Destellos sublimes

Crítica del nuevo espectáculo de Israel Galván, ‘La fiesta’ (***), en el Teatro Central de Sevilla

19 may 2018 / 17:11 h - Actualizado: 20 may 2018 / 13:00 h.
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Situar en primer plano todo aquello que forma parte del flamenco y que pasa desapercibido, desde un pequeño gesto a un castañeteo de dientes. Es lo que se propone Israel Galván con este nuevo espectáculo, una singular experimento que se adentra de lleno en el lenguaje de las vanguardias artísticas del siglo XX.

La fiesta flamenca y el juego son el punto de partida. Así, tras comenzar con las palmas a compás de La Uchi, El Bobote y Ramón Martínez y el cante entrecortado de El Niño de Elche, el bailaor aparece bajando las escaleras del teatro culeando como si fuera un bebé, aunque eso sí, siguiendo el compás con los pies y toda una gama de gestos y sonidos guturales. Una vez en el escenario se tira literalmente al suelo para regalarnos un solo plagado de destellos sublimes que nos divierte tanto como nos subyuga. A partir de ahí el espectáculo se decanta por un juego de provocación irreverente, repleto de guiños, que remite al lenguaje de Pina Bausch por su condición coral y la búsqueda de la transmisión de toda una gama de sensaciones e impresiones que se dirigen al terreno de lo inconsciente. Aunque aquí no es la emoción lo que prima, sino la inquietud y la vocación de mezclar lenguajes artísticos que, como el dadaísmo, el surrealismo o el teatro de lo grotesco, en principio son ajenos al flamenco. Tal vez demasiado según se desprende de su resultado.

La puesta en escena recurre a una escenografía, el “aparato” de Pedro G. Romero que reproduce un espacio escénico plenamente contemporáneo que potencia la vocación de amalgama de la dramaturgia, además de aportar un toque efectista que roza la genialidad cuando los bailaores bailan subidos a las mesas. En ese sentido cabe destacar la generosidad de Israel Galván a la hora de dar el sitio a cada uno de los integrantes de la obra. La banda sonora, que junto al flamenco recoge fragmentos de músicas orientales, canciones populares y coplas, nos provoca y nos inquieta a partes iguales, aunque por desgracia dado su corte fragmentario no acaba de convocar el desgarro y el caudal emotivo que caracteriza al flamenco. No obstante cabe destacar que El Niño de Elche consigue lo que se propone, ya que por encima del ejercicio vocal o el contenido poético de la letra, lo que prima es la expresión corporal, que de alguna manera forma parte de la técnica y ahonda en la sensualidad y la catarsis del cante. Una catarsis que está a punto de producirse en la última escena cuando el bailaor se ríe de sus propias obsesiones. Lástima que, debido a su excesiva duración (algo de lo que adolecen casi todas las escenas) y la reiteración de los movimientos, la emoción se acabe difuminando.

Obra: La Fiesta

Lugar: Teatro Central, 18 de mayo

Idea, dirección artística y coreografía: Israel Galván

Aparato: Pedro G. Romero

Dirección musical: Israel Galván y El Niño de Elche

Calificación: Tres estrellas (***)