Searching for Bergman, amplia retrospectiva alemana del genio sueco

Seguimos con la Seminci. El documental sobre la vida y obra de Bergman, entregado por una alemana alegre e incombustible, nos hace ver un relato insólito y hasta el momento menos conocido de uno de los artífices que desde el sonoro, y a partir de filmes mudos que fueron sus favoritos, concibió uno de los mundos más personales de todos los tiempos

21 oct 2018 / 22:19 h - Actualizado: 22 oct 2018 / 09:33 h.
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  • Cartel de ‘Searching for Ingmar Bergman’. / El Correo
    Cartel de ‘Searching for Ingmar Bergman’. / El Correo
  • Margarette von Trotta, guionista y directora de ‘Searching for Ingmar Bergman’. / El Correo
    Margarette von Trotta, guionista y directora de ‘Searching for Ingmar Bergman’. / El Correo
  • Imagen del documental. / El Correo
    Imagen del documental. / El Correo

Abundan en la actualidad los documentales que tratan de inspirar a las generaciones que llegan a esto del cine, documentales sobre figuras míticas. Margarette von Trotta, guionista y directora emparentada a proyectos con Fassbinder y su marido Volker Schlondorff, vinculado a proyectos como la adaptación de «El tambor de hojalata» de Günter Grass, trata de dejar constancia de los viajes ya sean mentales, físicos y honoríficos del realizador oriundo de Estocolmo, con motivo del centenario de su nacimiento. De un mismo modo, este homenaje se hizo por parte de los programadores de cine de la Filmoteca Española situada en la madrileña calle de Santa Isabel, durante tres meses (julio, agosto y septiembre) intentando abarcar toda su obra.

Autor de aproximadamente una sesentena de películas, algunas (pocas) de ellas de mediometraje, hay que decir que von Trotta no se olvida para nada ni de «Fresas salvajes», «El séptimo sello» (con la que empieza su relato), «Persona», «Fanny y Alexander» o «Escenas de matrimonio» (que también dirigió en teatro), sino que viene a fijarse sobre todo en su etapa parisina y muniquesa.

Cuando Bergman llegó a París los chicos de la Nouvelle Vague (sobre todo Chabrol, Truffaut y Godard) le consideraron el Hitchcock europeo a raíz del hondo descubrimiento y huella que en ellos dejó la película en que Max von Sydow juega al ajedrez con aquella personificación de la Muerte tan parecida a él mismo.

Von Trotta saca a un Bergman con claroscuros, alguien que supo sacar réditos más desde una posición de autor que de cineasta propiamente comercial, y es que probablemente lo que le llevara a filmar tal cantidad de material fue la inseguridad tras el objetivo de que «Escenas de matrimonio» se pareciese realmente a una serie como Dallas, y no a un pestiño de arte y ensayo. Para él, ser director de cine o de escena tenía un planteamiento con más que ver con Howard Hawks que con toda la literatura que se vertió sobre él en su día.

Confrontado con sus mujeres tanto las reales como las que utilizaba para sus ficciones (como Liv Ullman o la Ingrid Bergman de «Sonata de otoño», junto a cuyo cuerpo fue enterrado en la reconocible en sus películas localidad sueca de Faro), se nos sienta al diván al finado a propósito de sus dos películas alemanas mejor acogidas: «El huevo de la serpiente» y «De la vida de las marionetas», esta última especialmente representativa por el hecho de que ya no esa mujer desgarrada y bella como la que antaño adoraba (y adorábamos con él) es su referencia para construir el relato, sino un hombre con propósito de hacer ver cómo el amor homosexual entre ellos también desgarra y pervierte por dentro.

Personajes de la talla de Oliver Assayas (realizador y estudioso francés de amplia trayectoria) o Carlos Saura, entre otros muchos, recuerdan la capacidad tanto de ensoñación como de juego con el subconsciente en su cine, un juego que se convierte en pirueta cuando es capaz de convertir una realidad tan simple «como un espejo» de nosotros mismos, en verdad indiscutible.

También, y por eso quizás se haga algo más pesado, von Trotta ahonda en la vida de hijos desperdigados que el cineasta dejó por el mundo, alguno de ellos con alta carga de reproches hacia la figura de un padre que sólo por ser artista, no merecería ser etiquetado de la primera forma. También de algún nieto (que nos confiesa alegremente que a su abuelo no le importaba que se durmieran en las proyecciones de sus películas y que lo entendía) así como de algún alumno de la Escuela de Cine de Estocolmo, que al único Bergman que valoran, por encima de Youtube y las imágenes que a través de este canal consumen cada día, es al que filmó su única película en digital en 2003, «Saraband».

El documental germano-francés participó igualmente en la Sección Oficial del Festival de Cannes.