Érase un Consejo de Gobierno en el Prado

Paseíllo. Los 22 ex altos cargos encausados soportaron con estoicismo la primera jornada de un juicio marcado por el maremágnum mediático

13 dic 2017 / 16:52 h - Actualizado: 14 dic 2017 / 08:07 h.
"Caso ERE","Juicio de los ERE"
  • Chaves y Griñán, a su llegada a la Audiencia de Sevilla. / Jesús Barrera
    Chaves y Griñán, a su llegada a la Audiencia de Sevilla. / Jesús Barrera
  • Érase un Consejo de Gobierno en el Prado

Entre el Palacio de San Telmo, sede de la presidencia andaluza y otro palacio, en este caso el de Justicia, hogar de la Audiencia de Sevilla, apenas hay 800 metros, o lo que es lo mismo, 10 minutos mal contados dando un paseo. Tan cerca, y tan lejos, porque entre ambos, según el punto de vista, también media un abismo. En el orbe político, aterrizar en el barroco palacio que fue de los Montpensier, es todo un hito. Dar con los huesos en magistratura –y para más inri como acusado– es poco menos que la sima de esa cima.

Eso mismo ocurrió ayer con toda una era de gobierno socialista andaluz. Los altos cargos que poblaron, época atrás, la sede de la presidencia, cambiaron las mieles del éxito por la hiel del tribunal. Ocho de ellos, los más próceres en la cadena de mando, hasta podían bromear –si hubieran tenido cuerpo, que no era precisamente el día– con el hecho de que volvieran a verse las caras como en esos consejos de Gobierno del ayer. Eso sí, a 800 metros en la distancia de la sala original y, lo más desolador, ahora sentados en el diabólico y temido banquillo.

A decir verdad, conste aclarar que en el juicio más mediático que se recuerda por estos lares –160 periodistas acreditados de toda la geografía peninsular– no había banquillo sino 22 sillas individuales. Un elemento a destacar. Como también que estos asientos negros no estarán asignados de partida. Fueron los propios acusados quienes los ocuparon a discreción, con un patrón que parecía preestablecido: los dos expresidentes, al frente, dando la cara. Y sus estrechos colaboradores, a la sazón, exconsejeros, a su vera. La foto más buscada y ya, por estas horas, reproducida.

Pero antes de llegar al momento banquillo, les tocó librar otro trance de congojo: el paseíllo. Acababan de dar las 7:30 de la mañana cuando ya había cámaras apostadas en la puerta de los Juzgados, cuya plaza estaba atestada de vallas hasta conformar varios corralitos; y algún que otro efectivo policial. Tocaba esperar, porque hasta las 9:18 no haría acto de presencia el primer protagonista. Fue el exviceconsejero de Empleo Agustín Barberá, quién rompió el hielo. Y nunca mejor dicho, por lo gélido del ambiente. Y es que en la Audiencia siempre hace frío: esa vía semipeatonal que separa ambos edificios donde el viento hace estragos, esos soportales umbríos, esa plaza inerte y aterida... ambiente terriblemente escandinavo para una trama tan acalorada y sureña.

Para seguir con el símil, los rictus eran glaciares. Como los de Gaspar Zarrías y Magdalena Álvarez, los únicos que llegaron juntos. Lo hicieron en un mismo coche, poco después de que arribara Aguayo. A continuación, al filo de las 9 y media, era José Antonio Viera quien, cabizbajo, cumplía con su particular viacrucis. El otrora factótum del socialismo hispalense ya no es del PSOE. Fue hace año y medio cuando dio por cerrado su periplo en el partido de la rosa con un encontronazo de órdago, tras solicitarle Díaz que entregara el acta de diputado nacional y él respingara rompiendo el carnet y pasándose al grupo mixto.

Mientras otros encausados de menor rango mediático seguían accediendo al sevillano Palacio de Justicia, todos los focos esperaban el aterrizaje de los más buscados en este western improvisado en el que se había convertido el corralito de la prensa. Chaves y Griñán casi llegan juntos, apenas separados por un minuto, a eso de las 9:37, el primero de ellos, bajo el saludo de «presidente» de algún que otro profesional de los medios. Ninguno de los dos hizo declaraciones, continuando con la tónica de la mañana. Una vez dentro, mientras otros exaltos cargos se fundían en abrazos, los expresidentes cursaron un breve saludo. No hay más cera que la que arde entre ambos, pese a que posteriormente, durante la vista, se les viera intercambiar opiniones.

Rematarían el elenco de exconsejeros en el paseíllo Paco Vallejo y Antonio Fernández, ambos de Empleo. Y aunque podría parecer lo contrario, no estaba, ni mucho menos, todo el pescado vendido en la puerta de magistratura. Guerrero, el mediático exdirector de Trabajo, fue el último en aparecer, con la jactancia que se le conoce, pitillo en mano y aspavientos. Y un «con frío» como respuesta a la incansable búsqueda de declaraciones.

En ese mismo gélido andén, restaban una sorpresa y una anécdota. La primera, la aparición de Alaya, no para volver a hincarle el diente a este lío de los ERE sino para acudir a su sección séptima de cada día. Lo hizo a las 9:59, a la caza del flash –y no al revés–, cargada con el ya familiar trolley. Los encausados, por entonces ya en el interior pero aún fuera de la sala, la vieron entrar, y no se descarta que alguno de ellos hiperventilara aún más de lo que la situación obligaba. La anécdota, llegó en forma de señora con pijama, babuchas y fulgurante bata rosa. Tal cual. Con esa indumentaria se plantó una mujer anónima en los Juzgados el día con más mirones por metro cuadrado. No se conoce, al cierre de esta edición, si tiene algún papel en la trama que ha hecho tambalear los cimientos políticos andaluces, en el partido que desde siempre, ha ostentando el mando del gobierno.

Una hora después, a las 11 en lugar de a las 10, cumplido el retraso de rigor del ramo, arrancó el tan esperado juicio de los ERE andaluces, tras largos –y cambiantes– siete años de instrucción. El primer capítulo de un nuevo serial político judicial en un macrocaso que nunca parece acabar. El invierno de la política.