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El hombre de la mirada de bronce

Desde lo alto de la Giralda hasta la orilla del río, Paco Parra lleva años extendiendo por Sevilla y más allá, ya sea en calles, plazas, templos o fachadas, una moderna y singular Edad del Bronce que ahora también se ha hecho joyería

18 abr 2016 / 17:13 h - Actualizado: 18 abr 2016 / 17:20 h.
"Arte","Escultura"
  • En el Cortijo de la Gota de Leche, donde renovó el monumento a Blas Infante, junto a una de sus obras. Pepo Herrera
    En el Cortijo de la Gota de Leche, donde renovó el monumento a Blas Infante, junto a una de sus obras. Pepo Herrera
  • Una de las piezas de joyería de Paco Parra, «esculturas de llevar puestas». / El Correo
    Una de las piezas de joyería de Paco Parra, «esculturas de llevar puestas». / El Correo
  • El hombre de la mirada de bronce
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Hasta su voz sevillana tiene algo de tintineo en sus exclamaciones, de reverberación en sus finales. Hasta en el sonido de sus palabras lleva prendido Paco Parra el deje de su oficio, como si este fuese el lugar al que pertenece más que a ningún otro. Tal vez no podría decirse de alguien que hubiese nacido a la sombra de ese Giraldillo al que él puso la base, ni de quien al despertar cada mañana tuviese ante sí el reflejo de Triana en el río, privilegio del que gozan varias de sus obras. Porque la infancia de este maestro del bronce tuvo como sede la antigua fábrica Cross de la carretera de Brenes, y junto a ella una casa, y junto a la casa un «cuartucho», como él mismo explica. Que fue donde inesperada y fervorosamente germinó una vocación que lo arrastraría contra cualquier otro designio (incluida la voluntad paterna de que estudiara Derecho) hasta convertirlo en uno de los grandes referentes actuales de su arte en Andalucía. Ahora, a sus monumentos, rótulos, mausoleos, placas, relieves y escudos repartidos por doquier, añade también su nueva faceta de joyero.

«Hace dos años inicié una nueva andadura artística que es Stararte, una línea de joyería complementando la escultura. La crisis nos dio de una forma brutal, brutal, brutal», se lamenta Parra, «pero no solo a los escultores, sino a los orfebres, a los doradores y a otros también. Fue tremendo. Y de alguna forma lo entiendo, porque lo que hicieron fue priorizar en materia económica: un alcalde puede decirte, como me han dicho a mí, mira Paco, tu proyecto nos gusta muchísimo, pero no puedo hacerlo porque es que hay gente pasando necesidad en el pueblo. Entonces se priorizó, muchos piensan que indebidamente (yo pienso que con buen criterio), y nos dio muy fuerte. Y esa fue la idea de abrir esta otra línea. Estamos haciendo piezas para novias y otras muy interesantes, y no funciona mal, estamos aprendiendo mucho sin haber arrancado; todavía no nos hemos movido, no hemos hecho un buzoneo como se dice, que la gente te conozca, pero lo que sí pretendía era hacer como pequeñas esculturas, esculturas de llevar puestas, en pequeño formato, hacer un relieve... porque un relieve te lo puedes colgar del cuello o puede pesar 40.000 kilos».

No es ninguna exageración afirmar que la obra de Paco Parra está extendida literalmente por toda Sevilla y más allá. Se encuentra en fachadas, plazas, calles, edificios, interiores y exteriores, rotondas, paseos... Gran parte de la Sevilla que suena a bronce es suya. Como lo son la base del Giraldillo, el túmulo funerario de Hernando Colón en la Catedral, el mausoleo de Antonio Castillo Lastrucci en San Julián, el nombre y los bronces del Teatro de la Maestranza y del Monumento a la Tolerancia de Chillida, la restauración de la Capilla Real y del cancelín de la Iglesia del Sagrario, media docena de imágenes de la Virgen del Rocío en las plazas de ciudades y pueblos, el monumento a Santa Ángela de la Cruz en su casa natal de Sevilla; los pinceles del Velázquez de Susillo en la Plaza del Duque también son suyos, como lo es el estoque de Manolo Vázquez frente a la Maestranza; hizo la cruz-veleta que corona el Monasterio de la Rábida y el imponente retablo de bronce de Santa María de la Encarnación la Mayor en Ronda, el monumento a los fusilados en las Murallas de la Macarena... y así, cientos de obras más que engrosan su también resonante currículum.

«Salvo en el caso de obras que en sí mismas son muy similares, como los monumentos a la Virgen del Rocío, no hay dos trabajos iguales», comenta el autor. «En muchos he ganado dinero y en muchísimos he ganado poco. En el terreno de la joyería tienes menos posibilidades de errar, porque tú sabes lo que compras, compras un kilo de plata, un kilo de metal, y poco más o menos sabes lo que sacas de ahí. El riesgo es bastante menor. Pero sigo en el mundo de la escultura. Este verano pasado hice a Orson Welles y a Ernest Hemingway, dos monumentos en Ronda, para el Ayuntamiento, que lo financió Unicaja».

El éxito no tiene recetas, y menos en el arte, pero en su caso considera que ha jugado a su favor su capacidad de adaptación y su versatilidad, lo cual ha dado como resultado ese abanico de obras sorprendentemente diversas y originales. «Es porque yo siempre me subordino y me pongo a las órdenes de donde voy a trabajar. Quizá la gente confíe mucho en eso. Yo entro en la Catedral, por ejemplo, y si hago la tumba de Hernando Colón, la hago superbarroca y siguiendo todos los cánones que hay alrededor. Soy incapaz de meter acero corten en la Catedral de Sevilla. Me intento camuflar en la época y no distorsionar el lugar donde estoy. También hicimos la restauración de todos los elementos de metal de la Capilla Real, y seguimos todas las pautas antiguas por mucho que empleáramos maquinarias modernas, con toda la cera y todos los instrumentos que se usaban antiguamente».

A Paco Parra tampoco te ha dado apuro el reformar cosas de otros. «Yo he tenido la suerte de poner los pinceles al Velázquez de Susillo y eso para mí ha sido un auténtico placer, he tenido la suerte de ponerle el estoque a Manolo Vázquez, que Remedín Gago era una persona a la que yo he querido mucho y su hijo es muy amigo mío. Cuando veo un monumento bien hecho, participar en él es para mí una enorme satisfacción. El que la gente entienda que los artistas somos de otra talla o pensamos de otra manera me parece absurdo. Yo veo igual de artista a un buen carpintero que a un buen fotógrafo que a un buen escritor que a un buen periodista que a un buen herrero. Lo que tienes que intentar es hacer bien lo que haces y poco más. Eso es el arte».

Aunque hablar de arte en Sevilla es un asunto tan solemne como delicado. «Sevilla es una ciudad maravillosa», explica, «pero una ciudad que se debe entender. Encumbra a artistas de un prestigio inmenso. Ahora, eso sí, debe ser imaginero, debe ser orfebre, tallista... Es igual que el toreo: tú sabes que dentro de cualquier arte en Sevilla lo que gusta es algo muy predispuesto al gusto sevillano. Aquí Morante es Morante de la Puebla nos pongamos como nos pongamos, e incluso le echan un toro para atrás y la gente le da una seria ovación, que yo no me imaginaba que eso fuera posible. Y aquí, siendo imaginero, sí, porque ellos conocen la escultura basándola en determinados santos, cristos y vírgenes; a los sevillanos, un relieve o una escultura profana no les interesa, o no les interesa una obra pictórica que no sea un San Sebastián o un san algo. Lo que se salga de los cánones eucarísticos de la ciudad no se comprende bien».

Lo cual no quita una verdad tan sólida como sus bronces: «La Iglesia ha hecho por Sevilla lo que no nos podemos ni imaginar. Ha mantenido en Sevilla... incluso yo recuerdo a orfebres amigos míos que lo son porque en su día el cura de San Julián se dedicó a distribuir a los niños en distintos talleres, cuando existían los aprendices y demás. Y a la sombra de la Iglesia se han mantenido muchísimos talleres durante siglos. Que ahora la Iglesia con su compromiso social ha dejado muy desatendidos esos talleres y el problema que han tenido estas criaturas... bien, pero la verdad es esa».

«Yo no me quejo de Sevilla. Yo estoy en Sevilla porque quiero. Y sé cómo es», dice, aunque si lo que quiere es exponer ya sabe que tiene que hacer las maletas. Cosa que prefiere a tener que vivir fuera. «En lo tocante al arte, Sevilla está absolutamente fuera de división. Es que practica otro deporte. Y a todos se lo digo. Muchos me dan la razón y otros no me la dan al principio. Una cosa sí: lo que es imaginería, primera división sin lugar a dudas. Pero aquí en el mundo del arte es muy difícil progresar, es muy difícil que alguien compre una escultura en Sevilla. Lo que yo no voy a hacer es irme a Londres a vivir, o a Roma. Hay otros sitios de España donde el arte sí es más valorado. Madrid, por ejemplo. Barcelona es la puerta de Europa en España y es a todos los niveles una ciudad absolutamente distinta a nosotros. En Barcelona encuentras de todo, hay unas vanguardias absolutamente tremendas, en el mundo del arte Barcelona es puntera. Los artistas de Sevilla no nos vamos porque nosotros, cuando hacemos una exposición, la exposición dura quince días, y hacerla seis meses. Esos seis meses puedes estar o en la playa o viviendo en Sevilla; con que estés el día en que se inaugure...», explica. «Para eso están los galeristas, que son los que se encargan de ventas y demás. Yo viajo muchísimo, viajo todo lo que puedo. Precisamente porque la formación es imprescindible y tú te puedes morir sin enterarte de la misa la mitad. Estoy convencido de que cuando muera quizá empiece yo a enterarme de cómo funciona esto. Esto es de una complejidad inmensa. No como decía Oteíza cuando abandonó la escultura porque ya se había enterado de cómo era. Yo siempre me he reído de ese loco, un tipo gracioso: Yo abandono la escultura porque ya la domino, ya le he cogido el hilo y me aburre. Pues a lo mejor es un iluminado, que puede serlo, pero yo estoy convencido de que yo me muero sin enterarme del todo de esto. Llamarse uno escultor es una palabra inmensamente grande».

«Llevo siendo escultor desde chico», prosigue. «Mis padres me metieron en Derecho unos años, porque ellos lógicamente querían un licenciado como todas las familias de estos años atrás, porque si eras licenciado tenías unas posibilidades inmensas de ganarte la vida, y yo no duré: me fui a la mili y ya de la mili dejé Derecho. Pero yo tengo trabajos hechos desde chico. Siempre alrededor de un trozo de madera o de un trozo de barro».

«Recuerdo una infancia muy feliz, una madre muy madre y un cuartucho que había al lado del garaje que era mi cuartucho, mi catedral y mi templo, y ahí me metía yo con cuatro maquinitas, cuatro cositas, con la segueta y la madera, y yo echaba ahí las horas muertas. Me crié en una fábrica, en la Cross, en la carretera de Brenes. Mi padre trabajaba en esa fábrica. Antiguamente, para tener cerca a esos operarios de 24 horas de trabajo, los tenían viviendo dentro. Les decían: Te pagamos la luz y el agua, y pagaban las criaturas en horas. Mi padre no tenía horarios, el pobre, todo el día en la fábrica. Mi padre tenía un concepto avanzado para su tiempo, lo que pasa es que sacarlo de su contexto costaba trabajo. Y mi madre sí, mi madre tiene criterio, tiene sentido de la proporción, de la estética. Tú hablas por ejemplo con un arquitecto que se cree un artista porque ha estudiado Arquitectura, pero la estética y la proporción es un don, un don como el de quien hace premoniciones o ve las cosas. Y hay gente que tiene el ojo educado de nacimiento. Eso no lo da el estudio, lo da el vientre de tu madre».

Entre sus obras destaca el autor «el retablo de Santa María la Mayor, que es uno de los retablos de bronce más grandes del mundo. También el monumento a las víctimas del Aguaúcho, que es un monumento de acero corten que está en Fuentes de Andalucía, hecho de una serie de cilindros grandes y es un pozo invertido. Lo miras hacia arriba y ves la eclosión de palomas. Me quedaría también por complejo y por el trabajo que nos dio con el mausoleo de Hernando Colón en el trascoro de la Catedral de Sevilla, siguiendo las pautas y las medidas que él dejó en testamento».

Y así, en ese repaso, explica lo bonito que es que las obras de uno formen parte de la ciudad por dentro y por fuera. «Te acostumbras, porque al principio te admiras, pero luego te acostumbras. Incluso las inauguraciones y eso. Yo tengo a mi hija que tiene ya 21 años y a poco que tenga dos añitos más le digo que vaya por mí. Eso de la gente para mí es un agobio tremendo. Yo me dedico a lo mío, me meto en mi estudio, trabajo allí, y no termino de entender que la gente tenga que alabarte. Yo no le doy a eso mayor importancia».

Conoció los buenos tiempos del arte, cuando «el galerista abría las exposiciones un par de días antes para sus contactos y clientes y había veces en que al inaugurar la exposición estaba ya todo vendido. A mí me hablan galeristas de que bajaban al sur cargados de billetes y encargando cuadros. En la década de los 70 y los 80 el arte era fabuloso. Que además hubo un boom tremendo porque todo el mundo era artista, todo el mundo pintaba con toda esa eclosión que hubo de gente de dudosa... Y en esa época se vendía todo». Si eso es arte o es caradura, que venga Dios y lo vea. «Hombre, yo eso lo veo desde un punto de vista técnico, quizá. Yo veo una escultura y sé técnicamente la complejidad que trae. Y como hablan los flamenquitos, a mí ojana no me dan. Entiendo que la gente no tenga esa formación técnica. Yo del sonido de una escultura te digo de qué material está hecho, el grosor que tiene y el costo. Te lo digo de espaldas. Pero si hay una realidad es que tú estás en tu derecho de que algo te guste o no te guste, sea o no sea una verdadera porquería. Lo que nadie te puede decir es que eso es arte: será arte para ti».

Se asoma a Sevilla y se admira de cómo han cambiado las cosas, los paisajes, los paseos por los que ahora se puede caminar. Le gusta «hasta la Torre Pelli» y el lugar en que se alza. Dice maravillas de las Setas de la Encarnación, por donde antes «corrían galgos, que eran las ratas que había allí», y que tanto ha revitalizado y embellecido esa zona olvidada y arruinada durante décadas en lugar de convertirlo todo en aberrante aparcamiento masivo.

Vive de su arte, lo cual es todo un prodigio en Sevilla, y ahora que su vida ha adquirido la necesaria velocidad de crucero –y que la ciudad está tan hermosa–, lo último que se le ocurriría sería jubilarse. «Es una conversación que tengo mucho con mi mujer y con mucha gente: yo no me puedo jubilar. Yo me moriría. A mí me quitas tú el humo de los hornos y me muero». Llegó a tener hasta siete personas trabajando con él, ya fuesen orfebres, vaciadores, pulidores... y ahora trabaja solo. «Pero si necesito mañana a veinte personas especializadas en algo, en dos días las tengo». Es lo bueno de Sevilla, que dispone de un banquillo formidable. Será de bronce.