Desmontando la Sevilla romana

Un libro editado por la Universidad y el Ayuntamiento compila las excavaciones desde los años 80, clarifica las evidencias y de paso destruye varios mitos, sobre todo los romanos

21 mar 2015 / 16:51 h - Actualizado: 21 mar 2015 / 22:48 h.
"Ayuntamiento de Sevilla","Historia","Arqueología","Universidad"
  • Vista aérea de las excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
    Vista aérea de las excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
  • Excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
    Excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
  • Excavaciones en el Patio de Banderas. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
    Excavaciones en el Patio de Banderas. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
  • Excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
    Excavaciones en la Encarnación. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
  • Trabajos en estos dos mismos enclaves. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano
    Trabajos en estos dos mismos enclaves. / Mariano Martín-Antonio Acedo-J.M. Paisano

¿De verdad la Sevilla romana tenía tres foros? ¿Y un anfiteatro? Pues va a ser que no, o al menos eso dicen hoy las evidencias. Todo descubrimiento arqueológico es un paso más para reconstruir la historia, pero también para destruir el mito. Así ha ocurrido en Sevilla sobre todo a partir de la década de los 80, cuando se empezó a disparar la construcción y eso permitió asomarse al subsuelo de la ciudad (mucho menos y en peores condiciones de lo que habría sido conveniente, dicho sea de paso), en el que afloraron restos que nos dicen cómo fue el pasado, mal que le pese a la leyenda que a veces tenemos hecha y que, por descontado, suele ser más hermosa que la histórica (y cruda) realidad.

El aluvión de excavaciones acometidas durante más de tres décadas se hizo sin un plan que las unificara, a lo que se suma que nunca ha habido un proyecto de arqueología urbana, de manera que cada cual iba publicando por su cuenta lo que encontraba. Ahora, una obra de reciente publicación, editada por la Universidad de Sevilla y el Ayuntamiento hispalense, permite tener en un solo volumen todo lo descubierto durante más de 30 años y con ello el dibujo que sale de la ciudad. El volumen se llama Sevilla arqueológica. La ciudad en época protohistórica, antigua y andalusí, lo han coordinado los profesores de la Hispalense José Beltrán y Olivia Rodríguez y sí, derriba varios mitos, la mayoría de ellos relacionados con la Sevilla romana, más modesta de lo que siempre nos ha gustado creer.

«La verdad es que a la Sevilla romana no le falta un perejil», señala José Beltrán, que apostilla que es el periodo histórico «más mitificado». Pero poco a poco la realidad se va imponiendo, mal que nos pese, y así lo primero en caer fueron las murallas, que hasta hace un siglo todavía se creían de época de Julio César cuando son medievales, por no hablar de que hasta la fecha todavía no se ha localizado ni un trozo puramente romano. Se dijo también que había un anfiteatro, pero nunca se ha encontrado evidencia alguna. ¿De dónde viene entonces la creencia? «Como la leyenda dice que a las santas Justa y Rufina las martirizaron, se sobreentendía que eso tuvo que ocurrir en un anfiteatro y se dio por hecho que había uno». Y tan panchos.

Luego está lo de los foros, que aquí no nos conformamos con uno. «Históricamente se ha dicho que hubo tres, pero hoy, desde un punto de vista arqueológico, no hay ninguno». Teníamos el de los alrededores de la calle Mármoles, que sería republicano, mientras que de la época de Augusto habría otro en la zona de Alfalfa y Pescadería, y en el entorno de la Catedral estaría el foro de las corporaciones o portuario. Pero nada de nada, «arquitectónicamente no se ha documentado nada», tal y como queda reflejado en esta obra, que antepone su carácter divulgativo al puramente investigador.

Así que repasando el volumen nos damos cuenta de que «la ciudad romana se ha ido decostruyendo, desmontando», apostilla Olivia Rodríguez. Un ejemplo es el supuesto foro de Alfalfa y Pescadería, donde se encontró una cisterna elevada «que impide que hubiese ahí una plaza forense, es imposible». «La arqueología derriba los mitos históricos», que si durante décadas han logrado mantenerse ha sido «porque en muchos casos no ha habido excavaciones en sitios que interesan».

La obra funciona como síntesis de las intervenciones realizadas desde los años 80 hasta nuestros días, de hecho la última que figura es de octubre de 2014, cuando aparecieron restos en las obras para soterrar los contenedores en el Centro. Estas tres décadas de excavaciones han servido para darle la vuelta a muchas cosas, quedando ya lejana la primera actuación realmente científica, la de Collantes en 1944 en la Cuesta del Rosario.

Por el volumen desfilan hasta 19 autores, con capítulos escritos por arqueólogos que han estado a pie de obra y con un lenguaje que se ha pretendido que no sea excesivamente técnico. De la cascada de actuaciones de estos años, hay dos fundamentales por la de datos que han arrojado, a lo que no es ajeno que se ha podido trabajar en una gran extensión de terreno: el Patio de Banderas y la Encarnación. En el primero, los restos permitieron fijar el «momento más antiguo» de la ciudad, en una punta de terreno en la que confluían el Tagarete y el Guadalquivir; en la segunda, con la obra de las Setas y el mercado se abrió una puerta «inusual» al poder profundizar como pocas veces es posible, de modo que «se ve perfectamente desde el siglo I, porque se llegó a tierra virgen, hasta época medieval».

El río como eje

Las excavaciones dejan dos cosas claras, no por conocidas menos significativas: que la ciudad se ha ido engullendo a sí misma y que el río siempre ha sido el gran problema de Sevilla, pero a cambio permitió contar con un puerto potente desde sus inicios. Otro apunte es que hay valores de religiosidad «que se han mantenido presentes todos estos siglos, aquí ha habido procesiones desde los fenicios», subraya Beltrán, quien también apunta a la fuerte huella dejada por la política y la economía.

Aunque siempre «hay que echarle imaginación a todo», porque la arqueología lo que da son pistas, el rastro que puede seguirse en el libro es que, pese a que en parte se nos venga abajo la película romana, Sevilla «ha sido desde la protohistoria una ciudad cosmopolita y abierta al Mediterráneo», como demuestran por ejemplo los objetos litúrgicos y de lujo que llegaron aquí desde la otra punta del Mare Nostrum. Colonia Rómula con Augusto, luego Híspalis, las evidencias dejan también constancia de la importancia que con Roma tuvo este enclave como punto de fiscalización del aceite, un comercio alrededor del cual nacieron unas corporaciones (olearios) que, si forzamos un poco la cosa, podrían ser los antepasados remotos de esas hermandades nacidas en el entorno de gremios que todavía hoy procesionan.

¿Y cómo han podido pasar por hechos históricos tantos mitos y durante tantísimo tiempo? «Lo que se ha sabido de Sevilla es un invento historiográfico de los siglos XVII y XVIII», y se ve que la cosa encajó tan bien que la hemos dado por buena hasta hoy como quien dice. A ello ha ayudado también el que nunca haya habido un proyecto de arqueología urbana, el Ayuntamiento nunca se ha dotado de un equipo (como existe en otras ciudades) que haya rentabilizado y unificado todo lo que se ha ido descubriendo. «No hemos aprovechado esta riqueza investigadora, en vez de construir algo en común cada cual ha hecho su memoria en su excavación» y ahí quedó, lamentan Beltrán y Rodríguez.

Al margen de Roma, también se arroja algo de luz sobre la tardoantigüedad, «de la que no sabíamos nada más allá de San Isidoro». En este momento la ciudad cambia por la cristianización del espacio, y si antes las necrópolis estaban extramuros ahora los cristianos las meten en el núcleo urbano, asociándolas a parroquias. Pero siguen existiendo muchas lagunas y mitos, historias que hablan de un monasterio en el Patio de Banderas, de mármoles en otra zona que hablarían de una vieja y misteriosa catedral cristiana... Lo cierto es que si el mundo romano está muy asociado a un enclave como el foro, «con el cristianismo surge una distorsión de los espacios públicos».

Traza medieval

Ya metidos en la Edad Media, será la Sevilla almohade la que se mantenga hasta los cambios urbanísticos del XIX, es decir, que la traza de la ciudad no es ni mucho menos romana como también cuenta la leyenda. Es ahora cuando se amplía la muralla y cuando se cambian los ejes urbanos, un momento en el que San Vicente y San Lorenzo son huertas, y en la que en San Juan de Acre (lo que hoy es la calle Guadalquivir) hay evidencias de un palacio o edificio grande.

En definitiva, que esta obra funciona como un time lapse, esas imágenes a cámara rápida que permiten ver en pocos segundos la construcción (o destrucción) de edificios o zonas urbanas, contemplar en poco tiempo cómo cambia y evoluciona una zona concreta. «Se aprecia el desarrollo de Sevilla y sus habitantes desde que hay presencia humana hasta la Edad Media», concluyen los autores, «cómo evoluciona y va asumiendo elementos de todas las épocas». Se entiende además cómo funciona la topografía, cómo se mueve el Guadalquivir (que se desplaza desde una orilla que estaba por Sierpes hasta su trazado actual) y con él una Sevilla latente, que no se está quieta, y es que «la ciudad es un ser vivo que se mueve en función de sus propias necesidades».