposible en la que violencia y arte se funden para conseguir un resultado emotivo, evocador y fascinante. Esta es la historia de la salvación del arte a través del arte, en plena Segunda Guerra Mundial, en medio del conflicto más infamante de la historia de la humanidad.

25 jun 2016 / 12:32 h - Actualizado: 14 jun 2016 / 18:15 h.
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  • La Resurección, fresco de Piero della Francesca. / El Correo
    La Resurección, fresco de Piero della Francesca. / El Correo

El episodio se recoge en uno de los capítulos de la serie La vida privada de las obras de arte, de la BBC. Cuenta cómo en 1944, una compañía británica, la R.H.A, a cuyo mando se encontraba el teniente Anthony Clarke, se disponía a liberar el pueblo italiano de Sansepolcro, que suponían tomado por los alemanes. La orden que tenían era clara, así que la artillería se despliega, y comienza el bombardeo. Pero, en ese momento, recuerda de qué conoce el nombre de Sansepolcro: es el lugar donde Aldoux Huxley, en su libro A lo largo del camino, menciona que se encuentra nada menos que la pintura más bella del mundo: el fresco La Resurrección, de Piero della Francesca, allí nacido. Y, con el recuerdo aún reciente de los daños sufridos por el monasterio de Monte Cassino (en cuyo bombardeo no participó, pero que le dejó profundamente desolado), toma una decisión arriesgada, y puede que hasta insensata: la de ordenar la detención inmediata de la ofensiva. De haber habido efectivamente tropas alemanas en la población, el riesgo era enorme. Podían haber caído, él y todos los que se encontraban a sus órdenes, en una emboscada. De haber salido vivo de ella, se hubiese ganado enfrentarse a un consejo de guerra con toda seguridad. Afortunadamente, tal y como les indicó, como pudo, uno de los habitantes, los alemanes ya no se encontraban allí, sino que habían marchado a las colinas. Información no contrastada, a la que Clarke no podía dar validez, so pena de que se tratase de una trampa. Pero cierta. De modo que Clarke, junto a su amigo, el también oficial Alec Straham, fue a ver, por primera vez, la pintura salvada. El libro de Huxley ni siquiera estaba ilustrado. Y ambos, cuenta Straham, quedaron subyugados ante esta.

Anthony Clarke, el hombre que salvó La Resurrección. Alguien con esa sensibilidad y valentía, ¿había, por ejemplo, escrito o pintado? ¿Se relacionaba con círculos artísticos, intelectuales? ¿Tenía una colección de anécdotas esperando a ser descubiertas? ¿Tal vez, al saber que iba a ser destinado a Italia, agarró el primer libro de viajes que encontró resultando ser el de Huxley?

Existe un artículo del escritor Tim Butcher, en BBC News, contando cómo había entrado en contacto con la historia de la salvación de La Resurrección. Narraba cómo se había dirigido a la más importante librería subsahariana, especializada en libros de segunda mano, descatalogados y grabados, buscando información acerca de la posible relación entre el fundador de la misma y Grahan Green. Aspiraba a encontrarla en una maleta llena de documentos de un hombre que había sido soldado durante la II Guerra Mundial, que había fallecido en 1981, y en los que aparecía lo ocurrido en Sansepolcro: Anthony Clarke. Sí, el mismo Anthony Clarke, que, años después de acabada la contienda, se estableció en Ciudad del Cabo, y abrió la su librería en 1956: la Clarke´s Bookshop.

Un británico que en la II Guerra Mundial participa en operaciones en África e Italia, salva una obra de arte que no ha visto nunca, abre una librería de referencia en Ciudad del Cabo, y, de paso, está detrás de un grupo poético. Fascinante.

El blogger Fausto Braganti, nacido en Sansepolcro, y residente en Estados Unidos, cuenta cómo, a pesar de ser de allí, no había conocido lo cerca que había estado su población de perder su obra de arte más emblemática hasta que leyó un libro titulado Viaje por Italia, escrito por H.V Morton en 1964. Tres años antes del nacimiento de Tim Butcher.

A primera vista, no parece haber conexión entre el escritor y Clarke; sin embargo Morton, acabada la guerra, había ido a residir precisamente a Ciudad del Cabo. Claro, ¡la librería! Y sí, la librería fue. Porque, como cuenta Madeleine Barnard en su libro Historias de Ciudad del Cabo, en el capítulo llamado El librero de Long Street y el famoso fresco, por ella apareció Morton un buen día buscando un ejemplar de un libro raro sobre Italia. Conoció a Clarke, entablaron conversación, el antiguo teniente le contó la historia, el escritor la incluyó en su libro, y en Sansepolcro, al año siguiente, a Clarke lo invitaron a visitar de nuevo el sitio con motivo de homenajearlo, y pusieron su nombre a una calle. Veinte años después, se reconocía lo que había hecho, y se le hacía llegar el agradecimiento de sus habitantes. No sabemos si Tim Butcher conocía lo ocurrido antes de encontrar esa maleta. Si fue un descubrimiento genuino el suyo o no. Por el entusiasmo con que escribe se podría pensar que sí. Que lo descubrió. En realidad, importa poco que antes que él alguien ya lo supiera. Si su primer contacto fue de un modo tan emocionante y romántico como cuenta, aunque otros lo hicieran antes, fue su descubrimiento. Es irrelevante si era un bibliófilo empedernido, un admirador de Huxley, o si lo estudió en el colegio. Lo único que importa, en realidad, es que, hace varios siglos, un hombre pintó un fresco magnífico, sobre el que otro hombre escribió, y que un tercero salvó de la destrucción recordando una frase de ese libro. Lo que cuenta es que es una historia increíble sobre el valor del arte y la cultura. Sobre lo que puede llegar a cambiarnos la vida, o incluso el destino, o la trayectoria de una guerra. Y lo que parece más increíble aún, es que haya quienes continúan pensando que no sirven para nada.