Gerardo Delgado: El pintor delante de su propia vida

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo acoge hasta el 3 de septiembre la muestra ‘Aprender de todas las cosas’, una retrospectiva dedicada al gran artista abstracto sevillano

09 jul 2017 / 22:21 h - Actualizado: 09 jul 2017 / 22:25 h.
"Pintura"
  • El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo alberga hasta septiembre una muestra retrospectiva del pintor sevillano, pionero de la abstracción en España, Gerardo Delgado. / Manuel Gómez
    El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo alberga hasta septiembre una muestra retrospectiva del pintor sevillano, pionero de la abstracción en España, Gerardo Delgado. / Manuel Gómez
  • El trabajo con cartulina y con permutaciones origina este trabajo temprano. / Manuel Gómez
    El trabajo con cartulina y con permutaciones origina este trabajo temprano. / Manuel Gómez
  • Sala que recoge la obra más reciente del pintor, la serie ‘Nocturno. Cristales rotos’. / El Correo
    Sala que recoge la obra más reciente del pintor, la serie ‘Nocturno. Cristales rotos’. / El Correo
  • Una de las obras participativas del primer periodo de Delgado. / Manuel Gómez
    Una de las obras participativas del primer periodo de Delgado. / Manuel Gómez

«Sentarme delante del cuadro y contemplarlo es para mí tan importante como el proceso de pintarlo», afirma Gerardo Delgado (Olivares, 1942). Esa etapa de reflexión interna que el artista aplica a cada una de sus obras es uno de los ingredientes fundamentales del proceso creativo de un autor primordial en la historia de la pintura abstracta española. «Siempre trabajo con música de fondo, ya sea Bach, Lachenmann o Morton Feldman. Me acompañan los sonidos y, al final, me sumerjo en ellos mientras miro lo que acabo de pintar», continúa diciendo mientras transita por entre las estancias de su exposición Aprender de todas las cosas, que el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) le dedica hasta el próximo 3 de septiembre.

Esta muestra, comisariada por Luisa López, era uno de los debes que el museo tenía pendiente en su trayectoria. Casi un centenar de obras se albergan en ella, desde la década de los 60 y hasta una serie a la que Delgado daba las últimas pinceladas solo un día antes de que se la llevaran a la exposición. «Lo que más feliz me ha hecho de todo esto es que me ha obligado a volver al estudio, a pintar de nuevo, después de un año y medio de sequía creativa», cuenta un artista cuya obra busca expresarse por sí misma, como ajena a su propia biografía. A Gerardo Delgado, al contrario que a otros creadores, solo le interesa hablar de estética, de lo que hay en sus lienzos, no de los accidentes vitales de su historia («mi vida son mis cuadros, lo demás sólo me concierne a mí»). Su legado –que aun continúa enriqueciendo– es difícil de catalogar; y en ello radica parte de su grandeza. Es pintura, desde luego, pero también escultura e incluso arquitectura.

Meticuloso y racionalista, Delgado también es, a su manera, modesto, y tira de una frase de Mies van der Rohe para arrancar su exposición, «aprender de todas las cosas». Por eso él ha tanteado tantas; como los juguetes de inspiración en la Bauhaus, las construcciones con telas, las posibilidades del arte por computadora, el videoarte antes de que se llamara videoarte, desde luego la pintura geométrica, pero también se acercó al informalismo e incluso a la transvanguardia italiana. «Siempre he concebido la creación como un trabajo de investigación plástica», dirá.

Pintor, sí, pero antes, arquitecto, voraz lector, oyente apasionado. El campo es inagotable. Como también lo son las inspiraciones, los lugares a los que mirar y en los que reconocerse. Desde luego la obra de Mark Rotkho, con su espacios de color de un fisicidad casi religiosa están ahí, en algún lado. Repensados para, a partir de ellos, generar algo nuevo. Como sucede con los 14 lienzos que integran la Ruta de San Mateo, inspirada en La Pasión según San Mateo, de Bach. Esta serie protagoniza uno de los espacios más sobrecogedores de la muestra, una especie de Capilla Rothko, Capilla Delgado. Hay algo espiritual en la energía que destila esta serie de negro profundo, abisal. El pintor escucha con atención las sugerencias que invoca su interlocutor, pero rompe el misticismo con palabras de artesano: «Después de alumbrarla me saturé tanto del color negro que estaba tan harto que tuve hacer varios cuadros blancos», dice. Así, sin más. Crear, crear, crear como único mantra. Porque Gerardo Delgado deja los exordios y las justificaciones para los comisarios y glosadores de su obra. «Si tienes algo que decir te saldrá. Está todo hecho, hay que perder el miedo a conquistar la originalidad. El trabajo pasa por meterse en el estudio y pintar, y equivocarse, y volver a intentarlo. No hay más», argumenta.

En su casa de Olivares el artista lleva décadas dando forma a su catálogo –parte del cual ya es propiedad del CAAC al que lleva donadas más de 50 obras–, con total serenidad y parsimonia. «La creación conlleva muchas horas de soledad. Por eso tal vez siempre trabajo con música clásica y contemporánea, muchas veces vocal. Supongo que es mi manera de no sentirme tan solo», dice.

Comienza la exposición en el ámbito de la acción, de la interacción directa con la obra, «invitando al espectador a rehacerla, a transformarla», jugando con las posibilidades espaciales. Luego llegarían los ambientes, las grandes telas industriales. «Trabajé con ellas porque era más económico para mí y porque me permiten envolver al espectador, que es algo que siempre me ha gustado. Creo que hice instalaciones antes de que el término comenzara a usarse». Luego llegaría la primera Feria Arco, en 1982, y con ella uno de los primeros éxitos de Delgado, con unas obras que habían abandonado –si quiera temporalmente– el férreo trazo geométrico para abrazar la mancha y las formas irregulares. «Nunca he vivido de la pintura, lo he hecho de mi trabajo como montador de exposiciones», matiza el artista en este punto.

La exposición del CAAC da cabida también a una sala en la que se recrean la múltiples indagaciones que el de Olivares ha hecho –entre 1973 y 1986– sobre algunos de los alicatados mudéjares del Real Alcázar. «Es algo puramente conceptual; me interesó desmenuzar su complejidad, nada más», cuenta. Luego, ya en los 80, el informalismo –Tàpies, Millares...– se asomó a su obra. Aparecen entonces óleos de gran formato como La tumba de los héroes, de trazo nervioso y violenta oscuridad, o El caminante, basado en el Viaje de invierno, de Schubert; y en donde Delgado parece sugerir a Joseph Beuys mediante la inclusión rupturista de un tronco seccionado de un árbol. «Mi obra está llena de citas por dos motivos; uno práctico, saber cuál es cada una, si no les pusiera título no me acordaría de ellas; y porque tengo muchas pasiones artísticas, pero no busco evocaciones directas con ello, prefiero que cada espectador saque sus propias conclusiones; da igual como se llame la obra que tenga delante», asegura.

Son ese cúmulo de inquietudes las que han ido dando lógica al relato de su obra que, vista en perspectiva, posee una coherencia total. Casi se diría que premeditada, aunque el propio Delgado reconoce que «en la mayoría de las ocasiones lo que termino haciendo en el estudio tiene poco o nada que ver con lo que me planteo inicialmente». Faltan algunos episodios creativos en esta retrospectiva; por ejemplo apenas están representadas aquí todas las series recientes en las que el trazo geométrico se ve literalmente acosado por curvas y otras perturbaciones que otorgan una enorme violencia plástica a la obra; trabajos vistos en exposiciones en La Caja China (Sevilla) –Rataplán. Presiones, prisiones– y Fernández-Braso (Madrid) –Rutas y otros laberintos–.

Sí que podremos ver el presente radical del artista. Nocturno. Cristales rotos es el título que toma la serie, un work in progress que Delgado continuará reelaborando: «¿Ve este cuadro? No está conseguido; cuando acabe la exposición lo voy a rehacer por completo; falta movimiento en él», dice escrutando una de las piezas de una serie en la que el ritmo y el color rojo y azul parecen ahogados por una cuadrícula. Hace meses, en el estudio, este ciclo solo era un puñado de trazos hechos con bolígrafo azul en un cuaderno lleno de apuntes. «De pronto me di cuenta que en esos dibujitos había algo importante», explica con una sonrisa. Tan sencillo, tan complejo. En eso radica estar tocado por el genio de la creación.