El río, domesticado, dejó de dar miedo, de inundar los pueblos, de engullir a la gente. Pero poco a poco, fue despojado también de otros rasgos de su carácter y de otras habilidades que le eran propias: la pesca, la navegación... «Es decir, nos hemos quedado con un río un poco fósil, pero que todavía nos puede y nos debe contar muchas cosas». Lo dice José Peral, profesor de Composición Arquitectónica en la Universidad de Sevilla y comisario de la exposición Guadalquivir, mapas y relatos de un río, que puede verse ahora y hasta el 18 de marzo del año que viene en el Archivo de Indias, que tiene mucho de monumento y de historia pero también de barco; al menos, metafóricamente, pues de él salieron y a él llegaron, durante muchos años, todos aquellos que a través del viejo Betis construyeron la gesta española en América.
La idea, como se explica en la muestra, es proponer al visitante «una doble mirada» mediante el texto y la imagen: el primero, como «texto literario, incluso poético, como tratado científico, informe técnico o incluso disposición legal», La segunda, como «representación cartográfica, pictórica y fotográfica, que acompaña a menudo a aquellos textos». He ahí los mapas y los relatos de los que habla el lema de la exposición, y con los que Peral ha tenido cuidado de no pretender montar un discurso cronológico con el que explicar el vínculo entre el río y sus hijos. «El plantear una cronología nos parecía que empobrecía esa relación, así que la planteamos en torno a actitudes y a ámbitos en los que esa relación puede ser un recurso, una amenaza, una acción de domesticar y acercarse al río, un mito, un proyecto de avance, de ciencia y de técnica...», explica el comisario.
Comparamos ciudades, pero no ríos. Siempre hay alguien dispuesto a sacar parecidos: Sevilla con Roma, Córdoba con Estambul, pero, ¿qué pasa con los ríos, que son los que erigen y mantienen con vida las ciudades? José Peral confiesa que hace días que viene pensando precisamente en eso. «En el ámbito de la Península Ibérica, pocos, o casi ningún río, tienen dedicado un pasodoble, por ejemplo, o esta misma colección de mapas, o una película, un documental... Si nos vamos a Europa, podemos encontrar ciudades que tienen su razón de ser por su emplazamiento junto al río, que no ocupan la desembocadura, pero que son similares al Guadalquivir y a Sevilla, caso de Roma con el Tíber, París con el Sena y Londres con el Támesis. No son ríos de gran longitud ni de gran caudal, pero actúan en torno a ellos ciudades en cuya imagen siempre aparecen». Y si se le pregunta, lo dice: «El Guadalquivir está en la categoría de los grandes ríos del mundo. Y así aparece reflejado desde los primeros geógrafos de la Antigüedad. Los dibujos de Ptolomeo, las referencias a la provincia Bética... Son pocos los casos en los que un río da nombre a una provincia, una de las primeras que administra el Imperio Romano y que pertenece al Senado, no al emperador. El Guadalquivir es comparable al Nilo».
Que nadie espere una exposición peliculera, repleta de trucos, atracciones y artificios. Como el propio Guadalquivir, el itinerario por las galerías de la primera planta del Archivo de Indias es un fluir tranquilo, diverso y discreto, donde uno descubre solo si se detiene a mirar, que es, como dice Peral, la gran labor que nos queda hacer con el río, la «necesidad» actual y más perentoria de quienes viven en el valle de este Guadalquivir que se pone igual de intenso y de dramático cuando quiere ser historia, cuando quiere ser canción y cuando quiere ser riada. Un río que a punto estuvo de llegar a Madrid, cuando se quiso canalizar una avenida que fuese desde la capital hasta el Atlántico; un río que cierta mitología llegó a imaginar con dos desembocaduras. De todo esto y de algunas historias más hablan las orillas de esta muestra, a las que acude la memoria a meter los pies y a mirar al horizonte, que es como mejor se imagina el futuro de una ciudad, de un río, de uno mismo o de lo que sea.