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Ultracatolicismo de campamento

Estreno en España de ‘The Miseducation of Cameron Post’ que, desde cierto espíritu del indie millenial, critica los sectores más reaccionarios e intolerantes

22 oct 2018 / 22:36 h - Actualizado: 22 oct 2018 / 22:52 h.
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  •  La película es una comedia que se define por ese grito desesperado de los más jóvenes por querer sobrevivir. / El Correo
    La película es una comedia que se define por ese grito desesperado de los más jóvenes por querer sobrevivir. / El Correo
  • Cartel de ‘TheMiseducation of Cameron Post’. / El Correo
    Cartel de ‘TheMiseducation of Cameron Post’. / El Correo

Turno para «The Miseducation of Cameron Post» pelicula que llegaba avalada por el premio del Jurado del festival de Sundance. La directora es una neoyorkina de padres iraníes, y esta es su segunda película. Desiree Akhavan, que firma el irónico y con estilo indie guion junto a Cecilia Frugiuele, entrega una comedia con tintes dramáticos; fresca y crítica con el sentido de un catolicismo que se deja ver a raíz de que una vez muertos los padres en un accidente, quedándose a vivir con su tía, su novio la descubre magreándose con una chica en la parte trasera de un coche. El planteamiento reaccionario de llevarla a un internado donde la curarán de su homosexualidad, si bien algo forzado, entra gracias a detalles sobre la vida de sus padres, que fueron hippies en una comuna, así como de la presencia de compañeros que por más crédulos que se muestren, tienen las mismas dudas de Cameron (interpretada por la fotogénica Chloe Grace Moretz).

En su factura, el filme recuerda a «Pequeña miss Sunshine» de Jonathan Dayton y Valerie Faris, así como a las primeras películas de Jason Reitman identificándose visualmente y en cuanto a puesta en escena con estas propuestas comentadas.

La adolescencia como lugar en que entran esas dudas terribles y todo el mundo cuestiona nuestro comportamiento, está muy presente a través de temas como el descubrimiento de la sexualidad, ya sea mediante la masturbación o el emprendimiento de relaciones sexuales más o menos esporádicas.

El lugar o no lugar de las pesadillas de Cameron se llama «La Promesa de Dios», y a pesar de que sus jefes (que son una psicóloga que convierte a la heterosexualidad a su novio, el guitarrista monaguillo) se obstinan en alejar a sus miembros de las diferentes zonas de confort para no pecar y mantenerse castos y con una falsa actitud positiva ante la vida, que nadie entiende. El hecho de que Cameron en un momento dado explote (gran momento) y se ponga a cantar la canción que suena por la radio de Alanis Morrisette, arrebatada e incomprendida, hace que terminemos el segundo acto con un giro que en cierto modo termina en tragedia, pero que les enseña a desechar a los supervivientes, tanto odio inoculado hacia sí mismos.

Entre los rostros actorales más conocidos están el de Quinn Shepard, que interpreta a la novia del coche, Coley; John Gallagher Jr., que hace lo propio con el guitarrista monaguillo Nick, al que llamamos así porque recuerda y mucho al padre ejemplar progre de Juno, interpretado por Jason Bateman. Además, cuenta con una galería de secundarios que dan más valor si cabe al guion, por lo demás con happy-end, pergeñado por ambas. Owen Campbell (Mark) y Christopher Dylan White (Dane) son dos ejemplos de trabajos masculinos secundarios a reseñar.

El guion o la historia, por tanto, vence y convence a pesar de que la presentación del internado o centro se hace por momentos farragosa y los actores saben dar lo que se les pide.

El trabajo fotográfico y de luz (en color y blanco y negro) de Ashley Connor, permite que «La promesa de Dios» no se vea como un sitio gris, sino como una especie de campamento o psiquiátrico de lujo; de un mismo modo, el montaje de Sara Shaw resulta por momentos y sobre todo en algunos incisos muy original, así como el diseño de producción, vestuario y maquillaje.

Todo un éxito que ha sabido granjearse el favor de crítica y público y donde la comedia se define por ese grito desesperado de los más jóvenes por querer sobrevivir con cierta naturalidad, inteligencia y algún arresto necesario de locura, que esta norteamericana nacida en 1985 y ahora afincada en Londres, con el propósito de continuar su periplo en series de televisión, ha sabido captar desde sus raíces ideológicas más profundas (las de un país que vive momentos delicados en este sentido).