El demonio de los celos

Otello es de esas raras óperas que han llegado al siglo XXI con toda su dramaturgia intacta, y que aun hoy consigue apelar al espectador como si la invención argumental obedeciera a un trabajo actual

01 nov 2015 / 13:12 h - Actualizado: 01 nov 2015 / 13:12 h.
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  • Lucha de protagonistas en el ‘Otello’ del Teatro de la Maestranza. / José Luis Montero
    Lucha de protagonistas en el ‘Otello’ del Teatro de la Maestranza. / José Luis Montero

Teatro de la Maestranza. 31 de Octubre. Otello ****. Drama lírico en cuatro actos de Giuseppe Verdi. Intérpretes: G. Kunde. Á. Ódena. F. Corujo. M. de Diego. R. Ialcic. D. del Castillo. J. Di Giacomo. M. Pintó. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. P. Halffter, director. Coro del Teatro de la Maestranza. Í. Sampil, director. Escolania de Los Palacios. Dirección de escena e iluminación: H. Brockhaus. Vestuario: P. Toffulutti. Escenografía: N. Rubertelli. Coproducción del Teatro Massimo de Palermo y el Teatro San Carlo de Nápoles.


Otello es de esas raras óperas que han llegado al siglo XXI con toda su dramaturgia intacta, y que aun hoy consigue apelar al espectador como si la invención argumental obedeciera a un trabajo actual. La violencia de género y el rechazo al diferente son los dos ejes sobre los que pivota una acción que, claro, se nos cuenta sublimada. Quizás por ello el director de escena Henning Brockhaus decía en la presentación que quería huír del realismo. ¿Cómo resultar plásticamente solamente noticioso cuando un asesinato por celos se nos está preludiando de manera poetizada mediante un Ave María y la canción del Sauce, dos de los instantes más honestamente bellos de la historia de la ópera? Por más que alemán y perteneciente a la más inspirada generación de directores escénicos de aquel país, Henning Brockhaus prefiere el simbolismo a la transgresión, o cuanto menos a lecturas conceptualmente más comprometidas. Con todo, su trabajo en Otello tiene varios pasajes de alto interés.

En este sentido es ejemplar el uso que confiere a los mimos y figurantes (suerte aquí de bufones), que comentan los hechos a la manera de mudo coro griego. Su presencia en algunos de los momentos de mayor intensidad canora incrementan la atmósfera de extrañamiento que provoca su visión. Impactante fue su representación de la muerte durante la intervención de la Escolanía de Los Palacios; o la macabra comicidad con la que ejemplificaron el crimen del protagonista justo al final del tercer acto. La amenazante presencia de la muerte -con Otello y Desdémona recostándose sobre unos cadáveres en el dúo de amor del primer acto- o la sublimación de guillotina a modo de telón con reminiscencias plásticas de Anselm Kiefer que cae como cabecero de la cama justo antes del crimen constituyen algunos de los momentos más inspirados. Escenográficamente, en cambio, todo es más prescindible, neutro. Faltó también una mayor implicación dramática en la conclusión de la ópera, resuelta con un teatro muy postizo, con muertes propias de actores amateurs.

Fue este tercer intento de Otello en el Maestranza un considerable éxito en la lograda conjunción vocal. Impacta el volumen y la belleza del timbre de Juliana di Giacomo, con una muy buena línea de canto y un agudo que se desenvuelve de forma natural. De perfecta afinación, resultó especialmente conmovedora en algunos de los pianissimi. Gregory Kunde es seguramente el mejor Otello que un teatro de ópera puede fichar a día de hoy. Su voz, netamente verdiana, tiene un fraseo enérgico, y demostró tener una enorme facilidad para manejar los registros medio y grave, lo que le permitieron llegar al final de la función con todas las capacidades intactas. La brillantez de su instrumento y su técnica para modular en forte redondearon la interpretación. El barítono Ángel Ódena tiene todavía que dar algunas vueltas al dibujo del pérfido Yago, que llevó a buen volumen pero resintiéndose con alguna tirantez y cierta tendencia a la monotonía. Suplió con dramatismo y mejor teatro cierta falta de fuerza expresiva. En términos correctos el Casio de Corujo y el resto de secundarios, un tanto oscurecidos por la fuerza de los dos protagonistas y por los aportes llenos de gran garra del Coro del Maestranza. Pedro Halffter, que volvía al foso, imprimió una dirección comprometida, otorgando a la Sinfónica de Sevilla un papel rotundamente protagónico, concertando con las voces pero poniéndolas en algún medido apuro para que la tensión se repartiera a iguales entre escena y orquesta.