Valiente tomadura de pelo

Cerramos el día 22 de octubre con una auténtica decepción. «La quietud» resulta ser un extraño puzzle donde las piezas no encajan y donde lo gratuito, así como los cambios de tono inasumibles, son los protagonistas

23 oct 2018 / 23:42 h - Actualizado: 24 oct 2018 / 00:15 h.
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  • ?La quietud’ está vacía, no hay personajes bien perfilados, no hay guion
    ?La quietud’ está vacía, no hay personajes bien perfilados, no hay guion
  • Cartel de ‘La quietud’. / El Correo
    Cartel de ‘La quietud’. / El Correo

Se nos vende «La quietud», aburrida y extraña película, como segunda parte de la espléndida «El clan», y la verdad es que ambas tienen bien poco que ver. Si en «El clan» la dictadura de los militares en Argentina queda reflejada de un modo directo y en gran parte no sólo sobre los ganadores, sino sobre los que perdieron; aquí simple y llanamente se hace un retrato femenino, sobre una familia cuyo padre hizo fortuna en aquella época, el retrato de dos de las hijas, así como de la avejentada, pero aún lúcida esposa y madre.

La primera objeción que ponemos es que está contada desde el pasado remoto, cuando el idioma básico del cine es el presente, que las lleva a recordar por qué su padre compro «La Quietud», bellísima casa con hectáreas de terreno fotografiada con gusto por Diego Dussuel, en color. Ellas son Berenice Bejo y Martina Gusman, que interpretan a dos hermanas cuyo historial sentimental (aquí rozamos el melodrama y el pastiche) hace aguas por todos lados. Los agujeros emocionales les vienen dados por el hecho de que una de ellas sufre embarazos psicológicos y la otra ha sido maltratada psicológicamente en la infancia. Ninguno de estos dos personajes tiene mayor entidad ni importancia que esta, por más que en un principio pudiera parecer lo contrario. El personaje de la madre interpretado por Graciela Borges, correcta en su papel de viuda negra que se hace la despistada con una, y la demasiado atenta con la otra, da algo de matiz a la cuestión.

Argumentar que las historias de ricos (lo que viene siendo el amor y lujo de toda la vida) a según qué directores, no les funcionan, supondría desacreditar de lleno gran parte de las novelas de Agatha Christie. La razón por la que no funciona es que detrás no hay personaje alguno ni guion, a lo sumo una idea de lo que se quiere filmar. Las risas que oímos en la sala, no son las propias de una comedia normalita, sino de un alipori o vergüenza, un contínuo ¿qué me estás contando?.

Como decíamos la fotografía y ambientación están muy logradas, pero cuando vemos a dos hermanas masturbarse, por más naturalista que se pretenda ser, el cambio de tono es caprichoso y mejor no comentar nada más sobre ellos.

El autor de grandes películas argentinas como «Elefante Blanco» (aquella del sacerdote interpretado magistralmente por Ricardo Darín) aquí pierde pulso y músculo, no sabemos si porque Trapero lleva a cabo demasiadas tareas: firma el guión, la producción y el montaje (este último al alimón con Alejandro Brodershon) además de la dirección, o simplemente porque sin una mínima carpintería de guion no hay película, por más que esta sea leve.

Es una pena que una producción que ha debido ser costosa por lo que muestra, se pierda en vaguedades. Por supuesto, además le sobra metraje y al no sacar imágenes ni de archivo del contexto anterior (tan importante, al parecer, para entender el resto) todo se queda cojo, y parece que además importa poco. La película fue proyectada en el pasado Festival de Venecia, en la sección ‘Fuera de Concurso’, no sabemos también si por ello.

Que prácticamente la única producción argentina en esta 63ª Edición de la Seminci, matizando que en ella también participa Italia, utilice sólo de su enorme cantera de actores (que van del mismo Darín a Eduardo Blanco o Gastón Pauls entre tantos otros) a Gabriela Borges -en un papel contundente, pero irregular y tampoco muy definido- resulta realmente preocupante.