«La crisis está justificando prácticas empresariales aberrantes»

Sevillano de 1976, este escritor se ha alzado con el prestigioso premio Tusquets de novela con su última obra, ‘La gran ola’, una corrosiva sátira sobre el mundo de la empresa y el fenómeno del ‘coaching’ que no deja títere con cabeza

11 dic 2016 / 22:04 h - Actualizado: 12 dic 2016 / 09:54 h.
"Literatura"
  • El escritor sevillano Daniel Ruiz García, último premio Tusquets con ‘La gran ola’. / Pepo Herrera
    El escritor sevillano Daniel Ruiz García, último premio Tusquets con ‘La gran ola’. / Pepo Herrera

Después de cinco novelas, dio el salto a Tusquets con Todo está bien. Ahora, Daniel Ruiz García (Sevilla, 1976) ha conquistado el prestigioso premio que lleva el nombre de la editorial con La gran ola.

Sus primeras novelas giraban en torno a ambientes marginales, las dos últimas abordan en cambio la política, la empresa. ¿A qué se debe?

—El foco de mis preocupaciones ha ido cambiando. Todas siguen teniendo un componente social, lo que ocurre es que mi mirada se ha ido orientando hacia otros ámbitos de la realidad que me producen perplejidad: la política, la Nueva Empresa, las redes sociales... Creo también que obedece a la necesidad de escribir sobre el poder, sobre los estragos del poder en el individuo, sobre las formas invisibles que impone en los ciudadanos.

—Su novela es una sátira de la empresa y el coaching, pero no tiene piedad casi con ningún personaje. ¿Un tercer grado a todo el sistema?

—Creo que la realidad no es muy diferente de como yo la pinto en buena parte del mundo de la empresa actual, y conste que yo estoy muy contento en el lugar donde trabajo... En muchas compañías prevalece el miedo, de hecho como bien apuntó Almudena Grandes en su presentación en Madrid, se puede leer perfectamente como una novela de terror. Ese miedo nos atenaza, nos convierte en seres infelices y también miserables. La crisis se ha convertido en un fabuloso justificador de prácticas empresariales aberrantes, con las que al empleado siempre se le exigen más y más sacrificios. No hay lugar para las heroicidades en las empresas de hoy. Eso, al final, influye efectivamente sobre la galería de personajes que deambulan por la novela, donde todos tienen en común dos cosas: la infelicidad y su situación al límite.

—El coaching: ¿Por qué lo llaman felicidad, cuando quieren decir productividad?

—Porque la productividad es la felicidad de la empresa. No me opongo a que las personas sigan tratamientos terapéuticos de lo que sea, cada uno gasta su dinero en lo que quiera. Lo que sí creo que es aberrante es que la empresa, fijándose en criterios de mayor productividad, competitividad y eficiencia, recurra a chamanes con corbata que al final solo ejercen una labor coercitiva bajo el rutilante celofán del positivismo a ultranza y de todos esos eslóganes que al final no dicen nada, que no encierran nada.

Es curioso cómo ese discurso del coach ha permeado a toda la sociedad. Las redes están llenas de mensajes alentadores, las librerías de Coelho y Bucay, ¿no?

—Existe toda una industria en torno a la motivación. Y su eclosión coincide, no casualmente, con este tiempo de severidad económica que vivimos. En el coaching, muchos andan buscando lo que buscan los creyentes en un sacerdote. La curación. En el cristianismo, la curación es «limpiarse» de pecados. En el coaching, la curación es arrancar el pensamiento negativo. El objetivo final es un positivismo total. Es decir, gente poco asertiva, que vaya sonriendo por las calles y encantada de su mundo. Gente conformista, en suma, como si vivieran todo el día empapadas de prozac. No cabe duda de que para el poder así todo es mucho más sencillo, ¿no?

—¿Es esto resultado de una progresiva infantilización del trabajador, del ciudadano?

—Yo creo que vivimos un momento de rebaja del discurso. Una rebaja general, donde se imponen conceptos como ese nuevo tópico de la postverdad, y donde todo está dictado por lo emocional. La frivolización del discurso también implica un embrutecimiento. La victoria de Trump creo que es un síntoma perfecto de este embrutecimiento. Pero hay otros. Por ejemplo, la devaluación de la filosofía en el sistema educativo, frente a la proliferación del coaching y todos sus derivados en las escuelas de negocio. El discurso se ha devaluado muchísimo. Y se ha llenado de pensamiento mágico. De hecho, muchos coaches se declaran expertos en holística, que es directamente pseudociencia barata.

¿El dique contra el fraude del coaching es culturizarse?

—Sin duda. La eclosión del coaching, para mí, se debe a dos circunstancias: primero, la enfermedad espiritual que padecemos como ciudadanos, que yo diría que es resultado de la crisis que hemos padecido –la verdadera crisis, que es la espiritual, de la que tardaremos mucho más en reponernos que de la crisis económicas; y segundo, del embrutecimiento derivado de la rebaja intelectual impuesta por el sistema capitalista, donde todo se orienta ya a la productividad, empezando por el sistema educativo. Diría más bien «impuesto por el mercado».

¿El dique contra el fraude del coaching es culturizarse?

—Creo que no ha sentado bien, y es comprensible. Date cuenta de que se trata de una industria, que mueve mucho dinero. Y al final lo que yo cuento en mi novela representa una amenaza para ellos. De todos modos, quiero dejar claro que seguro que hay un coaching decente, yo mismo he conocido a algún coach que merece la pena. Pero en general, el 90% de los que he visto me parecen vendedores de crecepelo.

¿Escribirá algún día su prometido libro sobre Chiquito de la Calzada?

–Con él en vida seguro que no. Con toda su amabilidad, me confesó que estaba muy mayor y que ya no tenía fuerzas para un ejercicio tan profundo de memoria. Pero quién sabe si le meteré mano tirando de hemeroteca y de entrevistas. España se lo debe.