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Las antenas de Guillena, el faro del mal

Diseñadas como una moderna ayuda a la navegación aeromarítima, se instalaron por los alemanes en España como apoyo a la batalla del Atlántico. Mantuvieron su uso civil hasta 1965, y desde entonces solo una de ellas operó como radiofaro hasta 1995

28 dic 2015 / 17:20 h - Actualizado: 07 ene 2016 / 17:11 h.
"Historia"
  • Los Focke-Wulf Cóndor operaban desde el aeropuerto de Burdeos en la Francia ocupada. España internó cuatro de ellos durante la guerra, de los que solo uno llegó a volar. En 1956 –el que precisamente aterrizo en Sevilla en enero de 1943- fue dado de baja en el Ejército del Aire y desguazado. / Photo Deutsches Bundesarchiv
    Los Focke-Wulf Cóndor operaban desde el aeropuerto de Burdeos en la Francia ocupada. España internó cuatro de ellos durante la guerra, de los que solo uno llegó a volar. En 1956 –el que precisamente aterrizo en Sevilla en enero de 1943- fue dado de baja en el Ejército del Aire y desguazado. / Photo Deutsches Bundesarchiv
  • El sombrero capacitivo de la antena central de una estación Sonne. /El Correo
    El sombrero capacitivo de la antena central de una estación Sonne. /El Correo

Amanece en el aeropuerto de Burdeos-Merignac y un cuatrimotor Fw-200 Cóndor perteneciente a la unidad Kampfgeschwader 40 despega con las primeras luces del alba. El bombardero, pilotado por el teniente Mayr, retrae lentamente el tren de aterrizaje y asciende hasta superar la capa de nubes que cubre parcialmente la ocupada ciudad francesa, y pone rumbo a Gibraltar. Está buscando un convoy inglés que ha partido del Peñón con armas y provisiones para la isla. Los espías alemanes –que vigilan desde La Línea de la Concepción– han informado de su salida y su posible ruta. La máquina militar alemana para interceptarlo se pone en marcha.

La tripulación del avión otea la superficie del mar intentando divisar las estelas del convoy, una tarea nada fácil en la inmensidad del océano y donde la monotonía es el peor enemigo. El combustible se agota y justo cuando se disponen a regresar a la base, el copiloto divisa la inconfundible figura del convoy que, como un rebaño gigante, navega protegido por los buques escolta. El radionavegante sintoniza las estaciones Sonne de Sevilla y de Arneiro en Lugo, está calculando la posición exacta del convoy que retransmitirá por radio al mando submarino alemán en Francia. Al amparo de la noche los sumergibles, como manada de lobos, atacarán a los barcos.

<a href=http://elcorreoweb.es/recursos/infografias/infografia-antenas-BB.png target=_blank title=Antenas de Guillena><img alt=Antenas de Guillena style=width:100% src=http://elcorreoweb.es/recursos/infografias/infografia-antenas-BB.png /></a>
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El Focke-Wulf ya ha cumplido con la kiegsmarine (marina de guerra), ahora le toca enseñar las uñas a la fuerza aérea. Desde 1.500 metros desciende sobre el convoy, el repentino cambio de velocidad y altitud provoca que todo vibre dentro del avión. El bombardero enfila a uno de los mercantes con el típico ataque de los Cóndor: a cinco metros sobre las olas y aproximándose a su víctima de proa a popa, extrae los flaps y reduce la velocidad para ayudar al bombardero en su puntería. El cuatrimotor supera al buque y con un giro a la izquierda asciende mientras el ametrallador ventral dispara su arma sobre la cubierta intentando suprimir cualquier respuesta antiaérea. Cuatro enormes columnas de agua se elevan sobre el mar, la tripulación del mercante, aterrada por la inesperada visita, se sujeta donde puede para evitar ser lanzado al mar por la onda expansiva. Las bombas han fallado, el avión no tendrá más oportunidades y, para remate, el fuego antiaéreo ha dañado los flaps que no pueden ser retraídos por el piloto. El navegante informa a su piloto de la necesidad imperiosa de arreglar la avería o arriesgarse a un amerizaje de emergencia. El exceso de gasto de combustible no da más opciones, la única posibilidad es adentrarse en la neutral España y tomar tierra en el aeródromo de Tablada en Sevilla. El Cóndor se orienta a la capital andaluza y aterriza para ser reabastecido, arreglar la avería y unas horas después despegar de vuelta a Burdeos.

Esta versión del ataque y su posterior aterrizaje en Tablada está novelada pero ocurrió en realidad.

A pocos kilómetros de Sevilla, entre las localidades de Guillena y su pedanía de Torre de la Reina se levantaba una de las instalaciones que, junto con la de su estación gemela de Arneiro en Lugo, fue una aportación más de la España no beligerante pero colaboradora –y mucho- de la máquina militar nazi.

Estos emplazamientos eran denominados en el argot militar estaciones Elektra-Sonne, un primitivo GPS que emitía señales de radio en código morse, era el último grito en tecnología de la época. Para aviones y submarinos alemanes que atacaban convoyes en el Atlántico representaba una tremenda ayuda, solo se necesitaba un receptor de radio, unas cartas de navegación y la triangulación con dos estaciones Sonne para determinar con bastante exactitud la posición en el Atlántico. El sistema era totalmente ajeno a las condiciones meteorológicas, para los sumergibles era toda una revolución, podían usarlo a profundidad de periscopio sin emitir ninguna señal de radio que los delatara.

Por Europa se instalaron otras siete estaciones en Noruega y Francia.

Con objeto de no tener problemas con los aliados, España compró a Alemania las dos emisoras fabricadas por la empresa Lorenz por una cantidad simbólica y creó la denominada Red de Acecho.

Cada estación estaba compuesta por tres antenas de 102,5 metros de altura con alineación norte-sur y una distancia desde la torre central a cada una de las extremas de 2.759 metros. Su alcance era de unos 1.000 kms sobre tierra y 1.200 kms sobre el mar, transmitiendo con 1 Kws de potencia. Junto a la antena central se situaban los edificios para el alojamiento de los soldados del ejército del aire que daban seguridad a la instalación.

Su funcionamiento básico era el siguiente: el buque o aeronave sintonizaba, por ejemplo, los 311Kc/s de la antena de Guillena que emitía durante unos segundos su código de identificación NDB y trazaba una recta en el mapa hasta la estación, tras una pausa, las tres antenas comenzaban a transmitir la medición mediante signos morse. El receptor comparaba los puntos y rayas obtenidos con las cartas de navegación del sistema Sonne y posteriormente repetía la operación con otra estación. La triangulación de ambas indicaba su posición con bastante exactitud.

Los aliados disponían de sus propios sistemas de navegación hiperbólica: el Gee, Oboe y Decca. Intentaron crear su propio Sonne, pero por problemas técnicos no fue hasta terminada la guerra cuando lo consiguieron poner en marcha.

En España, finalizada la contienda mundial, el ejército siguió utilizando las antenas de Guillena y mantuvo en sus puestos a los responsables técnicos: los alemanes Walther Haüser y Bruno Erner permanecerían en España hasta entrados los años 60.

La estación dejó de operar como Sonne-Consol en 1965 para continuar funcionando la antena central como radiofaro NDB (Non-Directional Beacon, baliza no direccional) hasta que se apagó finalmente en el año 1995. En la primavera de 1998, Aena cortó las riostras que sujetaban las antenas, y las gigantes de 22 toneladas de metal se precipitaron al suelo, el desguace era su próximo destino. Aviación Civil las derribó por ser un peligro al tráfico aéreo y en Galicia el temporal Klaus, con rachas de viento de casi 200 km/h tumbó su última esperanza de conservación, la única instalación que quedaba en Europa desapareció en manos de los chatarreros.

A mediados de mayo de 2008, un grupo de radioafionados pertenecientes a la asociación Museo CB de San Roque en Cádiz, se desplazaron hasta Guillena para transmitir desde sus antiguas instalaciones. Para ello instalaron una antena de 20 metros y estuvieron emitiendo durante 24 horas.

Las antenas de Guillena funcionaron muchos más años como instrumento pacífico para la orientación de todo tipo de barcos y aeronaves, pero con el sambenito de haber sido instaladas por el régimen nazi con el visto bueno de la España franquista han llegado hasta nuestros días como un resquicio de aquellos tenebrosos años.

Hoy solo sus edificios anexos se mantienen en pie, un montón de ruinas de uno de los protagonistas de la más larga y decisiva batalla de la Segunda Guerra Mundial.