Caen como linces

Tres linces ibéricos muertos en siete días abre de nuevo el debate de la conservación del felino más amenazado. Su exitosa reintroducción, con un 70% de supervivencia, contrasta con la mortandad por atropello a la que se suman ahora los ahogamientos

Ricardo Gamaza RicardoGamaza /
19 mar 2016 / 18:55 h - Actualizado: 19 mar 2016 / 21:15 h.
"Medio ambiente"
  • Imagen facilitada por WWF de un lince atropellado en febrero de 2015 en una carretera de Doñana. / Efe
    Imagen facilitada por WWF de un lince atropellado en febrero de 2015 en una carretera de Doñana. / Efe

{En lo que va de año –y no llevamos ni tres meses–, han muerto en Andalucía seis linces ibéricos, lo que augura un 2016 que va a devolver a la estadística más negra la supervivencia del felino más amenazado del mundo. En todo 2015 Andalucía registró ocho muertes de linces ibéricos, lo que suponía romper una tendencia que estaba esquilmando las poblaciones del lince desde hacía años. Como contraste, el proyecto de reintroducción de lince cosecha excelentes resultados, con tasas de supervivencia que superan el 70 por ciento, algo muy positivo teniendo en cuenta que superar el 50 por ciento en estos programas se considera un caso de éxito.

Pero más allá de las estadísticas, que las administraciones matizan al argumentar que hay más linces atropellados porque las poblaciones aumentan, lo especialmente grave son las causas que provocan estas muertes. Los atropellos guardan relación con dos aspectos fundamentales: por un lado la velocidad a la que transitan los vehículos en las carreteras que cruzan territorios linceros; pero por otro lado, también las muertes por atropello se producen por una falta de infraestructuras que favorezcan el paso de los linces por zonas seguras (los pasos de fauna).

«Llevamos tres años insistiendo a todas las administraciones implicadas que tomen cartas en el asunto –explica el responsable del proyecto Iberlince de WWF-España, Ramón Pérez–, y en ese tiempo de ha hecho poco». Se refiere a algunos vallados y a los desbroces en las lindes de las carreteras, lo que permite al lince que va a cruzarlas ver el peligro de los coches, pero también ser visto por los vehículos. Actuaciones que junto a algunas señalizaciones permitieron reducir la mortandad de linces ibéricos en las carreteras en 2015.

Sin embargo, las medidas en las carreteras son el tratamiento de los síntomas de una enfermedad más grave que explica que los linces se aventuren a dispersarse: la falta de alimento. La última memoria del Espacio Natural Doñana del año pasado revelaba que las poblaciones de conejo, el alimento principal del lince ibérico, se encuentra en mínimos históricos. Esa es la razón del éxodo del lince: encontrar comida. Por eso probablemente los últimos atropellos no se han producido dentro del espacio protegido: la Palma del Condado (Huelva) en enero de este año y el de esta semana en el término municipal de Benacazón (Sevilla).

El de la ausencia de conejos en los territorios linceros es un problema muy complejo. No sólo por las enfermedades que asuelan a esta especie –hemorrágica vírica y mixomatosis–, sino por lo complejo de conciliar los intereses y demandas de sanidad animal, cazadores, agricultores y conservacionistas, a la hora de determinar las repoblaciones y los periodos de veda de conejos.

Ahora se suma a las causas de muerte de linces el ahogamiento. El último caso de muerte registrada, el pasado jueves 17 –un día después de que muriese atropellado un ejemplar de macho joven en la carretera A-473 en Benacazón– se ha producido al caer en una balsa de riego en Lucena del Puerto (Huelva).

Si la proliferación de carreteras en Doñana ha terminado con la vida de muchos linces, ahora es la proliferación de balsas de riego en el entorno del espacio natural la que se iza como futura causa de mortandad. «Hay demasiadas balsas, algunas además son ilegales y otras no cumplen los requisitos de seguridad», explica Luis Suárez, de WWF-España. En efecto, el número de balsas de riego en Doñana y su entorno se ha disparado y las que no están correctamente valladas o no cumplen los requisitos para poder salir de ellas si algún animal cae en ellas, tal y como exige la normativa, no sólo para la supervivencia de la fauna silvestre, sino también para personas que puedan caer en una balsa por accidente.

«Nuestros datos indican que hay más de mil balsas en la zona», apunta Felipe Fuentelsaz, portavoz de WWF-España en Doñana, quien aclara también que la balsa en la que se ha ahogado el último lince ibérico se encuentra en un monte público que se habría transformado de uso forestal a uso agrícola. Algo que si se hubiese producido después de 1992, podría incumplir la Ley Forestal Andaluza, por lo que WWF ha solicitado ya al Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil y a la Fiscalía de Medio Ambiente que estudie los hechos por si fuesen constitutivos de delito.

Habrá que revisar si las balsas son legales o no, si son demasiadas y si cumplen la normativa; pero, de nuevo, esta nueva muerte es la consecuencia de un problema de fondo que es mucho más grave: los linces están acudiendo a estas balsas artificiales a beber en un año especialmente seco que, unido a la sobreexplotación del acuífero, ha dejado sin lagunas temporales y charcas a Doñana.

Son los únicos oasis en los que encuentran agua, aunque beber de ellos pueda convertirse, como en el caso de la balsa de Lucena, en una trampa mortal. Pero a los linces ibéricos, a los que los más incultos o insensibles acusan de no saber cruzar la calle, nos les quedan más salidas que jugarse la vida en busca de comida y, a partir de ahora, en busca de agua.