‘Casi’ auténticos

El Alcázar acoge la exposición ‘M. Moleiro, el arte de la perfección’, una colección de tesoros bibliográficos que demuestran que el adjetivo ‘irrepetible’ ya no se puede aplicar a los libros antiguos

20 sep 2017 / 06:44 h - Actualizado: 20 sep 2017 / 11:55 h.
"Libros"
  • Copia del ‘Libro de la Caza de Gaston Fébus’, cuyo original se encuentra en la Bibliothèque Nationale de France, en París, una de las joyas reproducidas en la muestra del Alcázar de Sevilla.
    Copia del ‘Libro de la Caza de Gaston Fébus’, cuyo original se encuentra en la Bibliothèque Nationale de France, en París, una de las joyas reproducidas en la muestra del Alcázar de Sevilla.
  • ‘Tractatus de Herbis’, la esencia de la medicina medieval.
    ‘Tractatus de Herbis’, la esencia de la medicina medieval.
  • Entre los mapas incluidos, este del ‘Atlas Universal’ de Fernao Vaz Dourado.
    Entre los mapas incluidos, este del ‘Atlas Universal’ de Fernao Vaz Dourado.
  • El de Carlos de Angulema es uno de los libros de horas que se exhiben en la muestra.
    El de Carlos de Angulema es uno de los libros de horas que se exhiben en la muestra.

Es difícil decidir si es una buena o una mala noticia el fin de lo irrepetible. Al menos, por lo que respecta a los libros. Desde la comodidad de la nostalgia entendida como pasatiempo, esa que siempre maldice los cambios, diríase que sí. Pero al pensar en la democratización de un deleite que antes estaba reservado para reyes, papas y otras altas dignidades, enseguida se encuentran los beneficios. El caso es que parece ser que se acabó ese riesgo precioso de que un incunable se le deshaga a uno entre las yemas de los dedos –suponiendo que tuviese la improbable ocasión de ponerle las manos encima–. Y no porque existan los archiconocidos facsímiles, esas copias fidedignas largamente conocidas que crean una ficción de autenticidad, sino porque desde hace 25 años están, además, los casi originales. O los nuevos originales, se podría decir con más justicia. Y el Alcázar de Sevilla los va a exponer desde mañana en su Salón Alto del Apeadero, para que los vea gratis todo el que quiera. Se trata de M. Moleiro, el arte de la perfección, una colección de 40 tesoros bibliográficos de muy diversa naturaleza y temática que tienen en común dos rasgos: la autoría reciente por la casa de Manuel Moleiro y el tratarse de obras exactamente iguales que las originales. Como si los copistas e iluminadores tonsurados de algún reputado monasterio medieval hubiesen vuelto de la tumba a sus pupitres para proseguir con su tarea redentora.

«El mejor testigo de la calidad de nuestro trabajo es, desde luego, el conocimiento de nuestros casi originales», explica Moleiro, «donde se puede comprobar que no solo reproducimos el mismo color y grosor de los pergaminos, los tamaños exactos, las encuadernaciones, los cosidos, los daños inherentes a sus avatares sino también la textura e incluso el olor que el paso del tiempo les ha impregnado». En cuanto a la naturaleza de esos escritos de los que presume la firma y que ahora se muestran, explica: «Todas nuestras obras han sido cuidadosamente seleccionadas: atlas fascinantes donde las líneas de rumbo conviven con animales mitológicos, carros tirados por leones en los que Baco pasea su borrachera o Júpiter seduce a Juno. Códices que nos revelan el secreto de la felicidad o nos enseñan a convertir todos los metales en oro. Códices milenarios o centenarios con miniaturas que nos estremecen por su belleza y que una vez vistas es imposible olvidar: los Beatos. Obras con raíces de nuestro pasado, que condicionan nuestro presente».

Para los amantes de los libros, acariciar el lomo de uno de estos clones debe de reportar una emoción parecida a la experimentada por el protagonista de Parque Jurásico al palparle la chepa a un velocirráptor, con la ventaja de que los Beatos de Liébana, los libros de horas y los viejos tractatus medicinales no forman manadas agresivas dispuestas a devorar sin piedad al primer mamífero bípedo que se ponga en su camino. Pero en ambas situaciones, lo que se produce es un salto en el tiempo no del presente hacia el pasado, sino del pasado hacia el presente. Si para reproducir al tiranosaurio había que exprimirle la merienda a un mosquito conservado en ámbar, en el caso de estos volúmenes el procedimiento se antoja de una dificultad semejante, por lo que cuenta la empresa: nada más que en tiempo, «se emplea todo el que el códice requiera. Los estudios previos de los soportes materiales son exhaustivos y los métodos empleados no aceptan limitaciones. No se hace nada por embellecer el manuscrito, por quitarle el peso de la historia (una mancha, el bocado de un gusano, etc.). La encuadernación es la misma que tiene el original. Papel, tintas, pieles, cierres» y trabajo, sobre todo, que permiten la clonación bibliográfica. Ya lo decía Richard Attemborough en su papel de caprichoso multimillonario enamorado de los diplodocus: «No hemos reparado en gastos». Pues eso.

La inauguración de la muestra del Alcázar, este jueves a las ocho de la tarde, será con una conferencia del experto Miguel Ángel de Bunes sobre una de las obras concurrentes: El Libro de la Felicidad. Una pieza muy curiosa porque, contrariamente a lo que se estilaba por Occidente, abundante en códices religiosos, cánticos a la divinidad y amenazas a los descarriados, esta joya fue encargada en 1582 por el sultán Murad III para su hija Fátima, y versa sobre ciencia, astrología, significado de los sueños, adivinación y otras sabidurías de moda en según qué zonas del mundo islámico en tiempos de Felipe II. Cuentan en la editorial Moleiro que este Murad III «se mantuvo siempre alejado del frente de batalla y tuvo especial interés en proteger a miniaturistas, poetas y artistas, astrónomos y astrólogos, delegando muchas facetas de su labor de gobierno a las mujeres. Tanto es así, que su sultanato se conoce también como el Sultanato de las Mujeres».

Esta es una de las muchas y muy variopintas producciones bibliográficas que se reúnen en esta muestra –a la que por cierto se accede desde el Patio de Banderas–. Todas son curiosísimas. Otra de ellas, por ejemplo, es el Pergamino Vindel cuyo original se conserva en The Morgan Library & Museum de Nueva York. Lo que tiene de excepcional no es solo que recoja y transmita las siete cantigas de amigo que componen el cancionero del juglar gallego, sino que encima contienen –salvo en un solo caso– la anotación de su melodía. Es decir, una variante de arca de Noé de la cultura hispana gracias a la cual se ha preservado una especie de la extinta lírica trovadoresca que de otro modo hoy ignoraríamos.

Y si a alguien le han podido parecer fascinantes los ejemplos antedichos, ahí están también, para su admiración, los viejos mapas, los frutos tempranos de esa ciencia de los príncipes que era la cartografía renacentista y que no solo trazaba los planos del mundo conocido para su exploración y explotación, sino también –¿y sobre todo?– para su control y para la planificación de las estrategias de poder. El planeta dejaba de ser un misterio y mostraba su verdadera imagen, con tal grado de verosimilitud que en el Atlas Vallard –uno de los que se exponen en el Alcázar– se incluye por primera vez en la historia la costa oriental de Australia 200 años antes de los viajes del capitán Cook, «considerado erróneamente su descubridor en detrimento de anónimos navegantes portugueses».

Puestos a hablar de material fascinante, que no se queden atrás los Beatos, aquellos códices medievales que comentaban el Apocalipsis de San Juan interpretando la invasión musulmana de la Península Ibérica en el siglo VIII como el principio del fin de los tiempos, y por lo tanto defendiendo la fe como el arma de la resistencia para un pueblo que acabaría consagrando y materializando su misión divina en la larga guerra de la Reconquista. Esta operación se inspiró inicialmente desde estos libros que toman su nombre de Beato, un monje de Santo Toribio de Liébana que en el año 776 se empeñó en apaciguar el espíritu cristiano con un libro que preparase a los creyentes para vivir el fin del mundo con la piedad apropiada.

Los códices bíblicos, libros de horas de los reyes, el Libro de la Caza de Gaston Fébus, el Libro del Tesoro, el Apocalipsis Gulbenkian, el Theatrum Sanitatis, el Apocalipsis 1313, la Genealogía de Cristo, el Tractatus de Herbis... son algunos de los títulos rescatados de su tiempo para su disfrute en esta especie de eternidad –y si no es eternidad, una copia casi perfecta– en que hemos convertido el presente para escapar de la muerte. Esa sí, auténtica, genuina e inimitable.