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Uno sesenta por uno veinte

Nueve años después, el Teatro Lope de Vega de Sevilla acoge otra versión de «Arte», la obra récord con la que Yasmina Reza se consagró a nivel mundial y cuyo sencillo planteamiento aún continúa vigente. Esta vez los responsables de encarnar a los protagonistas son Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón, bajo la dirección de Miguel del Arco

02 jun 2018 / 08:48 h - Actualizado: 29 may 2018 / 21:20 h.
"Teatro","Teatro Aladar"
  • Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón. / Foto de Vanessa Rábade
    Roberto Enríquez, Cristóbal Suárez y Jorge Usón. / Foto de Vanessa Rábade
  • La propuesta se sustenta sobre tres actores, un lienzo en blanco y una escenografía casi inexistente. / Foto de Vanessa Rábade
    La propuesta se sustenta sobre tres actores, un lienzo en blanco y una escenografía casi inexistente. / Foto de Vanessa Rábade
  • Arte es recomendable como literatura per se, más allá de las tablas. / Foto de Vanessa Rábade
    Arte es recomendable como literatura per se, más allá de las tablas. / Foto de Vanessa Rábade

«Mi amigo Sergio se ha comprado un cuadro. Es una tela de aproximadamente un metro sesenta por un metro veinte, pintada de blanco. El fondo es blanco y si entornamos un poco los ojos, podemos percibir unas finísimas líneas blancas transversales. Mi amigo Sergio es amigo mío desde hace tiempo. Es un muchacho que ha triunfado, es médico dermatólogo y ama el arte. El lunes fui a ver el cuadro que Sergio había adquirido el sábado pero que ya codiciaba desde hacía varios meses. Un cuadro blanco con unas líneas blancas». Con este breve soliloquio da comienzo Arte, la obra con la que una desconocida Yasmina Reza puso bocabajo la escena internacional hace veinticuatro años, y que le granjeó los más prestigiosos galardones del teatro. Desde el Lawrence Olivier de Londres al Tony de Nueva York. Como curiosidad hemos de mencionar que la dramaturga, nacida en Francia, es hija de una violinista húngara y de un descendiente de judíos sefardíes refugiados en Uzbekistán. Toda una declaración de intenciones.

4 versiones en 20 años

Cuatro años después de su alumbramiento francófono, pocas eran las lenguas que aún se resistían a traducir Arte. En el caso de España, el mismísimo José María Flotats, creador del Teatro Nacional de Cataluña, hizo los honores con una triple tarea: él mismo se encargó de la adaptación, lideró el proyecto como director e interpretó a uno de los protagonistas, el entrañable Iván. El éxito no se hizo esperar. Tras su estreno en el madrileño Teatro Marquina, el 29 de septiembre de 1998, el montaje permaneció dos años y medio en cartel, provocando un fenómeno pocas veces visto. Y es que además de trasladar el magnífico texto de la Reza a nuestro idioma —una versión que la editorial Anagrama publicó con acierto ese mismo año—, Flotats supo rodearse de un elenco maravilloso, con el gran Carlos Hipólito en el papel de Sergio —su nombre comenzó a hacerse popular tres años antes de ponerle voz a Carlitos en Cuéntame como pasó— y el simpar José María Pou, actor y director todoterreno, en el papel de Marcos. Dicho espectáculo tendría su réplica en 2009 en el Teatro Alcázar, cuando Luis Merlo, Iñaki Miramón y Álex O’Dogherty se pusieron a las órdenes de Eduardo Recabarren para iniciar una gira que les llevaría por toda España —en Sevilla agotaron el papel en poco tiempo—. Ya por entonces la obra triunfaba en 140 países y se publicitaba como «el texto dramático más representado de un autor vivo en el mundo». Más tarde llegarían la segunda versión del Marquina, con Quique San Francisco, Javier Martín y Vicente Romero, bajo la dirección de Gabriel Olivares (2010), y la actual de El Pavón Teatro Kamikaze, estrenada en el otoño de 2017. Que un texto contemporáneo posea cuatro versiones distintas en un mismo idioma ya es difícil. Pero que lo consiga en menos de veinte años, ya es para tomárselo en serio.

Desperezando los sentidos

¿Y dónde reside el secreto de este espectáculo? No olvidemos que la premisa es de lo más sencilla. Tres actores, un lienzo en blanco y una escenografía casi inexistente. La respuesta hay que buscarla en el discurso. Una suerte de «debate público», como lo definió Flotats, donde se revelan las grandes preguntas que se plantea la sociedad moderna: una sociedad de mercado en la que el dinero es la referencia de calidad, y en la que el compromiso no está dictado por la defensa de los intereses particulares. En suma, Arte es un juego dramático ingenioso, divertido e hilarante, pero también una reflexión necesaria e inteligente sobre nuestro devenir como personas. ¿Acaso la amistad se mantiene incólume a lo largo de toda una vida? ¿Es que los inevitables roces, las verdades a medias, las sanas envidias y el propio ego no minan las relaciones con nuestros allegados? A estas preguntas da respuesta Yasmina Reza en su increíble texto, pues Arte es recomendable como literatura per se, más allá de las tablas, y gracias a él nuestros sentidos se desperezan al escucharlo de boca de sus intérpretes. No en vano, en su argumento se deslizan muchas de nuestras preocupaciones, sazonadas a su vez con la sabiduría de Séneca o la inventiva de Molière.

Una versión brillante

Producida por El Pavón Teatro Kamikaze, un valiente proyecto empresarial que merece un capítulo aparte, la nueva traducción del libreto de Yasmina Reza corre a cargo de Fernando Gómez Grande y Rodof Sirera, que han sabido hallar el equilibrio perfecto entre la realidad de los noventa y la de la segunda década del siglo XXI. Esto no quiere decir que Arte estuviese pasado de moda, más bien todo lo contrario. Su vigencia es absoluta más allá de pequeños detalles como las pesetas —el cuadro de entonces costaba 5 millones—. Sin embargo, en manos del director Miguel del Arco el nuevo texto destila más frescura aún si cabe. Esto es quizás por su desinhibida propuesta dramatúrgica, mucho más gamberra que la original, por su despliegue físico y su mirada agresiva a la par que sensible. Un acertado planteamiento que se une al talento natural de los tres actores: Roberto Enríquez, como Marcos, Cristóbal Suárez en la piel de Sergio, y Jorge Usón encarnando a Iván. Tres brillantes contendientes sobre un ring —o dos, más un árbitro—, cuyo despliegue de golpes se basa en el paso del tiempo. O mejor, en esa «dinámica intrínseca de la evolución», según el dueño del lienzo objeto de la disputa. Y es que estos tres amigos, cuya unión argumental cumple veinticinco años, ven como su relación salta por los aires a causa de un «simple» cuadro de 30.000 euros (¿acaso el verdadero arte se puede cuantificar?). Aunque lo más curioso es que, de no existir el moderno Antrios —autor ficticio que en el universo de Arte expone en el Reina Sofía—, su relación estaría igualmente abocada al fracaso; o al menos a una necesaria transformación, pues nadie piensa igual con quince que con cuarenta años. Dicho esto, la propuesta de Kamikaze rebosa ritmo y recursos, logrando que el espectador no pierda la atención durante noventa minutos, pues contiene todo lo bueno del legendario montaje de Flotats, y mucho más, gracias a sus televisivos actores y su inspirado director. Eso sí, pese a sus incontables virtudes, no les perdonaré que hayan sustituido las referencias a San Juan de la Cruz por las de Paul Valéry. Hasta ahí podíamos llegar.