Todavía quedan bailarines de otro mundo

La danza como expresión primigenia del ser humano sigue teniendo un enorme número de seguidores. Si la que llena el escenario es la compañía de danza más antigua del mundo todo se convierte en un torrente artístico de incalculable valor

26 ene 2019 / 10:54 h - Actualizado: 26 ene 2019 / 11:16 h.
"Danza"
  • La factura de 3 Gnossiennes fue espectacular, maravillosa. / (c) Julien Benhamou OnP
    La factura de 3 Gnossiennes fue espectacular, maravillosa. / (c) Julien Benhamou OnP

Cualquier aficionado a la danza sabe que el ballet de L’Opèra National de Paris no es cualquier cosa. Sea cual sea el espectáculo que protagonicen sus bailarines y coreógrafos es casi garantía de buen hacer, de buen gusto, de buen tono y, esta vez, aunque puedan señalarse algunos pequeños detalles sin demasiada importancia, no ha sido distinto.

El Teatro Real de Madrid estuvo completamente lleno y las butacas salpicadas de caras muy conocidas. Pero lo más importante es que allí se encontraban aficionados a la danza que siempre desean que los programadores de los diferentes teatros apuesten por grandes espectáculos, por compañías de primera categoría, por la calidad.

Todavía quedan bailarines de otro mundo
‘A suite of dances’ se construye sobre un potente diálogo del bailarín con el chelo y con el público. / ® OnP Mathias Heymann

Se levanta el telón. Los decorados son sencillos. Se repite la sobriedad, coreografía tras coreografía. Aunque la elegancia espartana siempre gusta. Es siempre mejor que una ostentación injustificada o ridícula o, sencillamente, hortera. El vestuario, del mismo modo, sencillo, serio.

La compañía de danza más antigua del mundo cuenta en su nómina con algunos de los mejores bailarines del planeta. Y algunos que parecen de otro mundo. Esto es lo mismo que decir que lo peor que veremos sobre el escenario, en otras circunstancias y en otro lugar, sería sublime. Lo peor de ellos es lo mejor de otros. Si Audric Bezard (fauno) y Myriam Ould-Braham (ninfa) estuvieron serios y técnicamente estupendos en la coreografía de Jerome Robbins Afternoon of a Faun (Claude Debussy); si Hugo Marchand estuvo locuaz, vivo, capaz de construir un diálogo con el público y con el violonchelo en A suite of dancen (varias piezas de Bach, entre las que brillaba de forma especial la Suite para violonchelo nº 1 en sol mayor); si la Sonatine de Ravel coreografiada por Balanchine resultaba algo fría aunque preciosa en su composición y Rubís (Igor Stravinsky), del mismo coreógrafo, se dibujaba con trazos algo difuminados; el conjunto resultaba espectacular. Los bailarines defienden lo que tienen que hacer con una profesionalidad imponente, con una técnica abrumadora y con la gracia que se les supone a los grandes. Es importante señalar que salvo Rubís (15 bailarines) todo eran solos o dúos.

Todavía quedan bailarines de otro mundo
‘Rubís’ es la coreografía más desdibujada de todas y, aún así, es preciosa. / (c)Julien Benhamou OnP

He dejado 3 Gnossiennes (Erik Satie) para comentarlo al margen puesto que me pareció una verdadera maravilla. Al público del Teatro Real creo que también puesto que los aplausos más fuertes y sinceros fueron para Ludmila Pagliero y Florian Magnenet que bailaron primorosamente. Con ellos se instaló la magia de la danza sobre el escenario. El fraseo sobre el que se apoya el coreógrafo Hans Van Manen es sólido, contundente; la narrativa es elegante e incuestionable. Estos son los que parecían de otro mundo.

Corrigiendo la frialdad que envuelve algunos bailes y explicando la razón por la que el repertorio es lo que es (no se termina de comprender la propuesta), todo se llenaría de sentido total. Aunque a pesar de estas pequeñas cosas, está claro que el Ballet de L’Opèra National de Paris, no es cualquier cosa.